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La Noche de los Lápices: ¿Qué fue lo que pasó el 16 de septiembre de 1976?

El 16 de septiembre de 1976, grupos de tareas de la policía bonaerense y del Ejército secuestraron, sometieron a vejámenes e hicieron desaparecer a los jóvenes que reclamaban por el boleto estudiantil en La Plata. Tenían entre 16 y 18 años.
Lunes, 16 de septiembre de 2019 17:47

 

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Por Eduardo Anguita y Daniel Cecchini

 

Todos los años, con los primeros días de septiembre las calles de La Plata se inundan con el olor de sus emblemáticos tilos que empiezan a florecer. Pero para septiembre de 1976, a menos de seis meses de la instalación de la última dictadura argentina, el aroma de los tilos se mezclaba con los del miedo y la muerte.

La represión ilegal –comandada por el jefe de la Policía Bonaerense, coronel Ramón Camps, secundado por el comisario Miguel Etchecolatz– estaba haciendo estragos en la ciudad y uno de sus focos eran los estudiantes universitarios y secundarios de la ciudad.

Desde finales de la década de los '60, la Universidad Nacional de La Plata y sus colegios secundarios habían sido centros de intensa actividad política, con una gran participación de docentes y estudiantes en las agrupaciones de izquierda y de la tendencia revolucionaria del peronismo.

Para reprimirlos, desde las primeras horas posteriores al golpe del 24 de marzo, los grupos de tareas de las Fuerzas Armadas y de la Policía se habían adueñado de las calles y cada noche agregaban muchas nuevas cuentas al interminable rosario de secuestros y desapariciones de estudiantes, docentes, profesionales y trabajadores de la ciudad.

Faltaba poco para que las fuerzas represivas instalaran en las afueras uno de los Centros Clandestinos de Detención más sofisticados de la dictadura, La Cacha, donde equipos conjuntos del Ejército, la Policía y el Servicio Penitenciario Bonaerense llevarían a cabo la última fase de la tarea de exterminio.

Para septiembre, el terror se había adueñado de la ciudad en general y del ambiente estudiantil en especial. No sólo en las Facultades, sino también en los secundarios, principalmente en los tres que dependían de la Universidad: el Colegio Nacional, el Liceo Víctor Mercante y la Escuela de Bellas Artes.

Los preparativos de los festejos para el Día del Estudiante, el 21 de septiembre, no se parecían en nada a los de los años anteriores. No había nada para celebrar y mucho que temer.

La(s) noche(s) de los lápices

Entre el 9 y el 21 de septiembre, los grupos de tareas secuestraron a diez estudiantes de colegios secundarios de ciudad, militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y de la Juventud Guevarista, en un hecho que quedó escrito con sangre en la historia argentina reciente como "La noche de los lápices". Por la noche del 16, cuando perpetraron la mayoría de los secuestros.

De los diez secuestrados, María Claudia Falcone, María Clara Ciochini, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Daniel Racero y Francisco Muntaner continúan desaparecidos, mientras que Emilce Moler, Pablo Díaz, Gustavo Calotti y Patricia Miranda fueron finalmente "blanqueados" por la dictadura y quedaron a disposición del PEN, como la dictadura catalogaba a los presos políticos sin proceso.

El relato posterior sostiene que fueron secuestrados porque participaban de la lucha por la creación de un boleto estudiantil en la ciudad -esas movilizaciones se habían realizado un año antes, en 1975, durante el gobierno de Isabel Perón- pero en realidad estaban "marcados" por la dictadura como "delincuentes subversivos" por sus militancias políticas. Tenían entre 16 y 18 años.

Testimonio de una sobreviviente

La madrugada del 17 de septiembre de 1976 Emilce Moler, estudiante de quinto año de la Escuela de Bellas Artes, de 17 años, escuchó unos golpes brutales en la puerta de su casa. Segundos después, un grupo de tareas la había invadido.

"Estaban todos encapuchados, sin identificación y entraron gritando 'Ejército Argentino'. Encañonaron a mis padres y les dijeron que venían a buscar a una estudiante de Bellas Artes. No dijeron ni siquiera mi nombre, nunca lo dijeron. Y yo creo que en eso hay un simbolismo fuerte, muy fuerte: lo que venían a buscar era a una estudiante y la venían a buscar por su militancia", recuerda 43 años después.

Emilce Moler es hoy profesora de Matemática, máster en Epistemología y doctora en Bioingeniería. Hace 43 años soñaba terminar el secundario y entrar en la Universidad, peo esa noche iniciaría un calvario que duraría tres años y que le cambiaría la vida para siempre.

