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Walter Manucha, el científico mendocino que busca combatir al COVID-19 con vitamina D

El investigador del CONICET fue uno de los 64 elegidos por el Ministerio de Ciencia y Tecnología para recibir financiamiento para su trabajo sobre el coronavirus. En diálogo con DEF explica en qué consiste su estudio.
Sabado, 17 de octubre de 2020 15:31

“Si nuestra hipótesis se confirma, vamos a poder tratar al paciente de COVID-19 con vitamina D, mientras aguardamos la llegada de la vacuna”, dice el doctor Walter Manucha, investigador del CONICET y director del Laboratorio de Farmacología Experimental Básica y Traslacional, con visible optimismo sobre esta alternativa esperanzadora para combatir la pandemia que puso en jaque al mundo.

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“Si nuestra hipótesis se confirma, vamos a poder tratar al paciente de COVID-19 con vitamina D, mientras aguardamos la llegada de la vacuna”, dice el doctor Walter Manucha, investigador del CONICET y director del Laboratorio de Farmacología Experimental Básica y Traslacional, con visible optimismo sobre esta alternativa esperanzadora para combatir la pandemia que puso en jaque al mundo.

En mayo de este año, a través de un concurso que organizó la Agencia de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+I), el Ministerio de Ciencia y Tecnología lo eligió junto a otros 64 investigadores locales para otorgarle un subsidio de 100.000 dólares con el objetivo de financiar sus estudios.

Manucha, junto a su equipo de colaboradores, estudia desde hace 15 años la relación entre esta vitamina y los procesos inflamatorios, pero no fue hasta que se desató el coronavirus que pudo poner en práctica buena parte de los conocimientos adquiridos. “Cuando empezamos a leer sobre esta virosis, veíamos que uno de los problemas más graves que teníamos que enfrentar era el cuadro inflamatorio del paciente. Empezamos a atar cabos sueltos, porque no encontrábamos en la literatura nada concreto, solo evidencia indirecta y, entonces, se nos ocurrió que podíamos suministrar vitamina D para tratar la enfermedad”.

A pesar de que, hace menos de una semana, recibió la noticia de que la prestigiosa revista internacional Nanomedicine aceptó una publicación sobre este mismo tema, Walter es cauto y se encarga de ponerles un freno a su ansiedad y entusiasmo: “Es importante destacar que el tratamiento pretende estimular al sistema inmunológico, dado que la vitamina D tiene propiedades que favorecen desde el punto de vista terapéutico al paciente, pero esto no implica una cura mágica o tan eficiente como podría ser el diseño de una vacuna, que es lo que se está esperando”.

-¿En qué estado está la investigación?

-Por suerte, llevamos un tiempo importante haciendo esto. Empezamos a reclutar pacientes a principios de agosto en los distintos servicios que se fueron activando en CABA y Gran Buenos Aires. En las próximas semanas, cuando se termine la aprobación de los comités provinciales, podremos activar centros y hospitales en Mendoza, y también avanzar en otros lugares como Santa Fe, Córdoba y Tucumán, porque cambió la distribución geográfica de la aparición del virus, y se ha desplazado desde la Capital Federal hacia el interior.
-Es decir, van a poder hacer más pruebas.

-Esto es importante porque vamos a poder llegar también, en un tiempo prudencial, al número de pacientes que necesitamos para tener la robustez estadísitica necesaria a la hora de argumentar que, efectivamente, la hipótesis que hemos planteado es certera. Lo que queremos demostrar es que altas dosis de vitamina D pueden hacer que un paciente, que ya es positivo diagnosticado de SARS-CoV-2 o padeciente de COVID-19, tenga un pronóstico más alentador que aquel que no reciba esa alta dosis de vitamina D.

-¿Cuáles son las características del estudio?

-Nuestro ensayo es prospectivo, doble ciego, contra placebo y randomizado. ¿Qué quiere decir eso? Que hay pacientes que van a recibir una carga, pero de una sustancia inocua o sea, que no van a recibir la vitamina D, mientras que otros van a recibirla. Eso es importante para descartar lo que se conoce en la investigación farmacológica como efecto placebo. “Doble ciego” significa que ni el paciente ni el médico tratante saben lo que están entregando, lo cual evita el sesgo, el condimento que puede embarrar el elemento más importante de la investigación, que es la realidad que uno quiere evaluar. El paciente y el doctor reciben una caja con una codificación, un código, que es lo que se ingresa en la historia clínica del paciente al nivel central y, conociendo la randomización de ese código, se sabe si ese paciente recibió el placebo o si recibió efectivamente la droga. Para finalizar, se deben ver los estudios, de manera de determinar si la hipótesis fue válida.

-¿Qué pasa en otros países respecto a este tratamiento?

-Hoy en día, el mundo habla de la vitamina D como un poderoso regulador del sistema inmunológico, lo cual es un valor agregado a consecuencia de esto. Nosotros estamos recibiendo noticias de que distintos países están proponiendo y sugiriendo elevar los niveles de vitamina D, porque no son suficientes las recomendaciones que había hasta ahora siguiendo las guías prepandemia. En la actualidad, por la necesidad de reforzar todo lo que es el sistema inmune, se están cuadruplicando y hasta quintuplicando los valores de vitamina D que estaban establecidos antes de todo esto.

Por ejemplo, el grupo de investigación del doctor Grant en los Estados Unidos, que es uno de los equipos con mayor prestigio internacional en la materia, está recomendando las mismas cantidades que habíamos estado analizando y recomendando nosotros y que, de alguna manera, estamos previendo para la población aquí en la Argentina.


-¿Cuál es la cantidad que se recomienda?

