Lo recuerdo llegando a un café de la calle Balcarce, a donde nos reuníamos escritoras y escritores. A menudo traía un libro. Una vez llegó con un libro mío, “Las viñas del Amor”, que él estaba leyendo.
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Lo recuerdo llegando a un café de la calle Balcarce, a donde nos reuníamos escritoras y escritores. A menudo traía un libro. Una vez llegó con un libro mío, “Las viñas del Amor”, que él estaba leyendo.
-Me llamó mucho la atención el personaje del abuelo Blas -me dijo-, ese inmigrante español que funda una gran familia de bodegueros en los Valles Calchaquíes.
Entonces advertí que ese abuelo Blas tal vez le recordaba a sus antepasados, porque Hipólito Rodríguez Piñeiro era gallego y había llegado a la Argentina muy joven. Su familia provenía de esa Galicia helada y mágica, de peregrinaciones y poesía galaicoportuguesa. Sabía que él había llegado a Buenos Aires, que estudió filosofía en la UBA en años gloriosos, y que vino como profesor a la Facultad de Humanidades de la UNSa en donde ejerció el cargo de decano, dio clases y desplegó una brillante actividad académica. Su vida fue una historia de lucha, siempre amparada por su clara inteligencia, su rigurosa lógica y su lúcida y sensible mirada.
-Me inspiré en mi propio abuelo materno -le dije- que era de Castilla y León, la tierra del Cid Campeador.
Hipólito sonrió y sentí en esa sonrisa la respuesta del lector.
En otra ocasión hablamos de Borges y me preguntó si recordaba el texto “Delia Elena San Marco” de El hacedor, que evocaba por cierto a Beatriz Elena Viterbo, la protagonista de “El Aleph”. Las dos Elenas, las dos mujeres celestes a la manera del “dolce stil nuovo”... Le dije que sí y a la semana siguiente llevé el texto para leerlo. Él lo recordaba casi de memoria.
Así es -dijo Hipólito- ese nombre, como el de mi mujer, Elena.
Transcribo una parte del cuento borgiano:
Nos despedimos en una esquina del Once.
Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me decía adiós con la mano.
Un río de vehículos y gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba a saber yo que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto. (...)
Uno año después falleció Elena Altuna, la esposa de Hipólito y al poco tiempo, su hija querida, María. ¿Qué había leído con su inteligencia luminosa en ese relato? ¿Por qué lo evocaba?
Quizás: El antiguo estupor de la elegía (...) yo que soy tiempo y sangre y agonía, de otro célebre poema borgiano.
Licenciado y doctor por la UBA
Hipólito Rodríguez Piñeiro, nacido en 1932, falleció el 10 de diciembre de 2020 en Vaqueros. Era licenciado y doctor en Filosofía por la UBA. Fue decano de la Facultad de Humanidades de la UNSa en dos oportunidades, profesor de Introducción a la Filosofía, Metafísica y otras asignaturas. Escribió el libro “Fenomenología, hermenéutica y diferencia”. Fue nombrado profesor extraordinario y consultor. Era un intelectual y luchador por la universidad pública que formó a varias generaciones.