Lejos de mi tierra, extrañándola más que nunca, atrapada en un huracán de información, tratando de mantener la calma y no perder la capacidad de pensamiento crítico, escuchando demasiadas noticias sombrías, especialmente las del último viernes, estallé de indignación y publiqué en las redes un grito ciudadano de auxilio, un aullido de bronca, que igualmente no mitigó mi impotencia.
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Lejos de mi tierra, extrañándola más que nunca, atrapada en un huracán de información, tratando de mantener la calma y no perder la capacidad de pensamiento crítico, escuchando demasiadas noticias sombrías, especialmente las del último viernes, estallé de indignación y publiqué en las redes un grito ciudadano de auxilio, un aullido de bronca, que igualmente no mitigó mi impotencia.
Una fotografía
Dentro de la rutina que impone este aislamiento, adjudico un período de tiempo – que se extiende más de lo necesario – a desplazar la pantalla del celular en forma ascendente, dándole salvoconducto a todo el material audiovisual que circula, mayoritariamente apocalíptico, pero… una fotografía logró liberarme momentáneamente del estado en que estaba sumida.
La vieja estación
Por un rato, el abatimiento se corrió, abriéndole la puerta a buenos vientos.
Veía la fotografía de la vieja estación de El Carril, a la que suelo ir con frecuencia cuando ando por allá, disfrutando de los famosos y populares festivales, compartiendo esos domingos amigueros, sin que falten asados, dulces y música.
Estaba diferente
Las sillas blancas de siempre, prolijamente ubicadas, respetando la distancia que impone esta pandemia, ocupada por los carrileños que andan ya transitando el camino donde la seguridad social debe asistirlos, tranquilos, cuidados, esperando dignamente.
Gracias
A muchos kilómetros de distancia, en una ciudad de la provincia de Buenos Aires, llamada Junín, respetuosa de la cuarentena y con la sensibilidad agudizada y emocionada de ver esa imagen de pueblo de El Carril, dándome cuenta que no todos los funcionarios son iguales, que en tiempos de crisis algunos logran optimizar el sentido común, conjugando lo importante y lo urgente, sin perder la visión humanitaria.
Gracias, y me tomo el permiso de nombrarlo a Efraín Orosco por pensar en la salud y la dignidad de quienes hoy, son los más vulnerables.