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¿Vivir con lo nuestro?

Una lógica perversa, con fuerza de la mitología nacional, que no difiere del absurdo de aislarnos en nuestros hogares para proveernos de alimentos, salud y educación por nosotros mismos. 
Domingo, 07 de julio de 2019 01:41

¿Vivir con lo nuestro? Hace muchos años, Aldo Ferrer, un economista argentino con quien puede disentirse en muchas cosas pero al que no se le puede negar su pasión por el desarrollo y prosperidad de la Argentina, sostenía que había que "vivir con lo nuestro". Esta frase podría significar que no es prudente endeudarse con el mundo si lo es solamente para pagar empleados públicos y "ñoquis" porque en algún momento las deudas hay que pagarlas, pero los compromisos adquiridos (los sueldos de todos los meses) siguen su curso y entonces hay dos facturas a honrar: la deuda y los sueldos.

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¿Vivir con lo nuestro? Hace muchos años, Aldo Ferrer, un economista argentino con quien puede disentirse en muchas cosas pero al que no se le puede negar su pasión por el desarrollo y prosperidad de la Argentina, sostenía que había que "vivir con lo nuestro". Esta frase podría significar que no es prudente endeudarse con el mundo si lo es solamente para pagar empleados públicos y "ñoquis" porque en algún momento las deudas hay que pagarlas, pero los compromisos adquiridos (los sueldos de todos los meses) siguen su curso y entonces hay dos facturas a honrar: la deuda y los sueldos.

Sin embargo, hay otra lectura de la frase de Aldo Ferrer que probablemente él no compartiría, que es: "consumamos nuestra propia producción y abstengámonos de exportar e importar porque el mundo quiere nuestra ruina a través del comercio exterior".

Esta última acepción ha calado hondo entre muchos argentinos, que ven el exterior como una amenaza y consideran que somos tan estratégicamente importantes que el mundo está al acecho para apropiarse de "nuestras riquezas" si abrimos nuestra economía.

¿El comercio exterior es nuestra ruina?

Quienes ven en el comercio exterior una amenaza consideran que, puesto que las economías son cíclicas, vale decir, están sujetas a períodos de expansión seguidos de otros de contracción económica, todo está muy bien mientras el mundo nos compra y consecuentemente nuestras exportaciones nos permiten pagar nuestras importaciones. Sin embargo, cuando el ciclo cambia y la economía mundial se ralentiza, entonces caen nuestras exportaciones, se frenan nuestras importaciones, y eso provoca una contracción de la economía, despidos y crisis en general.

La solución para este problema, entonces, sería atacar "las causas", o sea, cerrar la economía, pasando a producir lo que antes se importaba, con lo que tampoco se hace necesario ahora exportar. Conforme esta estrategia, al desenganchar la economía doméstica de la economía mundial, desaparecería el ciclo y la economía crecería en forma continua desentendiéndose de las oscilaciones del mundo.

Algunos problemas

La Argentina, especialmente a partir de la década del 40 del siglo pasado, siguió este enfoque especial de "vivir con lo nuestro", cortando el comercio exterior y "planchando" las exportaciones, a la vez que se fomentó la "industria nacional", curiosamente concentrada en pocos kilómetros cuadrados en comparación con el gigantesco territorio nacional, y atrayendo en ese reducido espacio a muchos comprovincianos que consideraron que ese empleo mejoraba sus condiciones de vida.

Por supuesto, los ferrocarriles que antes "iban y volvían" llevando las importaciones al "hinterland", o sea, el interior del país, y trayendo la producción regional a los centros de consumo y al mundo, ahora no eran necesarios, porque una vez que gran parte de la población se concentró en Buenos Aires y alrededores, ya no había nada que "llevar", a la vez que, al cerrarse las exportaciones, tampoco había nada que "traer" al puerto de Buenos Aires o el de Rosario.

