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Caso Guantay: un homicidio marcado por la narcocriminalidad

Daniela Guantay estaba inmersa en un entorno narco que terminó con su vida.
Viernes, 28 de febrero de 2020 02:29

El espantoso femicidio de Daniela Guantay (22) está vinculado a la narcocriminalidad. Un grupo de personas conocidas por todos en el barrio 17 de Octubre, donde ultrajaron y mataron a la joven, se dedicaba a vender y consumir estupefacientes. Desde un primer momento el crimen tuvo sesgos mafiosos, con prácticas de torturas similares a las utilizadas en la dictadura militar en Argentina. Tras el fallo dictado ayer por el Tribunal de la Sala VII surge el interrogante: ¿seguirán apareciendo víctimas como Daniela Guantay?

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El espantoso femicidio de Daniela Guantay (22) está vinculado a la narcocriminalidad. Un grupo de personas conocidas por todos en el barrio 17 de Octubre, donde ultrajaron y mataron a la joven, se dedicaba a vender y consumir estupefacientes. Desde un primer momento el crimen tuvo sesgos mafiosos, con prácticas de torturas similares a las utilizadas en la dictadura militar en Argentina. Tras el fallo dictado ayer por el Tribunal de la Sala VII surge el interrogante: ¿seguirán apareciendo víctimas como Daniela Guantay?

Una vez más el femicidio atroz de una joven tiene como desenlace judicial la pena máxima para los responsables. A esta altura parecería ser que el fin justifica los medios, sin embargo habría que insistir y preguntar: ¿por qué el Estado no fue capaz de evitar lo evitable?, ¿por qué volvió a fallar?

En la mayoría de los casos donde el machismo imperante en sociedades como la salteña termina consumiendo la vida de una mujer en un contexto de violencia de género, el resultado muerte podría haberse evitado. Cierto es que no todas las agresiones contra las mujeres desembocan en un feroz delito como el femicidio, es función del Estado velar por todas las alarmas que surgen desde el primer momento en que una víctima da señales. En ese sentido se estará protegiendo a las mujeres y se podría evitar un desenlace extremo.

No deja de sorprender cómo en audiencias como las que se llevaron a cabo en el Salón de Grandes Juicios desde el 4 de febrero hasta ayer, los testigos naturalizan un contexto narcocriminal en el que viven y son parte.

Ayer, en sus últimas palabras, la llamada "Marisol", Griselda Marisel Urzagaste, dijo estar arrepentida por ser "una persona adicta" y pidió perdón. Fue la misma mujer que días previos al hallazgo del cuerpo de Daniela Guantay había advertido a su madre sobre el presunto femicidio. El 7 de marzo de 2017, cerca de las 4, el cuerpo de la víctima fue encontrado en el río Mojotoro. Esa madrugada Marisol, completamente drogada, dijo que se habían mandado una cagada porque le robaron la droga al hermano del Gordo Julio -Monasterio- y por eso "le habrían cortado las manos a Daniela".

El femicidio de Daniela se perpetró en la zona norte, no muy lejos de la Ciudad Judicial, la Alcaidía, la Universidad Nacional de Salta y diferentes lugares como centros vecinales o de salud, además de comisarías. Escenarios donde jóvenes que concurren a merenderos terminan involucrados en aberrantes asesinatos como los de Guantay. Después de la pena máxima y el leve consuelo para una madre que nunca más podrá ver a su hija, este tipo de historias: ¿cambiarán alguna vez?

 

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