-Se recomiendan 4000 unidades internacionales diarias (que es como se miden las cantidades), lo que supera con creces las guías y las recomendaciones diarias que se sugerían antes y que se podían ingerir simplemente con tomar sol y consumir alimentos que aportan importantes cantidades de vitamina D, como pescado, lácteos y huevo. Es imposible alcanzar esos niveles únicamente tomando sol y con esa dieta. Por eso, siempre mediante un estricto control médico, hacen falta ciertos suplementos que puedan aportar un nivel por encima de lo convencional. Ahora bien, si el individuo es obeso o tiene un sobrepeso importante, la recomendación se inclina a sugerir 6000 unidades.

-Como parte de la ciencia local, ¿qué te pasa cuando sabés que el equipo que liderás y otros científicos están logrando buenos resultados en sus investigaciones?

-Tenés sensaciones encontradas. Conozco a mucha gente que se fue del país y no volvió, en épocas críticas desde el punto de vista económico. A veces, tiene más visibilidad el deporte que lo que se hace desde el ámbito científico. Hace muchos años, yo aprendí algo que no tiene por qué ser la verdad absoluta: el destino de un país depende, entre otras cosas, del conocimiento, que es un acervo invaluable. Uno ve que lo que se está haciendo en la Argentina y cómo se logra avanzar, contra viento y marea, y es emocionante. A pesar de las dificultades, el científico, el investigador y el becario argentino se sobreponen y son resilientes. Muchas veces, mientras más presión tenemos, mejores resultados obtenemos. Eso no se ve en otros países.

-¿En qué otros lugares has trabajado y qué percepción te quedó de esas experiencias?

-Tuve la oportunidad de estar en Estados Unidos, en Europa, de trabajar en el Reino Unido y en Irlanda, y allá la realidad tiene otro matiz: si ellos no cuentan con el material adecuado, no trabajan. Acá, en cambio, le buscamos la vuelta, nos asociamos y hasta ponemos dinero de nuestro propio bolsillo. Entonces, cuando nos dan un espaldarazo como el que recibimos del gobierno, eso representa un aliciente. Es un estímulo para los que seguimos apostando a nuestro país; confirma que no nos equivocamos. También habría que destacar al equipo sanitario: hemos demostrado que pudimos sobreponernos, a pesar de lo que decía el “diario del lunes”, a una enfermedad que no se conocía. Estamos aprendiendo todo el tiempo. Tengo sensaciones encontradas: tristeza y dolor por lo que cuesta, pero sabiendo que hemos sido históricamente un país resiliente no solo desde la economía sino también en el ámbito científico. Muchas veces, los premios Nobel, como los brillantes ejemplos de Milstein o Leloir, recibían apoyos desde el extranjero. Hoy muchos argentinos nos hemos quedado haciendo las cosas desde acá.

-¿Quiénes te acompañan en esta investigación?

-Fundamentalmente, participan dos nefrólogos: el doctor León Ferder y el doctor Felipe Inserra, de la Universidad Maimónides. Venimos trabajando, codo a codo, en distintos ensayos respecto de esto. También están el doctor Javier Mariani , la doctora Laura Antonietti y el doctor Carlos Tajer del Hospital El Cruce y la Universidad Arturo Jauretche, que cuentan con una trayectoria en el diseño clínico de investigación en fármacos. Todos ellos son de un valor increíble.


-Muchas veces, por necesidad, se nos pasa por alto que la ciencia tiene tiempos y que son parte de sus procesos. ¿Cuál es el principal error que cometemos con la ciencia y qué deberíamos hacer para comprenderla mejor?

-Yo no sé si llamarlo error, pero hay una necesidad de creer en el pensamiento mágico. Obviamente, los educadores y los especialistas en temas neurocognitivos lo tienen mucho más en claro que yo. Pero hay una suerte de “pensamiento mágico” que busca la resolución práctica, rápida y eficiente. En la ciencia, no suele darse eso; suele haber un tiempo, una suerte de decantación y error, siempre con el método científico y rigor estadístico. Se discute con el resto de la comunidad científica para sumar un conocimiento nuevo con el aporte de miles de mentes que trabajan en forma constructiva y solidaria. Un ejemplo es la famosa vacuna rusa. ¿Cuál es la duda? Que los rusos no han compartido con el ambiente científico todo su desarrollo. Nadie dice que la vacuna sea ineficiente, pero hay dudas porque, dentro del paradigma y el método científico, está justamente la importancia de compartir y poder replicar las experiencias para que el resultado sea unívoco. Para poder reproducirlo y validarlo, tenés que tener todos los datos. Por supuesto, si está bajo el desarrollo de una fórmula nueva que pueda ser patentable, hay ciertos requisitos. De todos modos, el experimento tiene que estar inscripto en ciertas entidades u organismos internacionales que deben saber qué se está haciendo.

En nuestro caso, más allá del aval de 15 años de conocimiento y de deducción indirecta, hoy en día, por más de que nuestro estudio no haya concluido, existen otros como uno que se desarrolla en Córdoba (España) que han determinado que ningún paciente recibió internación. Todos habían sido diagnosticados con COVID-19 y recibieron una dosis alta de vitamina D. La evolución fue tan buena que hubo muy pocos hospitalizados y, de los que lo fueron, ninguno requirió respiración mecánica asistida. Poniendo claro sobre oscuro, suele haber una presión de la prensa que te predispone o te indispone con la opinión pública. Hay que tener mucho cuidado con qué y cómo se informa. En ese sentido, debemos ser estrictos y cuidadosos con las palabras. El contexto es el de una sociedad sensible, cansada y agobiada desde lo económico, lo psicológico y lo patológico. Si reciben una información que no es correcta, las personas se pueden agolpar en la farmacia para comprar la “cura milagrosa” cuando todavía no se tiene el dato final. Ese es el riesgo de la información errónea.

 

Fuente: Infobae
 

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