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Apadi de Tartagal parece haberse quedado, paradójicamente, sin amigos

Los adultos con capacidades especiales del norte provincial están viviendo una situación angustiante, por falta de aportes y de voluntarios que asistan a la institución que los contiene y les brinda algún oficio.
Martes, 02 de junio de 2020 03:08

¿Qué hacen los adolescentes con capacidades especiales quienes al cumplir los 14 años no pueden seguir asistiendo a las escuelas de nivel primario de la zona?

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¿Qué hacen los adolescentes con capacidades especiales quienes al cumplir los 14 años no pueden seguir asistiendo a las escuelas de nivel primario de la zona?

¿Dónde adquieren alguna destreza, alguna herramienta laboral o se forman en algún oficio para ganarse la vida, ya que muchos están desprotegidos y sin un ambiente donde se sientan contenidos?

Ese fue el sentido, la razón de ser de la Asociación de Padres y Amigos del Discapacitado (Apadi) creada hace más de 50 años en Tartagal.

Dentro de la educación actual, la Educación Especial es un capítulo aparte. Sus cambiantes paradigmas y normativas ligadas a la educación común marcan un camino de búsqueda de identidad propia que regule y contemple a estos sectores invisibilizados durante muchos años.

Pero la triste realidad es que los jóvenes y adultos con capacidades especiales de Tartagal y localidades vecinas que no cuentan con un entorno protector quedaron fuera de esa meta. El único espacio con el que contaban, hoy se encuentra sin poder funcionar por falta de recursos.

"Apadi es la Asociación de Padres y Amigos del Discapacitado, que se quedó sin amigos", expresa Claudia Méndez, representante legal de la institución. Si bien cuenta con edificio propio y talleres de oficios que se dictan en el lugar, que fueron construidos durante la gestión del exintendente Alberto Abraham, el mantenimiento y refacción corren por cuenta de los colaboradores, que cada vez son menos.

"Nosotros intentamos subsistir, porque hay muchas necesidades y es prácticamente imposible llegar a cubrirlas a todas, siempre estamos debiendo algo", explica.

Y agrega sin eufemismos: "Recibimos un subsidio por parte del municipio de 7 mil pesos mensuales y de ahí debe salir para pagar los servicios, porque como existe una comisión directiva no se puede pedir la eximición; de ahí sacamos también para la merienda de los chicos, ya que algunos se desmayan de hambre".

"Entre los pocos que siguen ayudando está el propietario de la panadería Habir, que hace años nos dona el pan", recuerda la representante legal.

Hace 3 años que la institución no cumple con las reglamentaciones que exigen la Dirección de Personas Jurídicas porque no hay quienes quieran integrar la comisión directiva y trabajar ad hoc, lo que muestra una de las facetas más reales pero a la vez más tristes del sentir y del actuar de muchos norteños.

Claudia expresa con resignación que ya no hay "padres y amigos; quedan muy pocos. Es difícil armar una comisión que tenga el compromiso de rescatar este lugar y eso dificulta que se puedan gestionar subsidios o generar proyectos". Claudia, lleva 9 años trabajando allí, sin remuneración alguna y en soledad, porque trabajar de esa manera sin recibir una paga implica recibir cientos de satisfacciones, pero claro, ninguna de índole material.

Sus inicios en Apadi

Claudia comenzó a trabajar en el voluntariado de Apadi cuando a su pequeño hijito "le diagnosticaron autismo, cuando iba a primer grado; buscaba una actividad extracurricular pero todo resultó un fracaso".

Recuerda que en ese momento de su vida, al cual enfrentaba junto a su familia sin encontrar un lugar acorde para las necesidades de su hijo, "llegué a Apadi, me encontré con una institución bastante olvidada. Allí se trabaja con gente desde 18 a 80 años, que ya las familias no se hacen cargo, como sucede cuando son niños", grafica al referirse a los padecimientos que atraviesan la mayoría de los discapacitados que se hacen adultos.

"Ingresé con la intención de trabajar para construir un lugar donde mi hijo pudiera concurrir y me enganché con esta misión porque amo a los chicos; creo que soy la única que conoce la casa de todos", dijo.

Claudia gestionó a través del Gobierno de la Provincia módulos alimentarios para poder brindarle comida a los asistentes a Apadi.

Jóvenes y adultos discapacitados

Apadi recibe a jóvenes y adultos discapacitados mayores de 18 años, con el objetivo de darles herramientas para que se defiendan en la vida adulta, ya sea con un oficio o una actividad que les genere alguna independencia.

"Algunos están con familias sustitutas o quedaron a cargo de algún vecino o de un hermano; muy pocos están con sus padres y a otros con el tiempo fuimos buscándoles familias sustitutas", explica en referencia a quienes no cuentan con un contexto de contención ni apoyo a pesar que son los más vulnerables.

Argentino es un fiel reflejo de esa realidad: vive en Apadi desde hace 3 años porque no tiene familia, es oriundo de Paraguay; estuvo muchos años en el hospital, sufrió mucho maltrato y personas que quisieron cuidarlo tuvieron serios problemas, porque en apariencia es un adulto de más de 45 años, pero por dentro siguen siendo un niño", explica la representante.

Los talleres, lamentablemente, siguen sin clases

Esta pandemia y la suspensión de actividades produjo el cierre de este espacio tan necesario para los cuarenta jóvenes y adultos discapacitados que tenían a Apadi como su lugar. Al regirse por la currícula organizativa del Ministerio de Educación de la Provincia, que solo paga el sueldo a los maestros sin ningún otro tipo de aporte, deben cumplimentar con todo lo dictaminado por dicha cartera y la suspensión de las clases presenciales.
Los talleres que hoy se encuentran cerrados son de cocina y repostería, pero “todo lo que se produce ahí es para que los chicos consuman. Tratamos de comprar la materia prima con la ayuda de todos. El taller de carpintería muchas veces no funciona por falta de materia prima, pero que sería fundamental para la capacitación en oficios de muchos chicos y chicas”, describe la mujer.

Y aporta: “En el taller de actividades prácticas tenemos una maquinita de coser vieja, con la que hacemos algunas cosas, pero al tener solo una máquina no todos pueden usarla y practicar. También se enseña a tejer desde con dos agujas hasta en unos telares que fabricaron, pero faltan lana e hilos”.
“Este taller es el que cuenta con más chicos por la diversidad de actividades y el que tiene a los chicos con mayor discapacidad como parálisis cerebral, o retrasos severos”, dijo la encargada.
“Por último tenemos el taller de Braylle, donde aprenden a utilizar las máquinas y la responsable es la señora Elda Palavecino, que lleva años en la institución”, describió Claudia a El Tribuno.

“Muchas veces los chicos nos piden hacer tareas, ellos lo toman como una escuela, llevan su carpeta y cartuchera los que pueden y para el resto tratamos de conseguir útiles a través de algunas personas que nos ayudan”, cuenta.
Algunos de los chicos y chicas fueron a la Escuela de Educación Especial cuando fueron niños, pero al cumplir la edad contemplada dentro de la normativa (14 años) y tras el abandono de muchas familias, otro caso a considerar, quedaron sin ningún tipo de asistencia educativa.
 

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