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Anfitriones del Milagro: la fiesta de dar para poder vivir

Un reconocimiento a los miles de salteños que tienden sus manos generosas para alimentar, arropar y cuidar los pies de los peregrinos del Milagro salteño. 
Domingo, 15 de septiembre de 2019 00:24

No hay dudas. La fe es una energía poderosa capaz de convertir imposibles en milagros. Una energía que imprime tal fuerza en las personas, que luego asombran con el relato de sus estoicas historias, de sus padecimientos superados a puro rezo y camino. Definitivamente la fe mueve montañas de fieles que llegan cantando para dar testimonio de amor a los santos patronos de Salta. Los peregrinos dicen a cada paso “yo creo”, y 500 o 600 kilómetros a pie no merman la alabanza ni la gratitud. La distancia, con su monstruosa apariencia, con las noches infinitas entre quebradas desoladas, no alcanza para romper ni una sola promesa.

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No hay dudas. La fe es una energía poderosa capaz de convertir imposibles en milagros. Una energía que imprime tal fuerza en las personas, que luego asombran con el relato de sus estoicas historias, de sus padecimientos superados a puro rezo y camino. Definitivamente la fe mueve montañas de fieles que llegan cantando para dar testimonio de amor a los santos patronos de Salta. Los peregrinos dicen a cada paso “yo creo”, y 500 o 600 kilómetros a pie no merman la alabanza ni la gratitud. La distancia, con su monstruosa apariencia, con las noches infinitas entre quebradas desoladas, no alcanza para romper ni una sola promesa.

Vienen llegando al banquete del Milagro, repiten canciones que todos conocen, que tienen ritmo e infunden ánimos para no detener la marcha mientras los pueblos duermen. Los megáfonos desparraman al paso plegarias que entran por las ventanas como una bendición. 

En su inclaudicable lucha contra el cansancio, el hambre y la sed, estos titanes del camino tienen el bálsamo de la mano tendida de miles de personas que con espíritu solidario y ameno se preparan con mucha anticipación, con sus propios recursos, para darles alimentos, bebidas, ropa, zapatos y hasta curitas, con la seguridad de que las ampollas hacen mella en los pies. Y es conmovedor ver el encuentro del peregrino con el anfitrión, que espera para dar su corazón. Es admiración por el caminante capaz de franquear un horizonte que parece invencible; es apoyo en la proeza de tanta fe inimitable; es deseo de compartir las bendiciones que llegarán. Los anfitriones dan y no saben del dolor de dar ni buscan reconocimiento en el dar. Como escribió Khalil Gibrán en El Profeta: “Dan para poder vivir, porque guardar es morir... A través de estos seres Dios habla y sonríe sobre la Tierra”.

Ensaladas de fruta, gelatina, panes y bebidas debajo de un gacebo familiar en la zona sur de la ciudad. Las niñas mostraron su entusiasmo y su felicidad por servir cosas ricas a los peregrinos.

Mientras esperaban al grupo numeroso de Isonza y Payogasta que estaba a menos de 100 metros, Luis, Mirta y sus hijos cruzaban los dedos para que los peregrinos se detengan en su puesto a reponer fuerzas con un desayuno que prepararon en la madrugada. “Estamos llenos de gozo y fe”, expresaron con la voz atravesada por la emoción.

Al paso, el pequeño Julián corría con una bolsa de naranjas de las que muchos echaban mano y nunca se acababan. Le agradecían y el devolvía el gesto con una bendición. 

Antonio se perdió entre los peregrinos de Chicoana con una bandeja con una torre de sandwiches y fueron pocos los que dijeron “no”. “Solo siento felicidad y admiración”, expresó el joven. 

Don Martínez y su esposa Sara, en un lugarcito de la vera del camino, estacionaron su auto, abrieron el baúl y sacaron una mesa sobre la que pusieron agua, gaseosas y bolsitas con caramelos. “Hace años que nos paramos a compartir lo poco o mucho que tenemos, según la época, pero nos llena de alegría y sentimos que hacemos bien”.

Julián se paseó varias veces con su bolsa de naranjas entre los peregrinos de Isonza, Payogasta, Cafayate. Todos tomaban la dulce fruta y su bolsa nunca estaba vacía.

Y por estos ejemplos de perseverancia, de conjugación del verbo “creer” en todos los tiempos, uno agradece el Milagro de cada septiembre. Acaso porque inyecta en los sentimientos la necesidad de volver una y otra vez a caminar entre oraciones, a abrazar la esperanza, a mirar otros pies y otras caras... a lograr el milagro. Porque honrar la fe de un pueblo es contar con la certeza de que arriba, en el cielo, un hilo invisible acorta las distancias y elimina todo tipo de imposibles.

“No me tienes que dar porque te quiera/ porque aunque lo que espero no esperara/ lo mismo que te quiero, te quisiera”. 

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