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La guerra del espacio

Jueves, 18 de julio de 2019 00:00

Hace mucho tiempo que los avances científicos y tecnológicos dejaron atrás las fantasías de la ciencia ficción. Al cumplirse el 50´ aniversario de la llegada del hombre a la Luna, una hazaña televisada en directo que conmovió el mundo el 20 julio de 1969, Estados Unidos y China compiten hoy arduamente por adelantarse en la conquista del espacio, erigido en la nueva frontera de la humanidad, y concentran enormes esfuerzos por conseguirlo.

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Hace mucho tiempo que los avances científicos y tecnológicos dejaron atrás las fantasías de la ciencia ficción. Al cumplirse el 50´ aniversario de la llegada del hombre a la Luna, una hazaña televisada en directo que conmovió el mundo el 20 julio de 1969, Estados Unidos y China compiten hoy arduamente por adelantarse en la conquista del espacio, erigido en la nueva frontera de la humanidad, y concentran enormes esfuerzos por conseguirlo.

En las primeras 72 horas de 2019 el mundo se vio impactado por otros dos acontecimientos.

El 1´ de enero llegaron las primeras comunicaciones, remitidas seis horas antes por la sonda New Horizons de la NASA, investigando a la Ultima Thule (el cuerpo celeste conocido más lejano).

El 3 de enero la sonda Gang-e 4 (Diosa Luna) de China alunizó en el lado oculto del satélite terrestre, empezó a enviar información y depositó en su superficie un vehículo autónomo que comenzó a recorrer su cráter.

Washington y Beijing saben que ganar esa carrera puede ser determinante para lograr la supremacía planetaria. La experiencia histórica indica que esa presunción tiene sólidos antecedentes.

En la guerra fría, la ventaja adquirida por la Unión Soviética en octubre de 1957 con la puesta en órbita de su primer satélite artificial, el Sputnik I, que emitió su señal intermitente a todo el planeta, fue el factor decisivo que llevó al entonces mandatario estadounidense John F. Kennedy a poner en marcha el "Plan Apolo". Ocho años después, ese plan permitió llevar a los primeros astronautas, transportados por el "Apolo XI", a pisar el suelo lunar. Desde entonces Estados Unidos adquirió una ventaja que nunca pudo ser descontada por su contendiente.

American First

El presidente estadounidense Donald Trump, consecuente con su consigna de "America First", asumió ese desafío. En una directiva presidencial suscripta en 2017, la Casa Blanca modificó la estrategia de la NASA, que hasta entonces establecía que el regreso a la Luna tendría lugar en 2028, para adelantarlo a 2024.

El vicepresidente Mike Pence precisó que el nuevo objetivo estadounidense era instalar en la Luna una base permanente y desde allí encarar la llegada a Marte.

A diferencia de Estados Unidos, que en los últimos años no reforzó el presupuesto de la NASA, China inyectó decenas de miles de millones de dólares en investigación espacial, con el firme propósito de adquirir una posición de liderazgo. Beijing ya anunció que busca lanzar su primera sonda a Marte hacia el año próximo, para comenzar una ronda de exploraciones, a la que seguirá una segunda misión destinada a recoger muestras del "planeta rojo". Beijing planea tener una estación espacial permanente plenamente operativa en 2022.

Desafío al derecho internacional

Las derivaciones últimas de esta carrera se internan en el terreno de lo desconocido.

Así como en el siglo XVI las potencias europeas tuvieron que establecer reglas para su ocupación en el territorio americano, concebido como un "nuevo mundo" del que pretendían adueñarse, y el Tratado de Tordesillas establecía en 1570 los límites entre las posiciones de los reinos de España y de Portugal, el derecho internacional se encuentra ante el inédito desafío de regular jurídicamente la conquista del espacio.

Ese trabajoso intento comenzó en 1967, cuando se suscribió el Tratado del Espacio Ultraterrestre, técnicamente denominado "Tratado sobre los principios que deben regir la actividad de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes", que entre sus cláusulas prohíbe "colocar en órbita alrededor de la Tierra ningún objeto portador de armas nucleares ni de ningún otro tipo de armas de destrucción en masa".

La convención prescribe la "internacionalización del espacio" y la cooperación multilateral, y niega la posibilidad de establecer derechos de propiedad en la esfera extraterrestre, protegida como "patrimonio común de la humanidad".

El mayor logro de ese sistema de cooperación multilateral fue la materialización en 1998 de la Estación Espacial Internacional, gestionada por las agencias de Estados Unidos, Rusia, Canadá, Japón y la Unión Europea. China todavía no figuraba entre los actores relevantes.

Pero más allá de las convenciones internacionales, y como para corroborar aquello de que la conquista de los cielos es inseparable de la puja por la supremacía en la Tierra, incluso en el terreno militar, Trump insiste en que los planes espaciales norteamericanos son una parte indisoluble de la estrategia de defensa nacional de Estados Unidos.

En ese contexto, cabe interpretar su decisión de crear una "fuerza militar espacial", concebida como una rama especial de las Fuerzas Armadas, y las prevenciones con que los organismos de inteligencia estadounidenses observan episodios como la instalación de una base espacial china en Neuquén. Obviamente, aunque la prudencia oriental le aconseja no manifestarlo, los chinos comparten esa visión de Trump.

La dimensión económica

Hay empero una dimensión adicional de la carrera espacial, cuyas implicancias todavía resultan impredecibles.

Las estimaciones, acaso exageradas, acerca de que la Tierra padecerá durante este siglo el agotamiento de recursos naturales tan importantes como el petróleo, el gas y el carbón, hacen que los protagonistas de esta historia imaginen alternativas para la extracción de recursos fuera de la órbita terrestre y transformar el espacio en una garantía para la supervivencia planetaria.

Curiosamente, en este punto, como ocurriera en la Edad Media con la pólvora y otros adelantos científicos, los descubrimientos chinos abrieron los ojos de Occidente. 

Las investigaciones realizadas por una nave robótica transportada a la Luna en 2013 por la misión espacial Chang’e 3, que fue la primera en alunizar después de 37 años, proporcionaron indicios sobre la existencia de materiales como magnesio, aluminio, silicio, hierro, titanio y derivados del platino.

En esa dirección, la novedad más impactante fue el descubrimiento de que en la cara oculta de la Luna, aquella que los chinos comenzaron a explorar en enero pasado, hay existencias de helio-3, un isótopo ligero, resultante de la actividad del viento solar en la superficie de la Luna no protegida por una atmósfera como la de la Tierra, que según algunos expertos sería perfecto para la fisión nuclear, lo que lo convertiría en una fuente de energía no contaminante capaz de abastecer las necesidades de la población mundial.

Estos indicios multiplicaron el interés de los inversores de riesgo en las empresas espaciales, un sector de vanguardia tecnológica de la economía norteamericana, en muchos casos asociado en sus emprendimientos con la NASA. 

Ese conjunto de compañías, que ya se benefician con la comercialización de la información proveniente de los miles de satélites artificiales privados que orbitan alrededor de la Tierra y proporcionan servicios de singular valor para la agricultura y otras actividades económicas, encuentran ahora nuevos alicientes para su expansión. En esta nueva realidad, Estados Unidos puede encontrar una ventaja competitiva muy especial para esta competencia por la conquista del espacio que signará el siglo XXI.

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