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La Argentina invertebrada

Martes, 21 de julio de 2020 01:56

José Ortega y Gasset escribió “España invertebrada” y Eduardo Mallea con su “Historia de una pasión argentina” en la Argentina retomó este concepto donde advertía el peligro de la desintegración de nuestra sociedad por la acción separatista, facciosa y con pobreza en el perfil e identidad de nuestro pueblo plural y heterogéneo. Nuestro país estuvo y está en crisis desde mucho antes de 1816. El clima por momentos está enrarecido y los comentarios y análisis controversiales están teñidos de escepticismo.

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José Ortega y Gasset escribió “España invertebrada” y Eduardo Mallea con su “Historia de una pasión argentina” en la Argentina retomó este concepto donde advertía el peligro de la desintegración de nuestra sociedad por la acción separatista, facciosa y con pobreza en el perfil e identidad de nuestro pueblo plural y heterogéneo. Nuestro país estuvo y está en crisis desde mucho antes de 1816. El clima por momentos está enrarecido y los comentarios y análisis controversiales están teñidos de escepticismo.


En la segunda mitad del siglo XIX hubo conducción eficaz en nuestro país: Alberdi inspiró la Constitución; Vélez Sarsfield, el Código Civil; Joaquín V. González, un Código de Trabajo; Sarmiento enseñó y estimuló la cultura; Mitre, Avellaneda, Pellegrini, Estrada y muchos más hicieron lo suyo, diseñaron un país, organizaron la sociedad argentina, pusieron en marcha una nación. 
Se podrá coincidir o no con su estilo o sus ideas, pero el resultado fue óptimo. Hoy, la dirigencia brilla poco y nada por su vacilante conducción política y no atina a poner de pie a un pueblo descreído que es más lo que rechaza que lo que apoya. 
 El panorama de Argentina es inquietante y es impostergable asumir la tarea de buscar ese país invisible y posible que presentían muchos de nuestros pensadores y que hoy necesita de numerosas conductas de solidaridad silenciosa, de grupos independientes convocados a salir de sus enclaustrados intereses, de incorporarse en la reconstrucción ética y cultural de nuestro país dialogando sin confrontar no sólo con los afines sino también con los otros que buscan por otras vías las respuestas y soluciones a los mismos interrogantes y problemas. La sociedad está fragmentada. No hay recetas originales ni remedios infalibles. 
Siempre surgirán cambios, tensiones, pero no podemos dejar de tener en cuenta las enseñanzas de nuestra propia historia. Según Octavio Paz, “nuestra época ama el poder, adora el éxito, la fama, el dinero, la utilidad, y sacrifica todo a esos ídolos”. 
Frecuentemente hemos sido seducidos por mitos de corto alcance. Proclamas militares, programas claramente demagógicos, irracionales aventuras de evidente fracaso, expectativas de crecimiento sin esfuerzo. Parecen sueños ilusorios más que empresas realistas. Somos un pueblo dividido en varios, somos un archipiélago, no somos una republiqueta sino algo más dramático: una nación invertebrada. 
Nuestra Argentina no puede ni debe seguir dividiéndose y subdividiéndose continuamente entre la izquierda y la derecha, dentro y fuera del justicialismo, entre el Estado nacional y las provincias, entre banqueros y ahorristas, entre acreedores y deudores, y de una buena vez deberíamos abandonar el paradigma que para un argentino no hay nada peor que algún otro argentino. 
La columna vertebral que les falta a las naciones invertebradas es la ausencia de los mejores que son aquellos dirigentes capaces de darles, superando sus lealtades sectoriales, un sentido de unidad a nuestro país. Escribió Cicerón en su República que la democracia ideal es aquella en la cual los más eligen a los mejores. Los más, todos los argentinos, debemos encontrar y promover a los mejores. Los mejores fueron, entre nosotros, los firmantes del Acta de la Independencia en 1816, del Acuerdo de San Nicolás y de la Constitución Nacional de 1853 y 1949. 
La Argentina tiene enceguecida su capacidad crítica, somos por momentos una Argentina reaccionaria; siempre reaccionamos contra lo que ha sido inmediatamente antes. Reaccionamos pocas veces contra la falta de republicanismo, pero sí contra la crisis económico social, aunque no sea tan clara y hablamos para justificarnos de la herencia recibida. En algún momento nuestros gobiernos empiezan a producir una serie de efectos contra los cuales reaccionará el siguiente formando un círculo siniestro que nunca permite construir nada. Cada gobierno aparece para deshacer en una situación de emergencia lo que hizo el anterior y esto explica por qué el país no avanzó demasiadas veces en ninguno de sus grandes rasgos sin llegar a ninguna parte ni a ningún lado. Estuvimos en los primeros combates de la antipolítica con el que se vayan todos o por medio de golpes militares. La política de Argentina nunca se propone discutir los grandes temas; nadie sabe cómo se puede hacer para que nuestro país funcione y que terminen por caer todos los grandes mitos que supimos conseguir. 
La Argentina constituye una sociedad fascinante y agitada donde nada está establecido definitivamente. Cuando los argentinos dejemos de sospecharnos entre nosotros, aceptemos los disensos, reconozcamos y admitamos nuestra diversidad y pluralidad, cuando traigamos nuestros capitales al país y los utilicemos productivamente, cuando acumulemos capital y no deudas, cuando hagamos buenas inversiones domésticas, cuando brindemos oportunidades a los más capaces de nuestros científicos, técnicos y administradores no instalando en su lugar a personajes sin idoneidad en las estructuras de decisión y ejecución del Estado; cuando flexibilicemos la utilización de los recursos y apliquemos mejor la mano de obra; cuando eduquemos y capacitemos cada vez a más gente, el país se hará grande y sobre todo más justo.
 

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