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El fraude en la historia de Salta

Domingo, 11 de agosto de 2019 00:00

Hoy es domingo de elecciones y viene al caso recordar -ahora que en pleno siglo XXI se habla de fraude- aquellos comicios donde votaban hasta los muertos; existía el voto cantado y el voto cadena, o las "corraliadas".

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Hoy es domingo de elecciones y viene al caso recordar -ahora que en pleno siglo XXI se habla de fraude- aquellos comicios donde votaban hasta los muertos; existía el voto cantado y el voto cadena, o las "corraliadas".

Y cuando hablamos de los muertos que votaban, el trámite era simple pues los muertitos no tenían que levantarse de sus tumbas para ir a sufragar. Para eso estaban los piadosos activistas que desde el comité los hacían votar. Y qué curioso, siempre lo hacían por el mismo partido: el de los "orejudos". Y así fue que en esta Salta conservadora, después de muerto, hasta el más recalcitrante de los radicales se volvía un "orejudo" de pura cepa.

¿Y como era la trampa? Sencillo. Cuando moría un ciudadano, ilustre o no, sus deudos hacían lo que mandaba la ley. Concurrían al Registro Civil y denunciaban la defunción. El organismo retenía la Libreta del occiso y emitía el Acta de Defunción, documento indispensable para que el difunto pueda descansar en el campo santo municipal.

Por ley, el documento del finado debía ser destruido por incineración por el Registro Civil, organismo que en la llamada "Década Infame y la yapa", (1930-1943) dejó de destruirlos. Por el contrario, los guardaba para usarlos en tiempos mejores, es decir para las próximas elecciones.

Y así fue que llegado el día del comicio, se los usaba para hacer votar a los muertitos gracias a los buenos oficios de los infaltables vivos del comité. Por supuesto, la irregularidad se complementaba con la manipulación de padrones que nunca se depuraban; con la designación de fallutas autoridades de mesa, y también, con la imprescindible complicidad de la "policía brava" de la provincia, encargada de "custodiar la pureza del acto electoral".

El "voto cantado"

En este procedimiento, el ciudadano se presentaba a sufragar entregando su documento de identidad al presidente de mesa. Este de inmediato le espetaba: "¿Por quién votás? Si el hombre se negaba a contestar y pedía ingresar al cuarto oscuro, el diálogo seguía más o menos así: "No hay cuarto oscuro. ¿Por quién votas?" Yo soy radical, respondía el buen hombre... "Ta bien. Retirate que "yas votao".

Y si continuaba la resistencia cívica del hombre, entonces intervenía la "policía brava" que se ocupaba de hacerlo entender que ya había votado. Y si aún así, el ciudadano insistía, por la fuerza y sin más vuelta era llevado al calabozo. Más de una vez muchos terminaron procesados por "violar las leyes electorales". Increíble pero cierto.

La "corraliada"

Este procedimiento consistía en juntar en un corral la noche anterior al comicio, a toda la peonada en edad de votar. Fue una práctica muy usada en las apartadas haciendas de los valles calchaquíes, de Lerma, y también de Iruya y Santa Victoria. A los "corraliados", el capataz les retiraba las libretas de enrolamiento en tanto se les convidaba asado y abundante bebida alcohólica. Un encargado retiraba las libretas y las llevaba al comité donde terceros las usaban para hacer votar a otros por el candidato oficial del partido gobernante.

El voto cadena

Para concretar el voto cadena necesariamente se debía contar con la complicidad del presidente de mesa y el descuido de fiscales poco avisados. El presidente se robaba un sobre de sufragar y luego de firmarlo y sellarlo, lo entregaba subrepticiamente a un personero de su partido. Este llevaba el sobre al comité y allí, luego de cargarlo con el voto correspondiente, estaba listo para ser utilizado por un elector que debía sufragar en la misma mesa de donde se lo había robado. El elector que lo utilizaba debía votar con ese sobre y regresar al comité con el vacío para repetir el procedimiento en cadena.

Fin del fraude

Todos estos procedimientos de comité que tenían por única finalidad burlar la voluntad popular, terminaron cuando el gobierno de facto de la revolución de 1943, convocó a elecciones generales para el 23 de febrero de 1946. Esas históricas elecciones donde triunfó el coronel Juan Domingo Perón, fueron por primera vez custodiadas por las Fuerzas Armadas y controladas por Correo y Telecomunicaciones. No hubo ni una sola denuncia de fraude en todo el país y por eso son consideraras por los historiadores, las elecciones más limpias de la historia argentina, realizadas hasta entonces.

Otros trampas

Pero cuando muchos creíamos que la era del fraude era una etapa superada en nuestro país, en 1955, la autodenominada Revolución Libertadora y sus seguidores, volvieron a las andadas. A los fraudes de comité los reemplazaron con proscripciones, anulación de elecciones y vetos de candidatos y candidaturas.

Hoy, a más de treinta y cinco año del retorno a la democracia, y a horas del acto comicial, se echó dudas sobre el sistema electoral. En 1946 pasó lo mismo, cuando sectores reaccionarios de derecha y de izquierda, sembraron dudas sobre la imparcialidad de las Fuerzas Armadas en aquellos comicios.

Día festivo

Hasta hace unos años, el día del comicio era prácticamente un día festivo. Para el hombre de campo era una jornada especial. Y aunque madrugaba como siempre, ese día trajinaba su mejor vestimenta, el sombrero más nuevo y sus botas bien arregladas. Si era hombre de montar su caballo todos los días, desempolvaba su libreta de "enrole" y bien temprano.

 

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