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La pandemia no da lugar a grietas

Miércoles, 15 de julio de 2020 02:15

El mundo que hoy nos toca afrontar implica un enorme desafío para la humanidad toda. Sin imaginarnos tal vez los tiempos que transita el devenir de las cosas insinúan desde ya, nos toca asumir conductas que jamás hubiéramos intuido como insalvables, ineludibles e irreductibles.

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El mundo que hoy nos toca afrontar implica un enorme desafío para la humanidad toda. Sin imaginarnos tal vez los tiempos que transita el devenir de las cosas insinúan desde ya, nos toca asumir conductas que jamás hubiéramos intuido como insalvables, ineludibles e irreductibles.

Quizás, el individualismo se encuentre herido de muerte frente a un necesario replanteo vinculado con la vida en común, donde no haya lugar para expresiones como "el no me importa el otro", o alguna otra afirmación con idéntica significación que aluda al "sálvese quien pueda".

La vida en común se ha tornado una permanente vigilia sobre la cruda estadística que nos tortura día a día acerca de la cantidad de infectados y extintos como consecuencia de la furiosa estampida de un virus desconocido e intrépido que no concede tregua alguna y que lentamente va minando una esperanza perdida cuando no carente de expectativas ciertas de superarse algún día.

Hoy más que nunca necesitamos apelar a la solidaridad social como modo de aunar esfuerzos comunes que nos habiliten a inmunizar la desazón y el desasosiego que penetra en las fibras más intimas de nuestro ser hasta hacernos bajar los brazos como si todo estuviese perdido.

"El amor comienza en casa y no es lo mucho que hacemos, es cuanto amor ponemos en cada acción..."; "Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más" (Madre Teresa de Calcuta).

El recuerdo de Juan Pablo II, ahora declarado por la Iglesia Santo, nos invita a recapacitar en cuanto que "no debe buscarse recompensa mayor que el amor mismo"; "El hombre es esencialmente un ser social; con mayor razón se puede decir que es un ser familiar". "La alegría es fuerza, en el amor es donde la paz se encuentra" (San Juan Pablo II).

En estas aciagas instancias no hay lugar para grietas ni divisiones entre los argentinos, pues se trata nada más y nada menos de la supervivencia de la especie humana, donde todos juntos y unidos debemos edificar una búsqueda que permita sobreponernos decorosa y dignamente a la peste cruel que ha venido a quedarse, quien sabe hasta cuándo y cuántas vidas más habrá de cobrarse.

Nuestros héroes tampoco pueden estar ajenos en este escenario que contribuya a abrevar en las fuentes de la historia política y social de nuestro pueblo como el bálsamo que sacia todos nuestros temores, dudas y miedos que acechan noche y día e impiden que seamos hombres libres.

El Gral. Manuel Belgrano decía: "El miedo sólo sirve para perderlo todo"; "La vida es nada si la libertad se pierde". Los generales José de San Martín y Martín Miguel de Gemes no le fueron a la zaga al creador de la Bandera nacional, pues el primero acuñó frases célebres como:

"Mi sable nunca saldrá de la vaina por opiniones políticas";

"Una derrota peleada vale más que una victoria casual";

"Cuando la patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla".

El general gaucho, como cuál profeta que anuncia una sucesión de secuencias de decadencias por venir en derredor de una sociedad saqueada por la falta de valores llegó a exclamar: "Yo no pretendo ni glorias ni homenajes, yo solo trabajo por la libertad de mi patria";

"A nada temo porque he jurado defender la independencia de América".

Finalmente, y dado el clima de enfrentamientos fratricidas que se viralizan en nuestra república, qué mejor cerrar esta columna con unas palabras del enorme Nelson Mandela, en cuanto sostener:

"Si quieres hacer la paz con un enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo". "Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él";

"La posición que ocupas depende de donde te sientes";

"Cuando se escriba la historia de nuestro tiempo, ¿seremos recordados por haber hecho lo correcto o por haber dado la espalda a una crisis global";

"No hay pasión en jugar pequeño; en conformarse con una vida que es menos de la que eres capaz de vivir".

Podrá decirse con el inclaudicable luchador contra el apartheid que, "los valores de la solidaridad humana que alguna vez impulsaron nuestra búsqueda de una sociedad más humana parecen haber sido reemplazados, o están siendo amenazados por un materialismo burdo y la búsqueda de metas sociales de gratificación instantánea".

"Uno de los desafíos de nuestro tiempo, sin ser pietistas ni moralistas, es volver a inculcar en la conciencia de nuestro pueblo el sentido de la solidaridad humana, de estar en el mundo para los demás y por los demás y a través de los demás".

Sin solidaridad social, exenta de cualquier discriminación de la índole que fuere, no tendrá el mundo posibilidad alguna de vencer al monstruo que nos desvela y amenaza con su exterminio global y que no puede la humanidad permitirse.

 

 

 

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