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Testigo y protagonista, en un mundo de cambios profundos

El Tribuno fue testigo de acontecimientos que marcaron la historia. 
Miércoles, 21 de agosto de 2019 00:54

Desde aquella madrugada del 21 de agosto de 1949, cuando por primera vez los canillitas de Salta llevaron por las calles de la provincia los primeros ejemplares, El Tribuno fue testigo de un mundo en plena transformación, cuya historia quedó registrada en sus páginas.

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Desde aquella madrugada del 21 de agosto de 1949, cuando por primera vez los canillitas de Salta llevaron por las calles de la provincia los primeros ejemplares, El Tribuno fue testigo de un mundo en plena transformación, cuya historia quedó registrada en sus páginas.

Nuestro diario construyó en estos 70 años una identidad periodística de fuerte arraigo salteño.

Desde esa mirada observó y describió los acontecimientos que siguieron a las guerras mundiales, como el afianzamiento y el declive de la Unión Europea; la consolidación de la Unión Soviética y su posterior implosión; la permanencia de EEUU como la superpotencia, lugar que hoy le disputa una China que se alejó del maoísmo y crece como capitalismo de Estado; vivió la suerte de una América Latina subdesarrollada que sufrió un largo período de golpismos y dictaduras, a los que sucedieron democracias frágiles y nuevos autoritarismos de retórica nacionalista. También el fin del apartheid, el avance lento de África y el despegue económico y poblacional de Asia.

Luego del naufragio comunista aparecieron en el mundo indicios de disonancias que aniquilaron la ilusión neoliberal del “fin de la historia” y la “muerte de las ideologías”. 

Afganistán, Irak y las Torres Gemelas son referencias más elocuentes que cualquier relato.

El terrorismo religioso, los supremacismos racistas y los movimientos opuestos a la globalización son la manifestación de un mundo que va gestando un nuevo orden. 

Un mundo que en los años de existencia de El Tribuno triplicó su población, vio aumentar las expectativas de vida de 46 a 66 años, afronta los conflictos que generan las diferencias sociales, las nuevas tecnologías, con sus beneficios y sus riesgos, y es el escenario imprevisible de revoluciones culturales que cuestionan las tradiciones religiosas y las instituciones republicanas, al tiempo que erigen nuevos valores en materia de sexualidad, ambiente y derechos sociales.

Es un mundo que instala con carácter perentorio la urgencia de afrontar el cambio climático, la plena inclusión, el respeto a la diversidad sexual y a las diferencias étnicas, y que consagra la vigencia de los derechos humanos. 

Es el mundo de la revolución de la mujer.

Pero es un mundo que percibe su futuro con enorme incertidumbre. Por una parte, porque la violencia no retrocede, a pesar de que no se vislumbran conflictos de la magnitud de los que desangraron al siglo XX. 

Al mismo tiempo, la civilización va engendrando nuevos autoritarismos, nuevas formas de dogmatismo y una fuerte tendencia a dejar de lado la evidencia científica para privilegiar el pensamiento mágico.

Es un mundo en el que el poder de la inteligencia ha llevado al ser humano a superar todas las barreras y que ahora lo enfrenta al temor de que las máquinas, sus propios engendros, destruyan el trabajo y hasta usurpen el pensamiento.

La historia, claro, enseña, que miedos parecidos afrontó la humanidad cuando los germanos avanzaron sobre Europa, cuando el racionalismo enfrentó a la teología, cuando la ilustración se impuso en Occidente, y ni qué hablar de la Revolución Industrial, de la que atravesamos la cuarta etapa.

El nuestro es el mundo de internet, pero también el de Donald Trump y Xi Jimping. El de los emigrados y en de los nuevos fascismos. El de Matteo Salvini y Jair Bolsonaro. El de la masacre de Charlie Hebdo y el del nuevo “muro de la vergüenza” con el sueña el presidente norteamericano.
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