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Solidaridad en tiempos de pandemia

Jueves, 02 de julio de 2020 02:05

A tres meses de convivir con el coronavirus vemos con más frecuencia e intensidad la necesidad de construir redes comunitarias para enfrentar al desafío del aislamiento, de la ansiedad y la preocupación.

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A tres meses de convivir con el coronavirus vemos con más frecuencia e intensidad la necesidad de construir redes comunitarias para enfrentar al desafío del aislamiento, de la ansiedad y la preocupación.

Preocupación que exige el cuidado de salud y la necesidad de continuar protegiéndonos, pero también preocupación de un futuro socioeconómico que cruje con debilidad y es incierto. Como un hecho histórico sin precedentes, la pandemia tiene la característica de fenómeno mundial. Los reportes de diversas partes del mundo, de la región, e inclusive entre provincias en Argentina, demuestran que la experiencia que vivimos como comunidad es la misma o muy similar.

Nos preguntamos qué será de aquellos seres queridos en una posición de vulnerabilidad médica, nos preocupamos por el familiar que debe atender a niños y niñas de temprana edad, y nos angustia lo que depara el futuro para los que apostaron a un emprendimiento o son agentes de actividad económica en áreas afectadas por el parate.

La experiencia de algún conciudadano o conciudadana es parte de una gran narrativa mundial que se extiende sobre cada continente y mira la realidad con preocupación.

Reportes desde lugares lejanos en la imaginación del día a día como Camboya, Costa Rica, Canadá o Burundi dan testimonio de personas que conviven con las mismas ansiedades que nosotros en Salta o Argentina tenemos, quizás con sus variedades lógicas, pero en fin, las mismas preocupaciones. En Camboya, trabajadores informales de la industria textil son noticia por el nivel masivo de desempleo, de informalidad y necesidad de intervención del Estado o de organizaciones internacionales para proveer de alimentos y artículos de higiene. En Costa Rica, madres solteras en regiones urbanas reportan a la policía un incremento de la violencia doméstica cuando sus exparejas intentan volver a aquellos hogares o buscan sacar provecho de la escasa ayuda financiera del sistema de seguridad social. En Canadá, uno de los países más desarrollados en su economía y protección social en el mundo, poblaciones originarias enteras son afectadas desproporcionadamente por el virus del COVID-19, es más, en las estadísticas nacionales, son el principal grupo de riesgo. En Burundi, el coronavirus ya le costó la vida al presidente Pierre Nkurunziza en medio de un escándalo por su negación a instaurar ningún tipo de cuarentena ni distanciamiento social.

La experiencia de Burundi -tan disimilar a la Argentina- es de todas maneras parecida de la tragedia que vive la república de Brasil donde, como Pierre Nkurunziza, Jair Bolsonaro tildó a la pandemia de ser "una gripecita".

En los momentos de luces y victorias frente a la pandemia, también somos parte de una comunidad internacional, diversa y cercana que busca lo mejor para su entorno.

Mientras en Argentina el sector pyme innova para asegurar la cantidad adecuada de respiradores y las y los maestros transforman la educación presencial en digital, en el Reino Unido más de medio millón de voluntarios se anotan para acompañar a ancianos en cuarentena estricta mediante llamadas telefónicas diarias.

En la etapa más oscura de la pandemia en Italia y España, comunidades enteras se organizaron orgánicamente para acompañarse con música en los balcones, salidas al supermercado por turnos y hasta programas de radio y televisión caseros para niños y niñas en confinamiento.

El compromiso

En Salta, organizaciones civiles fueron y son el sustento de hogares para gente en situación de calle, empresas privadas donaron insumos para barrios carenciados y en muchas esquinas, el almacenero del barrio nos ayudó con el presupuesto de cada mes. Y por supuesto los ejemplos de valentía, servicio, generosidad y liderazgo de todos los trabajadores y trabajadoras esenciales en el sector de la salud pública, la recolección de residuos, la policía y todos los sectores que mantienen en pie nuestro día a día. En definitiva, en la etapa más dura de la pandemia, el mundo es una sola comunidad. Las experiencias que nos unen en momentos de crisis e incertidumbre dicen más sobre nosotros y el mundo, que las mezquindades que nos separan en momentos de rutina.

Tener fresca en la memoria que somos una comunidad es útil para el momento que vivimos y para lo que pueda pasar en el futuro de la pandemia. Con niveles de contagio en alce tanto en Argentina como el resto del mundo, no debemos olvidarnos que este virus no discrimina a quien contagia y no le interesa que nacionalidad uno tenga. Más bien, el coronavirus amenaza a todo el grupo comunitario y como tal, el paliativo y la cura, está en la solidaridad y sentirnos parte de una gran comunidad que afronta esta dificultad junta. Recordar los últimos tres meses de desafíos, encuentros, ayudas y victorias es clave para afrontar lo que podría ser una segunda ola o segundo pico de la pandemia. En los momentos donde nuestros líderes comunitarios y políticos mostraron prudencia, coherencia, trabajo en equipo y sobriedad, nosotros como sociedad pudimos copiar y perfeccionar un modelo de solidaridad comunitaria para ayudar al que menos tiene. Lo que la pandemia unió y perfeccionó en nosotros que sea un insumo para los días complicados del mundo en pandemia y pospandemia.

Por ello, el COVID-19 nos interpela a dos niveles: uno como comunidad y otro a nivel personal. 
La catástrofe social y económica que vive el mundo no debe ser razón para perder de vista los triunfos que logramos con ejemplos y acciones de solidaridad comunitaria. 
A nivel global, cuando unimos esfuerzos y concertamos soluciones sin que nadie quede afuera, logramos dar respuesta a momentos críticos. 
Bastará recordar cómo docentes de la educación pública en acto de heroísmo logran seguir ofreciendo acceso a la educación a millones de personas en cada franja etaria, y en casi todos los casos con la ayuda familiar para completar una etapa de aprendizaje. 
A nivel personal también tenemos una responsabilidad con cada uno de los que forman parte de una comunidad. De manera práctica: respetar las normas de higiene, usar el tapaboca, ayudar a nuestros abuelos a usar el cajero, estar atentos a los anuncios de salud pública y acompañar al esfuerzo comunal con paciencia, solidaridad y prudencia. Cada uno juega su rol para afrontar esta pandemia y encontrar soluciones al día a día. 

Que la pandemia no nos gane

Quizás esta columna se lea en un tono idealista y que sea muy reductiva en las complejidades que afrontamos. Es muy posible que a este análisis le falte comprender con más detalle las ansiedades que nos aquejan -y es casi seguro que no logra capturar el malestar que sentimos por los últimos tres meses de pandemia- aun así, es mas bien fáctico que nadie se salva solo y que en momentos de crisis vemos más ejemplos de valentía, solidaridad y generosidad en nuestra sociedad. No dejemos que lo negativo y virósico de pandemia nos defina como individuos y comunidad, más bien, aprendamos de este momento para sacar ventaja en cómo nos apoyamos mutuamente en los días difíciles que vendrán. El largo plazo y la historia al contar este momento nos encontrará unidos. 
 

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