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Mucho más que una isla helada

Martes, 21 de julio de 2020 01:56

Como una manifestación humorística del fatalismo geográfico que suele signar la historia de las naciones, podría decirse que nada más apropiado para el destino de Groenlandia, una isla helada del Ártico con una superficie de más de dos millones de kilómetros cuadrados, equivalente a la de México, y una población de apenas 60.000 habitantes, que haber quedado en el medio de una silenciosa "guerra fría" entre Estados Unidos y China.

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Como una manifestación humorística del fatalismo geográfico que suele signar la historia de las naciones, podría decirse que nada más apropiado para el destino de Groenlandia, una isla helada del Ártico con una superficie de más de dos millones de kilómetros cuadrados, equivalente a la de México, y una población de apenas 60.000 habitantes, que haber quedado en el medio de una silenciosa "guerra fría" entre Estados Unidos y China.

Ambas superpotencias disputan el control económico de un territorio integrado a Dinamarca desde 1814 pero con un estatuto de autonomía regional adquirido en 2009 que tiende a convertirse progresivamente en independencia.

La puja desatada por la conquista de Groenlandia es una de consecuencias geopolíticas del cambio climático.

Durante siglos, los habitantes de la isla vivieron literalmente de la caza y de la pesca. En 2010, la presión de los movimientos ecologistas hizo que la Unión Europea prohibiese a sus miembros adquirir las pieles de las focas, por considerarlas una especie en peligro de extinción.

Esa restricción impactó fuertemente en la economía y el nivel de vida de la población local. La isla quedó más dependiente que nunca de la ayuda financiera del gobierno de Copenhague, cuyo monto de 600 millones de dólares anuales sufraga la mitad del presupuesto público.

Pero, paradójicamente, el calentamiento global, que tantos estragos causa en el planeta, resultó una bendición para Groenlandia.

El acelerado deshielo de todo la región del Ártico empezó a convertir en viable en algunas zonas el incipiente desarrollo de la agricultura y la ganadería y abrió terreno para la explotación de los recursos naturales enterrados en el subsuelo de la isla, que incluyen desde vastas reservas petrolíferas hasta yacimientos de uranio y zinc y los depósitos mundialmente más importantes de las denominadas "tierras raras", como el neodimio, praseodimio, disprosio y terbio, transformados en minerales estratégicos de creciente demanda internacional.

El gobierno local empezó entonces a ser cortejado por las compañías extranjeras interesadas en la explotación de esos inmensos recursos. En 2013, el Parlamento isleño levantó las prohibiciones a la exploración de los minerales radiactivos, heredadas de Dinamarca, lo que abrió camino a las inversiones para la exploración de las "tierras raras", que generalmente se encuentran mezcladas en materiales radiactivos como el uranio.

Cuando China se avecina

China, que virtualmente monopoliza la producción y comercialización de "tierras raras" a escala mundial, se adelantó a ofrecer a Groenlandia la financiación de grandes obras de infraestructura, absolutamente necesarias en un territorio tan extenso y deshabitado, a cambio de preferencias en la concesión de la explotación de los recursos naturales.

La propuesta alarmó al Gobierno danés, que optó por financiar la construcción de tres aeropuertos contemplados en la oferta de Beijing.

La presencia china abrió también un intenso debate en Groenlandia ante la posibilidad de que los inversores contrataran trabajadores de su país de origen, cuyo costo salarial es infinitamente más bajo que la mano de obra local, protegida por la legislación laboral danesa.

No obstante, el Parlamento de la isla terminó aprobando una legislación que, aunque con limitaciones temporarias y otras restricciones, admite esa alternativa.

El interés chino abarca virtualmente a todos los sectores de la economía groenlandesa, incluidos por supuesto sus recursos energéticos. Sus compañías petroleras insisten en obtener concesiones para la explotación de la zona costera del norte de la isla. Hay también cuatro proyectos mineros en desarrollo, asociados a la extracción de hierro, cobre y otros minerales. El Partido Popular Danés, una formación nacionalista alerta contra el peligro de que Groenlandia termine transformada en un protectorado chino.

Lo cierto es que, más allá de sus intereses económicos, Beijing pretende asumir un activo protagonismo en el Ártico, una región a la que el deshielo de las aguas apunta a convertir en un par de décadas en una nueva ruta estratégica para la navegación mundial. A pesar de no tener continuidad geográfica con la región, China insiste en proclamarse un "estado cuasi-ártico" y en 2013 logró ser aceptada como miembro observador en el Consejo Ártico, el foro intergubernamental fundado en 1996 que integran los ocho estados de la región: Estados Unidos, Rusia, Canadá, Noruega, Finlandia, Suecia, Islandia y Dinamarca. En ese juego, una Groenlandia independiente sería una pieza geopolíticamente codiciada.

El imperio contraataca

Todo lo que sucede en el Ártico es mirado con atención en Washington.

Esto explica la insólita iniciativa de Donald Trump, quien el año pasado, en vísperas de un viaje a Dinamarca, realizó una propuesta de compra de Groenlandia que indignó a la opinión pública danesa y obligó a la suspensión de la visita pero no sorprendió tanto en un país con una antigua tradición de adquisiciones territoriales para la ampliación de sus fronteras, que incluye la compra de Alaska a Rusia, de Lousiana a Francia y de Florida a España. Precisamente, la adquisición de Alaska hizo de Estados Unidos un "Estado ártico".

 En realidad, Trump tampoco fue original. En 1867, un informe del Departamento de Estado sugería que la localización de la isla, junto con su abundancia de recursos, la erigían en un territorio digno de tenerse en cuenta. Todavía en 1946, el presidente Harry Truman realizó una oferta de compra por 100 millones de dólares en oro que fue rechazada por Dinamarca. 
El vínculo de Estados Unidos con Groenlandia, mediado por Dinamarca, se intensificó con la creación de la OTAN, que habilitó la firma de un tratado bilateral de defensa recíproca entre Washington y Copenhague y permitió la instalación en 1953 de una base aérea norteamericana en Thule, en la costa septentrional de la isla. 
En esa base, que por estar ubicada dentro del Círculo Polar Ártico es la unidad militar más cercana al Polo Norte, está asentado el Duodécimo Escuadrón de Alerta Espacial, encargado de la vigilancia anti misilística y espacial. 
Según el Pentágono, es “un lugar ideal para rastrear misiles balísticos intercontinentales y satélites en órbita terrestre baja”, cualidad que la transforma en un nudo vital para el sistema de defensa estadounidense.
Esta particularidad explica por qué Trump, a pesar del rechazo a su propuesta de compra, redobló sus esfuerzos para fortalecer la influencia de Washington en el territorio y contener la penetración china. 
A tal efecto, negoció un acuerdo con el gobierno local, encabezado por el primer ministro Kim Kielsen, cuyas cláusulas incluyen el otorgamiento de ayuda financiera para el desarrollo, un programa de intercambio educativo y la instalación de un consulado estadounidense en Nuuk, la capital de la isla. 
En esta disputa, la población local, en su inmensa mayoría de la etnia inuit, originaria de la isla, con una lengua propia, que convive con una pequeña minoría danesa, empieza a visualizar en esa competencia una posible fuente de recursos económicos que le permitiría independizarse de Dinamarca. El problema es que Estados Unidos no puede alentar la secesión territorial en un aliado de la OTAN. 
Sólo China podría promoverla.

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