Paralelamente, la nueva "industria nacional" necesitaba insumos y equipos, porque si bien ya no se importaba ropa, heladeras y otros productos de consumo, en cambio se necesitaban componentes para la nueva industria que la producción doméstica no podía elaborar, por limitaciones tecnológicas entre otras razones.

Apareció entonces el problema de que faltaba la "moneda" de cambio, esto es, los dólares que la caída en las exportaciones no podía proveer.

El resultado inmediato fue la aparición de los procesos de "pare y siga": se paralizaba la producción hasta que, devaluación mediante, los insumos y equipos se encarecían lo suficiente para reducir la producción y ventas de los bienes finales, a la vez que la escuálida exportación recobraba un poco de su alicaída performance. Sin duda, se había conseguido un éxito formidable: ­ya no se dependía del ciclo económico mundial; ahora se contaba con un ciclo económico propio; nosotros solitos producíamos nuestro propio estancamiento y caída de la producción y empleo! ­Un verdadero ciclo nacional!...

Más problemas

"Como si esto fuera poco", al conformarse una industria que, para operar, requería altos aranceles a la importación cuando no prohibiciones explícitas, se les dio a estas industrias privilegios monopólicos que les permitían cobrar altos precios, necesarios además para compensar los elevados costos unitarios que la desproporción entre el tamaño de las plantas -pensadas para mercados más grandes- y las pobres ventas en el mercado interno ocasionaban.

Como también se alentaron las subas de salarios -no necesariamente asociados a una mayor productividad- el resultado fue la famosa "inflación precios-salarios", esto es, subas de salarios que eran trasladados mecánicamente a los precios, como más adelante ocurrió con las subas del dólar o, recientemente, los incrementos en las tarifas.

"Pero aún hay más...". Los gobiernos de la Nación y provincias llevaron adelante un formidable incremento en sus plantillas de personal, a la vez que las subas de salarios en el sector privado naturalmente tuvieron su imagen especular en el sector público, todo lo cual llevó a un incremento del gasto público descomunal, y como los ingresos no crecían al mismo ritmo, el déficit fiscal trepó a altos niveles, contribuyendo así al proceso inflacionario de la Argentina.

¿Nada que festejar?

Por fin, luego de largos años de negociaciones, el Mercosur y la Unión Europea conformaron un nuevo espacio de integración comercial que significará para la Argentina una extraordinaria oportunidad para elevar sustancialmente nuestras exportaciones, a la vez que generará una imperativa apertura de la economía a las importaciones que permitirán a los argentinos acceder a mejores y más baratos productos, "obligando" así a hacer operativa justamente esta apertura de la economía que desde estas columnas se ha venido reclamando como única forma de derrotar definitivamente a la inflación junto con la también urgente necesidad de obtener el ansiado equilibrio fiscal.

Frente a esta estupenda oportunidad que se le brinda a la Argentina de regresar a la etapa en que nuestro comercio exterior era una estrella y la inflación un mal que no conocíamos, se levantan sin embargo algunas voces algunas de ellas muy encumbradas - que sostienen que este histórico acuerdo no representa "nada que festejar", en línea con la ya analizada interpretación distorsiva de "vivir con lo nuestro".

Sin duda, estas opiniones se corresponden con la visión también descrita de la "independencia" de nuestra economía cuando está desenganchada del comercio mundial, ya que, como es evidente, "gracias" a las largas "décadas ganadas" de economía cerrada no se han producido crisis en nuestra economía, devaluaciones, elevada inflación ni aumento de la pobreza, ¿verdad?...

Debería ser obvio que la lógica perversa de "vivir con lo nuestro" no es muy diferente de la idea absurda de aislarnos dentro de nuestros hogares para proveernos de alimentos, salud y educación por nosotros mismos. Es claro, sin embargo, que liberarse de los absurdos requiere también pensar sin "relatos" ni "doctrinas", tal vez muy elegantes pero no por ello menos insustanciales ni peligrosas.

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