Esa madrugada, Emilce ya sabía que habían secuestrado a sus compañeras Claudia Falcone y María Clara Ciochini la tarde del 16 de septiembre, cuando estaba en la Escuela de Bellas Artes dependiente de la Universidad Nacional de La Plata discutiendo con otros compañeros qué actividades harían durante la Semana de la Primavera.

"Vino alguien a avisarme que las habían secuestrado y entré en pánico. Había estado con Claudia y María Clara los días anteriores y sabía que estaban viviendo en la casa de la tía de una de ellas, la tía Rosita, porque ya no podían quedarse en sus casas, no era seguro", dice.

Justo esa noche

Emilce tampoco estaba viviendo en su casa, pero había decidido que esa noche volvería porque habían empezado a cerrársele las puertas solidarias. Por miedo y ya no tenía donde esconderse.

"Había agotado todas las puertas que se podían abrir y no había más lugares. Mis padres ya sabían que militaba, yo se los había blanqueado, y mi papá, con ese sentido común de aquellos tiempos, me decía que era mejor que me quedara en casa. 'Si te quedás en casa demostrás que no sos sospechosa, pero si te vas a otro lado te estás mostrando como culpable', me decía con la simpleza que la gente común analizaba las cosas en esa época", recuerda.

Al saber del secuestro de sus compañeras, Emilce corrió al teléfono público más cercano y llamó a su padre. Le pidió que la fuera a buscar a la Escuela, rápido. Ni se le ocurrió irse sola hasta su casa.

"Cuando supo lo que había pasado, mi viejo dijo que nos fuéramos a Mar del Plata, donde teníamos un departamento, pero yo le dije que no, que no podía dejar a mis compañeros, que no podía dejar la militancia", dice y asegura que no había ningún heroísmo en esa decisión, sino que era lo que sentía que tenía que hacer, que un militante no abandona a sus compañeros ni su lucha.

Esa noche cenó en su casa con sus padres y su hermana y se fue a dormir intranquila, sabiendo que estaba en peligro. La despertaron los golpes brutales en la puerta y una voz desconocida que gritaba: "Ejército Argentino".

"No podían creer que era yo"

Cuando la vieron, los secuestradores se desconcertaron un momento, no podían creer que era ella a quién habían ido a buscar. Emilce les pareció una nena.

"Hubo toda una situación, porque me vieron a mí tan chiquita, en piyama, tan pequeñita que era, uno de ellos dijo: 'Esta es muy chiquita' y casi se llevan a mi hermana. Pero no, la de Bellas Artes era yo. Yo seguía en piyama y mi mamá les pidió que me dejaran cambiar. Me puse un gamulán, que siempre lo adoré porque lo pude tener un tiempo y me permitió cobijarme de tanto frío. Apenas me vestí, me vendaron y me subieron a un auto. Después supe, porque me contaron mis padres, que había sido un operativo muy grande, que había muchos autos. Ahí comenzó el terrible periplo de mi desaparición, que duró varios meses.

La llevaron al Centro Clandestino de Detención conocido como el Pozo de Arana, donde se encontró con los otros estudiantes secuestrados.

"Cuando llegamos al lugar, nos desnudaron y nos empezaron a hacer preguntas. El que me interrogaba era una persona grandota, no le respondí lo que me preguntó y me pegó mucho. Esto demuestra lo que representábamos más allá de las edades, de los cuerpos: éramos el enemigo. Las cosas empeoraron cuando se enteraron de que era hija de un policía, porque mi papá me estaba buscando. El 23 de septiembre, nos sacaron a todos en un camión y empezaron a bajar a Claudia, a María Clara, a Horacio, que eran los chicos que yo reconocía. Ahí se bifurcó la historia; yo seguí con Patricia. Nos llevaron al Pozo de Quilmes y después otro centro clandestino en Valentín Alsina. En diciembre nos comunicaron que estábamos a disposición del Poder Ejecutivo. Me llevaron a la cárcel de Devoto en enero de 1978″,  relata.

Volver a vivir

Cuarenta y tres años después, Emilce Moler recuerda como una paradoja que durante su secuestro, mientras vivía minuto a minuto sin saber si la matarían o sobreviviría, su mayor preocupación era que iba a quedar libre en el colegio.

"Yo estaba en Arana y contaba los días que iba perdiendo y les decía 'voy a quedar libre por faltas, voy a perder el año'. No dimensionaba que iba a perder la vida. Voy a perder el año, decía, pero bueno, son esas pulsiones de vida que uno tiene para seguir viviendo", dice.

Si sobrevivía, se prometió, terminaría el secundario y seguiría estudiando. Por eso, casi tres años después, apenas pudo salir de la cárcel con un régimen de libertad vigilado, su puso a estudiar y en poco tiempo dio todas las materias libres para obtener su título.

 

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