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"­Argentinos, a las cosas, a las cosas!"

Sabado, 12 de diciembre de 2020 01:42

El 27 de noviembre de 1939, en el contexto de una España despedazada por una cruenta guerra civil y el establecimiento de la dictadura franquista e inmersa en un continente que se adentraba en los horrores de la Segunda Guerra Mundial; José Ortega y Gasset pronunciaba en la Municipalidad de la Plata su conferencia: "Meditación del pueblo joven". En ella pronunció una frase que hoy, 81 años más tarde, todavía nos interpela y nos demanda su atención.

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El 27 de noviembre de 1939, en el contexto de una España despedazada por una cruenta guerra civil y el establecimiento de la dictadura franquista e inmersa en un continente que se adentraba en los horrores de la Segunda Guerra Mundial; José Ortega y Gasset pronunciaba en la Municipalidad de la Plata su conferencia: "Meditación del pueblo joven". En ella pronunció una frase que hoy, 81 años más tarde, todavía nos interpela y nos demanda su atención.

"­Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas, directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal"

El párrafo, además de magnífico, es elocuente. Ya en ese momento, y en un mundo de ocho décadas atrás, el gran filósofo español había ahondado en nuestros complejos y había hecho uno de los más brillantes diagnósticos del "problema argentino" que todavía nos aqueja.

El "no hacer", el "no abrir nuestro pecho a las cosas ocupándonos y preocupándonos de ellas", en contraposición al perdernos en meandros inconducentes, en discusiones fútiles y poco profundas, en posturas defensivas cuya intención es siempre sólo echar las culpas y las responsabilidades en otros; fuera de nosotros mismos. El llevar todo al plano personal y, por ende, acusatorio, pero dejando de lado adrede la verdadera esencia de las cosas y de los problemas.

Jamás encarando de frente un tema sino quedándonos en su periferia; soslayándolo.

Ortega y Gasset también menciona nuestra potencialidad egregia, trabada y bloqueada por nuestra propia personalidad. Y en sus palabras, pareciera esconderse una cierta tristeza y una frustración latente al vernos incapaces de convertir esa potencia egregia en acto.

Congelados en el tiempo

Nada ha cambiado desde entonces. El problema es el mismo, y tanto el diagnóstico como la dificultad siguen vigentes. Seguimos igual de estancados como cuando nos dirigiera esas palabras. No fuimos capaces de diseñar nuestro futuro entonces, tanto como no estamos siendo capaces de hacerlo ahora.

Invertir con una mirada de largo plazo implica tener la voluntad de hacer sacrificios hoy en pos de un beneficio futuro. "Las ideas que nos hacemos del futuro lo moldean y lo forjan" suele afirmar Jacques Attali, reconocido asesor de una cantidad inimaginable de presidentes franceses.

¿Cuál es nuestra visión colectiva sobre el futuro? ¿Acaso nos hacemos, como sociedad, esa pregunta? ¿Acaso trabajamos en forma conjunta y como un todo en la búsqueda de esa respuesta? ¿Acaso nos ocupamos, con seriedad, de forzar un debate maduro y responsable, que enfrente por una vez a esa tan simple pero tan compleja pregunta?

Pensar el futuro implica saber exactamente dónde estamos parados, pero con la mirada muy por encima de la coyuntura de manera tal de evitar que esta nos devuelva al barro de lo cotidiano. De lo pasajero. En nuestro caso, siempre barroco.

El "dónde estamos" es fácil de responder. Nos encontramos en un punto donde un jugador de fútbol, o cualquier persona desconocida que se torna famosa de manera efímera y que, en general, no tiene vergenza alguna en hablar de temas que debieran ser de su propia esfera íntima y privada, ganan en atención, cobertura y horas de discusión y "debates" por sobre cualquier otro tema que debiera ser considerado serio o, cuanto menos, preocupante.

Y cuando estos temas son de alguna manera cubiertos, lo hacemos con una ligereza, con una superficialidad y con un apuro por pasar al siguiente ítem de la lista, que no deja de ser llamativo. Como si nos asustara el abordar un mismo tema desde distintas perspectivas, visiones o pensamientos. Como si temiéramos a la profundidad. A la hondura.

Nos encontramos en un lugar donde ese jugador de fútbol o ese efímero famoso ganan en un mes lo que un científico, un médico, un maestro, un profesor universitario o un burócrata honesto no podrían soñar en ganar ni en toda una vida de trabajo. Donde se entroniza la mediocridad de pensamiento, de acciones y de resultados, y se permite que esta avance aún más en todos los ambientes donde sea posible.

Y cuesta abajo

Nos hemos convertido en un país donde la ostentación pornográfica de riqueza espuria es reivindicada, mientras quienes obtienen su riqueza por esfuerzo, talento y mérito son denostados y perseguidos o, cuando menos, no valorados.

Vivimos en un país que combate y que demoniza al capital y ahuyenta, con sus hechos y dichos diarios, a la inversión que con tanta desesperación necesitamos para poder revertir el desempleo y la pobreza estructural que nos oprime.

Donde es políticamente correcto rasgarnos las vestiduras mientras recitamos sus atroces porcentajes, pero donde, en realidad, no hacemos nada más allá de vociferar esos lamentos con una impostada teatralidad.

Vivimos en una país loco, furibundo y desmesurado, como alguna vez lo definió el periodista Miguel Wiñazki. Somos un país enajenado, dividido, carente de empatía, de identidad, de sueños y de aspiraciones. 

Vivimos en un país que se ha convertido que hemos convertido, en un lugar por completo inviable. Y cada día es más evidente la necesidad de cambiar el rumbo. 

Un país que vive en un estado de crisis inquebrantable, siempre inmerso en una situación de incertidumbre y volatilidad inalterables. 

En un contexto complejo de marchas y contramarchas, de una confusión generalizada y de contradicciones permanentes. Un lugar donde los valores se siguen atenuando y disolviendo día a día y donde no es fácil encontrar referentes morales a los cuales anclarse. Un país donde la ley es arbitraria, administrada con discrecionalidad y en el que, por lo tanto, se carece de justicia. 

Aprender de la historia

Un lugar en el que impera el culto a la ignorancia y a la vulgaridad; que no busca la excelencia ni premia el mérito, mientras declama por una igualdad de oportunidades que no trata de generar de una manera genuina. 
Mientras sigamos buscando desentendernos de las lecciones del pasado como una herramienta que nos permite comprender el presente e imaginar y diseñar el futuro; mientras sigamos perseverando en esta conducta dañina y sigamos haciendo, todos los días, más de lo mismo...

¿Nos estamos permitiendo a nosotros mismos y a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos, tener otra alternativa a la de seguir cavando más profundo en el hoyo en el que caímos y del que nunca logramos o buscamos o queremos salir?

Quizás haya llegado el momento de escuchar, por fin, esas palabras pronunciadas con tanta claridad 80 años atrás y que, aún hoy nos interpelan mientras sus ecos resuenan diciendo: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!” 

 

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