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El centralismo agazapado

Viernes, 24 de julio de 2020 02:24

Valgan los oxímoros. Escribir sobre estas cuestiones es como insistir en algo que está enclavado de manera casi "natural" en muchas mentalidades, como lo están las montañas y los ríos en la tierra, huellas que han cavado la carne y perduran intactas desde aquellos lejanos comienzos de la organización de las Provincias Unidas del Río de la Plata: la particular relación entre las provincias y Buenos Aires, facilitada por la presencia de una megalópolis en la que habita cerca de la mitad de la población de la Argentina, situación no dada, al menos en estas proporciones, creo, en ningún otro país del mundo.

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Valgan los oxímoros. Escribir sobre estas cuestiones es como insistir en algo que está enclavado de manera casi "natural" en muchas mentalidades, como lo están las montañas y los ríos en la tierra, huellas que han cavado la carne y perduran intactas desde aquellos lejanos comienzos de la organización de las Provincias Unidas del Río de la Plata: la particular relación entre las provincias y Buenos Aires, facilitada por la presencia de una megalópolis en la que habita cerca de la mitad de la población de la Argentina, situación no dada, al menos en estas proporciones, creo, en ningún otro país del mundo.

Paternalismo y discurso

Los centralismos y provincianismos no son sólo una cuestión de magnitudes demográficas, ni siquiera de dichos o de hechos puntuales, sino más bien del lugar desde donde se dicen las cosas, el lugar de enunciación, la posición desde la que se habla. En definitiva, no se trata de geografía sino de discurso. No basta decir "amo a las provincias, hay que desarrollar las economías regionales, debemos defender el federalismo", etc. Eso no dice nada, o dice mucho al mismo tiempo, aunque no siempre en el sentido que se le quiere dar a las palabras. Sabemos que el lenguaje divide al sujeto hablante. El paternalismo, sin ir más lejos, no deja de ser un hecho de segre gación.

Lo importante entonces es desde donde se dice lo que se dice, desde qué ubicación subjetiva se formulan los enunciados. Si decimos, por ejemplo: "las provincias pobres del norte", en ello ya hay algo del orden de la discriminación y también del mito y la creencia. El problema es que muchos provincianos se lo creen, obedecen a lo que el imaginario porteño espera escuchar del "interior" (designación que habría que abolir). Podríamos contestarles: "una provincia como Salta es particularmente rica en recursos naturales: minería, petróleo, gas, madera, agricultura, turismo, caña de azúcar". El asunto es saber qué hacer con todo eso. A la vez Buenos Aires tiene en su área metropolitana la mayor concentración de pobreza, marginalidad e indigencia de todo el país.

Dos caras de una misma moneda

Las mentes reverberan en los surcos cavados por los prejuicios y las repeticiones, de manera tal que centralismo y provincianismo no son más que dos caras de una misma y única moneda. Si hay centralismo es porque hay "provincianismo" y viceversa, aunque usted lector no lo crea. Además podríamos decir; no hay nada más provinciano que el centralismo ni nada más defensor del centralismo que las mentalidades "provincianas". Pero debemos advertir que ser provinciano y pecar de provincianismo no son la misma cosa. El asunto entonces es cómo ser provinciano, es decir, vivir en las provincias, sin caer en el "provincianismo", o, como ser porteño sin quedar atrapados en los confines loca listas.

Quizá las posiciones marcadamente provincianas no se encuentren más que en Buenos Aires, ciudad a la que Leopoldo Marechal definiera en su "Adán Buenosayres" como "la ciudad de la gallina". Samuel Tesler, el personaje filósofo en la novela, le señala a Adán: "...verás a un pueblo cacareante que remueve la tierra con sus patas afanosas y que picotea día y noche sin levantar los ojos al cielo, sin escuchar la música de las esferas". Por el contrario, es posible que un habitante de la Puna jujeña, al estar inmerso en la inmensidad de la naturaleza, tenga una visión más universal de las cosas, de la vida y de la muerte, la intuición de que hay algo más allá de lo doméstico e inmediato.

Por otro lado, el habitante de la cabeza de Goliat (expresión acuñada por Ezequiel Martínez Estrada para referirse a la gran ciudad), en algunos casos adopta, aun contra su voluntad, una inadmisible y extraña actitud de superioridad respecto de las provincias que se advierte en sus enunciados y aseveraciones. A la vez los del mal llamado "interior" (no todos, aclaro, para que algunos no salgan a decir que no respeto el "uno por uno", el "caso por caso", la "singularidad" y otras yerbas) tienden a caer en la sumisión colonial, dar por sentadas las cosas impuestas. En una ocasión escuché a un profesor de Buenos Aires decir que era imposible que Salta pudiera dar algún novelista o ensayista. "A eso déjenlo para la capital del país", decía el hombre. Un pensamiento taxativo, rígido, reduccionista, que no encontró objeciones de parte de sus oyentes que, con su asentimiento cómplice, no hacían más que responder a lo que el imaginario del centralismo espera de las provincias.

Los "techos" fijados

Surge así el temor a importunar al fantasma de los amos, el miedo a ir, como lo hizo desafiante aquel Marsias de la mitología griega, más allá del "techo" que para cada "vuelo" determinan los dioses. Cuenta Ovidio en "Las metamorfosis" que Marsias osó tocar la flauta mejor que Apolo y que a causa de ello fue despellejado vivo por sus mismos congéneres. Extrapolando las cosas podríamos decir: la custodia del centralismo es ejercida por los provincianismos que se ocupan de despellejar vivo a los coetáneos desobedientes. Y algunos "provincianos", por temor a perder el pellejo imaginario, se amoldan a los imperativos y olvidan que se puede salir del letargo por arriba, intentando volar, con mayor o menor suerte, por encima de la techumbre y desconocer así las delimitaciones de los prejuicios impuestos.

A la vez Buenos Aires repite respecto del exterior las mismas posiciones subjetivas de los "provincianos" respecto de la metrópolis: la idealización de Europa, el sometimiento subjetivo frente a lo que proviene de afuera, la burda imitación. En definitiva un juego de espejos que reproducen lo imaginario y lo multiplican hasta el cansancio en todos los órdenes de la vida cotidiana. Al mismo tiempo la triste comedia argentina se repite desde las capitales provinciales hacia sus localidades departamentales. Pero algo de todo esto sin dudas tendrá que cambiar, si es que esperamos un porvenir un poco mejor para el país. De lo que se trata es de cambiar... de posición discursiva.

 

 

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