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A 50 años del Cordobazo

Miércoles, 29 de mayo de 2019 00:00

Nuestra provincia mediterránea siempre fue el escenario de fenómenos de gran incidencia nacional. Los sucesos del 29 de mayo de 1969 se inscriben en esa línea aunque ajustada a la particular relevancia de Córdoba en esa coyuntura histórica.

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Nuestra provincia mediterránea siempre fue el escenario de fenómenos de gran incidencia nacional. Los sucesos del 29 de mayo de 1969 se inscriben en esa línea aunque ajustada a la particular relevancia de Córdoba en esa coyuntura histórica.

Córdoba concentraba como desde los tiempos coloniales a un numeroso núcleo estudiantil procedente de las provincias. También aglutinaba al corazón de la aristocracia obrera surgida del crecimiento desarrollista a raíz de radicarse allí las grandes terminales automotrices. La explosión de Córdoba fue el capítulo final de una serie de movimientos de resistencia en contra del gobierno del general Juan Carlos Onganía comenzados un año antes; aunque su punto de partida fue la intervención de la universidad pública en 1966 y la fractura de un gremialismo jaqueado por la puja entre "participacionistas" y los "clasistas revolucionarios".

El episodio develó una marea subterránea cuya detonación rápidamente se habría de diseminar como un reguero de pólvora por todo el país. Se las denominó "puebladas": microinsurrecciones conjuntas de obreros, estudiantes, profesionales, comerciantes y vecinos en contra del férreo -aunque también hueco- armazón burocrático autoritario de la denominada "Revolución Argentina". Una de las corrientes de fondo fue la sorda rebelión de las nuevas clases medias respecto del sorprendente moralismo ultramontano impuesto por las nuevas autoridades desde 1966.

La reacción de inspiración clerical apuntaba a la revolución cultural que desde la década anterior se estaba propagando en todo occidente y que desembarcó en estas playas como un efecto inevitable de la modernización económica. Su principal emergente fueron los jóvenes rebeldes. Desde los desbordados campus universitarios norteamericanos desafiaban su reclutamiento para ir a combatir al lejano y ajeno Vietnam. Sus pares franceses hicieron lo propio desde la Sorbona durante las inolvidables jornadas de mayo de 1968.

Un mundo plural y policromático de rock, música psicodélica inspirada por el cannabis o LSD, de píldoras anticonceptivas y sexo libre, de minifaldas y bikinis que ingresaba provocativo en cada hogar desde las universalizadas pantallas televisivas convertidas en ventanas al mundo. Y, por sobre todas las cosas, de un contestatarismo generacional que invertía la secuencialidad clásica de la sociedad burguesa entre jóvenes y adultos.

Un proceso más antiguo empalmaba con el Cordobazo: la caducidad de los valores de la democracia liberal. Desde la caída de Perón, las maniobras proscriptivas y la ritualidad hueca de resultados electorales consumados de antemano sepultaron definitivamente los ideales de la Ley Sáenz Peña. Al cabo, una paradojal coincidencia entre el régimen y una sociedad que durante los años siguientes habría de reeditar el ejemplo cordobés en todo el territorio nacional. No se demandaba "democracia" sino "revolución"; o, en todo caso, una democracia igualitarista superadora de las perimidas y engañosas formas republicanas.

El Cordobazo fue el comienzo del fin del experimento que ensayó por vías autoritarias resolver los dilemas abiertos en 1955. La apertura política ulterior no hizo más que confirmar los mayoritarios sueños y utopías de redención: de un lado, las huestes clandestinas del ERP y Montoneros, sembrando al país de "justicia revolucionaria"; y del otro, a quien resultó el paradojal heredero de esos juveniles años, el casi octogenario general exiliado desde 1955. Tras su muerte, el faccionalismo político cultivado durante medio siglo se redujo a su versión más primitiva: el exterminio clandestino del "enemigo". Y el país se internó en la noche de una nueva dictadura regeneradora que esta vez fue mucho más allá que medir faldas y rasurar melenas.

(*) Historiador.

 

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