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Con grieta y oportunismo el país no puede salir adelante

Domingo, 23 de junio de 2019 00:30

Desde hace más de dos décadas, pero especialmente a partir de la crisis de 2001, las diferencias políticas de origen ideológico en nuestro país se han ido profundizando hasta volverse agónicas. Más allá de que un amplio espectro de argentinos considera que el camino más sabio es el que evita los extremos, el enfrentamiento total es el que sigue definiendo posiciones hasta conformar lo que hoy se llama "la grieta".

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Desde hace más de dos décadas, pero especialmente a partir de la crisis de 2001, las diferencias políticas de origen ideológico en nuestro país se han ido profundizando hasta volverse agónicas. Más allá de que un amplio espectro de argentinos considera que el camino más sabio es el que evita los extremos, el enfrentamiento total es el que sigue definiendo posiciones hasta conformar lo que hoy se llama "la grieta".

Esa grieta es de raíz ideológica. Es también un signo evidente de la degradación de las convicciones y la desaparición de principios; es decir, de la pérdida de los pilares que sustentan la ética política.

En estas elecciones de 2019 la grieta toma los nombres propios del macrismo y el kirchnerismo.

La democracia republicana y representativa se fue gestando cuando Occidente superó la visión teocrática y el absolutismo monárquico. Se buscó un sistema que contuviera en su seno las diferencias de pensamiento que debían surgir en una sociedad alfabetizada, informada por la prensa y decidida a terminar con el autoritarismo. Y esas diferencias, en este sistema, no se niegan ni se encubren, sino que se deben resolver en el consenso parlamentario.

En cambio, la tradición autoritaria argentina busca crear con buenas o malas artes mayorías absolutas y considera que el legislador solo debe lealtad a su jefe político. El legislador debe ser fiel a su compromiso con la ciudadanía. La práctica de resignar atribuciones parlamentarias o acumular votos para imponer sin debate un proyecto del Poder Ejecutivo es contradictoria con el sistema constitucional argentino.

Las diferencias democráticas de que hablamos se producen entre personas que aceptan y se identifican con el sistema. En ese contexto, históricamente se excluyeron solamente los grupos radicalizados, de tendencia fundamentalista. Hoy, los dos sectores que polarizan la elección se excluyen mutuamente. En la práctica, ambos actúan generando antagonismos, de los cuales buscan réditos electorales.

Es de destacar que el método de construcción política a través del enfrentamiento absoluto, "la grieta", está claramente formulado por los teóricos del populismo político, una práctica que hoy se presenta en el mundo con perfiles de izquierda o de derecha. En ambos, muestra como factor común la galvanización de liderazgos, el discurso redentor, la ubicación del otro como enemigo y la explicación apocalíptica de los males del presente culpando a ciertos actores externos o internos.

El trasfondo de esta democracia caótica debe buscarse en un proceso político en el que se diluyeron los partidos tradicionales, con sus cosmovisiones, estatutos y plataformas, y donde los dirigentes que quedaron circulan por diversos sellos, fundaciones, organizaciones sociales, frentes y alianzas que nada dicen acerca de lo que cada cual puede ofrecer a la Nación.

Las mudanzas resultan, por momentos, obscenas. La polarización implosionó a Alternativa Federal y al peronismo. El presidente Macri tiene como candidato a vice al senador Miguel Picchetto; Alberto Fernández logró que Sergio Massa volviera al kirchnerismo mientras que Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey conformaron Consenso 2030.

La política suele explicar estas mutaciones con el término de "traición". La realidad es que la extinción de los partidos genera esta tramoya política que agravia los principios de la democracia y a las expectativas y necesidades de una ciudadanía que hasta resulta privada de la mínima información que necesita para tomar su decisión electoral. El antagonismo polariza también a los medios de comunicación, enfrascados en una pugna preelectoral en la que el público afronta enormes dificultades para formarse una idea de lo que piensa hacer cada candidato.

Vale repetirlo: sin partidos políticos y sin información seria y clara, la opinión pública se ve condicionada por mensajes emocionales, muchas veces desconcertada con la conducta de los dirigentes. Así, la democracia no funciona, porque no puede alcanzar su objetivo que es representar al pueblo y construir una sociedad justa, con libertad y desa rrollo humano.

 

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