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Lejos de Dios, cerca de EEUU

Miércoles, 15 de julio de 2020 02:15

El idilio entre Donald Trump y su colega mexicano Andrés López Obrador (AMLO), patentizado en la visita del mandatario azteca a Washington, certifica la inutilidad de los estereotipos ideológicos para el análisis de los acontecimientos políticos.

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El idilio entre Donald Trump y su colega mexicano Andrés López Obrador (AMLO), patentizado en la visita del mandatario azteca a Washington, certifica la inutilidad de los estereotipos ideológicos para el análisis de los acontecimientos políticos.

El presidente ideológicamente más "de derecha" de la historia estadounidense desde Ronald Reagan en la pasada década del 80 y el mandatario más "de izquierda" de México desde Lázaro Cárdenas en la década del 40 sellaron una alianza que desorienta a partidarios y adversarios. Ninguno de los dos se equivoca. Ambos saben sacar provecho de este acuerdo que sus críticos califican de "contra natura".

El intercambio de elogios entre los dos presidentes, ambos fuertemente cuestionados en sus respectivos países por su manejo de la pandemia, fue realmente empalagoso.

López Obrador apeló abiertamente al electorado estadounidense: "vengo a decirle al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado con nosotros con gentileza y respeto. Nos ha tratado como lo que somos: un país y un pueblo digno, libre, democrático y soberano".

Trump no se quedó atrás: "fallaron los pronósticos, somos amigos desde el principio y seguiremos siendo amigos". Pero también ponderó el aporte mexicano a la sociedad estadounidense, destacando que "son gente trabajadora" y que "enriquecen en nuestra diversidad cultural".

Hasta en sus más mínimos detalles, la presencia de López Obrador tuvo un inequívoco sello político. Fue el primer viaje al exterior del mandatario mexicano desde su asunción en noviembre de 2018.

Ni siquiera había asistido a la reunión de jefes de Estado del G-20 ni a la asamblea general de las Naciones Unidas. Los líderes demócratas captaron el mensaje y denunciaron que esa visita en el comienzo de la campaña electoral serviría al propósito de Trump de atraer a un porcentaje del voto latino, que en las encuestas aparece abrumadoramente favorable a su contrincante Joe Biden.

Tenían razón: López Obrador rehusó reunirse con Biden y aprovechó el receso legislativo veraniego para eludir el tradicional compromiso protocolar de los mandatarios extranjeros de concurrir a saludar al Capitolio. Dejó en claro que su verdadero propósito, más que "una visita de Estado" a Estados Unidos, era protagonizar un encuentro público con Trump.

El motivo del viaje no carecía empero de relevancia. En julio entró en vigencia el "nuevo NAFTA", conocido como T-COM.

Su firma fue el resultado de una compleja ronda de negociaciones tripartitas en las que Trump, quien en su campaña proselitista había denunciado el tratado como lesivo para los intereses estadounidenses, consiguió dos logros significativos.

El primero es una especificación acerca de las "denominaciones de origen" de los productos, para evitar que México se erigiese en un ensamblador de artículos fabricados en terceros países, en particular China, que utilizaban las excepciones arancelarias estipuladas en el acuerdo para invadir el codiciado mercado estadounidense. El segundo logro fue la fijación de reglas mínimas en materia salarial para reducir las ventajas que gozaban las corporaciones transnacionales que radicaban sus plantas industriales del lado mexicano de la frontera para aprovechar las diferencias en los costos de la mano de obra.

Los países no se mudan

Este relanzamiento de los vínculos entre ambos países fue saludado por las elites empresarias.

La comitiva de López Obrador estuvo integrada por un selecto grupo de hombres de negocios que fueron agasajados por Trump con una comida en la Casa Blanca.

Esa gestión confirmó a Larry Fink, titular del fondo BlackRock, que administra la cartera de activos más importante del mundo, como el actor privado más relevante en el fortalecimiento de la relación bilateral. Fink, cuya firma actúa como agente financiero de la Banca de la Reserva Federal, mantiene un fluido diálogo con los dos presidentes. López Obrador reconoció esa cercanía al revelar que su colega Alberto Fernández lo había llamado por teléfono para pedirle que interpusiera sus buenos oficios ante Link a fin de avanzar en la negociación sobre la refinanciación de la deuda pública argentina.

La interdependencia entre Estados Unidos y México supera a cualquier otra interacción que ambas naciones puedan tener con un tercer país. Doce millones de mexicanos viven en territorio estadounidense y 26 millones de ciudadanos estadounidenses son hijos o nietos de mexicanos.

La comunidad mexicana en Estados Unidos envía anualmente a sus familiares más de 30.000 millones de dólares, cifra que representa una contribución significativa para la economía azteca. A la inversa, en México residen 1.500.000 de estadounidenses, constituidos en la mayor comunidad de ciudadanos de ese país en el exterior. El comercio bilateral es también crucial para los dos países. México desplazó a China como el primer socio de Estados Unidos. En 2019, las exportaciones mexicanas a Estados Unidos ascendieron a 358.000 millones de dólares mientras las exportaciones estadounidenses a México fueron de 256.000 millones de dólares. El superávit a favor de México, de más de 100.000 millones de dólares, fue el más importante desde el lanzamiento del NAFTA en 1995.

El ascenso de Trump, con su amenaza de represalias comerciales ante lo que entendía como ventajas indebidas que el NAFTA otorgaba a México y su cruzada contra la inmigración ilegal, centrada en la construcción del famoso muro en la frontera, había generado una justificada alarma, agravada cuando el triunfo de López Obrador catapultó a un mandatario cuya retórica nacionalista insinuaba una colisión con Washington. 
Nada de eso ocurrió: el nuevo presidente, en una muestra de pragmatismo, diseñó una estrategia de negociación con la Casa Blanca que llevó a una revisión del NAFTA y a una modificación de los términos del conflicto migratorio. A tal efecto, desplegó a las fuerzas de seguridad en la frontera sur para detener el flujo de la inmigración ilegal proveniente de los países centroamericanos, en especial Guatemala, Honduras y El Salvador.
Las encuestas revelaron que ese viraje de López Obrador obtuvo un respaldo de la opinión pública, que si bien no simpatiza con Estados unidos tampoco quiere desatar un conflicto con su vecino del Norte. 
Bravo Regidor, un académico mexicano crítico del giro de López Obrador, señaló: “El problema, en última instancia no es López Obrador. El es un presidente mexicano que está actuando como a veces actúan los presidentes mexicanos frente a los presidentes de Estados Unidos. El problema es esa mayoría de mexicanos que está apoyando tan decididamente la política migratoria que nos impuso bajo amenaza Trump. No queríamos pagar por el muro, pero encantados nos estamos convirtiendo en él”.
Se atribuye a Porfirio Díaz, el presidente azteca que precedió al estallido de la Revolución Mexicana de 1910, una frase que sintetizó el drama histórico de su país: “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!”. 
López Obrador, cultor de la “realpolitik”, tomó nota de la regla geográfica de que los países no se mudan y busca transformar ese maleficio en oportunidad. 
Si Trump logra en noviembre su reelección con un porcentaje del voto latino mayor que el cosechado en 2016, tendrá con esta visita una abultada factura para cobrarle. 

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