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VIDEO El conmovedor homenaje entre lágrimas de la salteña Lucrecia Martel a Pedro Almodóvar

La directora salteña y presidenta del jurado de La Mostra de Venecia leyó un emotivo texto en la entrega del premio a la trayectoria al director español.
Sabado, 31 de agosto de 2019 08:41

“Mucho antes de que las mujeres, los homosexuales, las trans nos hartáramos en masa del miserable lugar que teníamos en la historia, Pedro ya nos había hecho heroínas, ya había reivindicado el derecho a reinventarnos a nosotras mismas2. Estas fueron casi las últimas palabras de la larga y emotiva carta que Lucrecia Martel escribió y leyó, en su rol de presidenta del jurado de La Mostra de Venecia, antes de entregarle a Pedro Almodovar su León de Oro a la trayectoria.

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“Mucho antes de que las mujeres, los homosexuales, las trans nos hartáramos en masa del miserable lugar que teníamos en la historia, Pedro ya nos había hecho heroínas, ya había reivindicado el derecho a reinventarnos a nosotras mismas2. Estas fueron casi las últimas palabras de la larga y emotiva carta que Lucrecia Martel escribió y leyó, en su rol de presidenta del jurado de La Mostra de Venecia, antes de entregarle a Pedro Almodovar su León de Oro a la trayectoria.

La ovación fue cerrada, pero aún faltaba más: “Pero ahora, Pedro, ahora que la ultraderecha se levanta en el mundo como si nada hubiera pasado, ahora más que nunca te necesitamos”.

Empezó dubitativa: “Estoy muy nerviosa Pedro, espero no llorar”, algo que no logró ya que casi de inmediato su voz empezó a sonar temblorosa. Su texto recorría de manera muy personal la vida y la obra del director manchego. La ovación fue para Almodóvar pero claramente también para Martel que le pudo poner palabras y emoción al pensamiento y al sentir de muchos de los que estaban allí presentes.

El texto de Lucrecia Martel para Almódovar:

“Estamos hoy reunidos para celebrar a Pedro Almodóvar. Uso estas palabras que son las mismas de la misa católica. El cine es su religión, lo ha dicho muchas veces. El cine corregía lo que la escuela humillaba en él y en muchos niñas y niños. Su parroquia fue la sala de cine de barrio.

En ese altar de luces, de canciones pegadizas, danzaron las divas de todos los tiempos que lo protegieron de la inutilidad moral, como debieran hacer los santos. En un reportaje dijiste que seguramente fuiste un niño muy fuerte para soportar la mirada de incomprensión. El más fuerte de los niños.

Almodóvar fue causa y consecuencia de La Movida, la contracultura que desempolvó a España del largo letargo del franquismo. Combatieron con las mejores armas: películas, revistas, libros, música, fiestas. Digo esto con nostalgia de aquellos años ’80 en que el deseo estaba mucho menos organizado. La salud no era un bien necesario. Y la ciudad era la aventura a la que había que lanzarse. Era más importante aventurarse en ciertas calles que tener un home theater 5.1 para ver tres seasons de 11 capítulos. Una década con muchísimo menos miedo que ahora.

En 45 años ha dirigido y escrito más de treinta películas y cortos. Sus invenciones forman parte de la memoria de la humanidad. Desde una bolsa de almacén en México a un pastillero en Tokio.

Todos sabemos que hizo cine sin ir a una escuela de cine, y festejamos esa carencia. Afinó sus oídos en los chismes de peluquerías, con las lavanderas en el río, en callejones de adictos insomnes, en el cotilleo de los vecinos. Para varias generaciones de directores latinoamericanos su cine fue una reconciliación con el castellano. Tus diálogos nos iluminaron el lenguaje de nuestras propias familias. Nos señaló el exquisito camino que las cantantes populares como Chavela, la Lupe, Mina, abren en la banda sonora.

Coleccionó en su infancia cromos o figuritas de divas del cine, impresos en colores chirriantes que, dice, inspiraron su extravagante paleta de colores. Pero es imposible ver la obra de Almodóvar sin reconciliarse con los rincones de nuestras casas donde naufraga la moda. Los fondos que pueblan nuestras fotos familiares. Nuestras fiestas de quince, y sus peinados.

Almodóvar inundó nuestra memoria con invenciones que no necesitan de gran presupuesto, sino de honestidad provinciana. Esos livings de empapelados desquiciados, los enfermeros amantes, esas alfombras de animal print, los peinados con spray, las mujeres asimétricas, los aros de cafetera nos hicieron más libres. Nos liberaron del buen gusto, de la buena educación, de la moral mezquina de los que se llaman a sí mismos normales. Nos liberaron de la claridad de los lazos familiares. Nos reconciliaron con la estupidez, con los refranes incomprensibles, con los malentendidos.

Mucho antes de que las mujeres, los homosexuales, las trans, nos hartáramos en masa del miserable lugar que teníamos en la historia, Pedro ya nos había hecho heroínas. Ya había reivindicado el derecho a inventarnos a nosotras mismas. Ya había puesto las prótesis de mamas, los dildos, al lado de un cucharón, o una olla de vapor, al mismo nivel que cualquier cosa útil.

Ahora se está ocupando de los hombres. Fundamental. Gracias Pedro! No hay deber ser en la ética de Almodóvar, hay obligación de crearse. Obligación de inventarse.

Desbarató la moralina que esconden los géneros del cine, los mezcló, elevó el melodrama por encima del thriller. Abrazó el ridículo para hacer un arma sin precedentes contra el maltrato. Si aceptamos que el cine expande el mundo que conocemos, el mundo ha crecido mucho desde que Pedro lanzó sus cortos a mediados de los años 70. Sus películas inauguraron territorios donde se puede vivir mejor.

Pero ahora, Pedro, ahora que la ultraderecha se levanta en el mundo como si nada hubiera pasado, ahora más que nunca te necesitamos. Porque seguimos mojando nuestras bikinis en un mar de muertos. Gracias Pedro”.

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