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La muerte de Güemes, entre agravios, pactos y la pérdida del Alto Perú

Poco se cuenta sobre lo que ocurrió inmediatamente después.
Domingo, 26 de julio de 2020 00:41

Desde hace décadas aquí en Salta el relato “escuelero” de la vida de Martín Miguel de Güemes concluye el 17 de junio con su muerte en la Cañada de la Horqueta. Sobre lo que ocurrió inmediatamente después poco se cuenta. Solo se resalta que en su lecho de muerte Güemes ordenó e hizo jurar al coronel Jorge Enrique Vidt que tome el mando de las tropas y marche inmediatamente a poner sitio a la ciudad y no que descanse hasta no expulsar al enemigo.

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Desde hace décadas aquí en Salta el relato “escuelero” de la vida de Martín Miguel de Güemes concluye el 17 de junio con su muerte en la Cañada de la Horqueta. Sobre lo que ocurrió inmediatamente después poco se cuenta. Solo se resalta que en su lecho de muerte Güemes ordenó e hizo jurar al coronel Jorge Enrique Vidt que tome el mando de las tropas y marche inmediatamente a poner sitio a la ciudad y no que descanse hasta no expulsar al enemigo.

Sobre lo que vino después poco se sabe. Por ejemplo, la Gazeta de Buenos Aires, al enterarse por un comedido local sobre la muerte de Güemes, publicó: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos. ¡Ya tenemos un cacique menos!”. Hay que decir que por entonces el redactor oficial y responsable de ese periódico fundado por Mariano Moreno era el abogado salteño Manuel Antonio Castro. El mismo que en 1816 había venido a Salta a pedir ayuda militar al gobernador Güemes para enfrentar a los federales del Litoral. Y obvio, el “abominable” Güemes estaba más preocupado por ver como estiraba los escasos recursos para enfrentar la guerra, que andar participando de los enfrentamientos fratricidas del Litoral. Era el mismo camino que había elegido San Martín.

Pero volvamos a los terribles momentos posteriores a la muerte de Güemes. No abundan escritos que describan la angustia que vivió la gente al enterarse en Salta de la muerte del hombre que tanto amaban y en el que habían depositado su confianza en medio de una guerra que ya llevaba una década. La repentina desaparición de Güemes debe haber causado estragos en el ánimo de quienes habían tomado junto a él la responsabilidad de combatir al invasor, de defender el terruño y hasta dar la vida por la emancipación.

Lo que sí llegó hasta nuestros días fueron documentos que atestiguan la difusión de “anónimos” que celebraron la muerte de Martín Güemes. Don Atilio Cornejo cuenta: “Desde Tucumán -donde gobernaba Aráoz- escribían a Córdoba dando la noticia: “Ya tenemos un cacique menos que atormente el país” (22/07/1821), y desde Córdoba, otro envío para Buenos Aires decía: “Acabaron para siempre los dos grandes facinerosos. El primero ya está enterrado en la capilla del Chamical, y el segundo (Francisco Ramírez) acaba de perecer a manos de los bravos santafesinos. Pero no solo eran anónimos. También hubo comunicaciones oficiales como la de los diputados suscriptas en Córdoba el 25 de julio de 1821, por Juan C. Varela, Matías Patrón, Teodoro Sánchez de Bustamante y Justo García Valdés, dirigida al Congreso General de Córdoba, que decía: “Es notorio por las últimas noticias contestes de Salta, que después que el funesto Güemes fue depuesto por la voluntad general de su pueblo, logró entrar de nuevo en él, lo entregó al más horroroso saqueo y preparó el camino por donde el enemigo debía marchar a ocuparlo”. Pero hay más todavía: en la Junta Provincial de Salta, el 5 de agosto de 1821 -a casi dos meses de la muerte de Güemes- su presidente, Dr. Facundo de Zuviría, según acta que “pronuncio un elegante discurso reducido a patentizar el estado exánime de la Provincia”. Formaban parte de esa Junta, además del Dr. Zuviría, el Dr. Mariano Gordaliza (vicepresidente), Don Pedro Arias Velázquez, D. Pablo Soria, D. Dámaso Uriburu y D. Hermenegildo G. de Hoyos, etc; en suma los de la Patria Nueva. Increíble conclusión la del doctor Facundo de Zuviría, con respecto a la situación económica de la provincia. ¿Cómo podía estar después de afrontar prácticamente sola los gastos de la Guerra de la Independencia durante siete años?

La ocupación de Salta

Y mientras Güemes marchaba herido hacia la Cañada de la Horqueta, la ciudad de Salta era ocupada por los invasores la noche del 7 de julio de 1821. Los realistas, con el coronel José María Valdés, a la cabeza, se atrincheraron en la plaza, el Cabildo, la Catedral y otros edificios; luego liberaron al coronel Guillermo Marquiegui; nombraron gobernador intendente de Salta a Tomás de Archondo y enviaron personeros a parlamentar con Güemes en su lecho de muerte. Como se sabe, comitiva y propuestas, fueron rechazadas de plano.

En cuanto a las fuerzas de ocupación, los españoles quedan a poco, al igual que otras veces, encerrados en Salta, privados de toda iniciativa dado el férreo cordón que imponen las fuerzas salteñas al mando de los coroneles Cornejo, Burela, Saravia y Vidt. A los seis días la situación para los realistas era desesperante, pues no tenían agua ni alimentos. Don Zacarías Yanci, uno de los sitiadores cuenta: “Quince días más y la pérdida total de las fuerzas sitiadas era un hecho. Las conferencias entre Archondo y Valdés estaban al orden del día, mientras tanto el silbar de las balas no cesaban un instante. Solo faltaba que los perros entraran a figurar como hacienda de consumo, y que el suelo de la plaza fuera excavado para sepultura a los putrefactos miembros de los que morían sobre la línea (del sitio)”.

Por fin, las frenéticas reuniones del “Barbarucho” Valdés y el gobernador Archondo, dieron su fruto pues resolvieron tratar de negociar con los sitiadores. Y para convencerlos los realistas echaron mano a un desesperado recurso: usar como rehenes a las mujeres que vivían en la jurisdicción que ellos ocupaban. ¿Cómo hicieron? Les “pidieron” que acompañaran con su firma una petición de negociación a los sitiadores salteños. Y así fue que con las firmas de las matronas, Valdés y Archondo acercaron una propuesta. “Pedía Valdés -dice Cornejo- la más amplia comunicación entre sitiados y sitiadores, quedando en suspenso la acción de las armas; Valdés prometía, por su parte salir de la ciudad dos días después de aceptadas las proposiciones y evacuar en diez días el territorio de la provincia; siendo para ello indispensable que le proporcionasen cabalgaduras, carne que la tropa de Valdés consumiera hasta arribar al campo donde tenía situado Olañeta su cuartel general (Jujuy)”.

Pero mientras se daban estas negociaciones, Olañeta -que esperaba en Jujuy las resultas de la aventura emprendida por Valdés- al enterarse de la difícil situación que vivían sus camaradas en Salta resolvió marchar a esta ciudad el 22 de junio de 1821. Pero cuando llegó, aquí las cosas para los realistas empeoraron pues Vidt, con sus fuerzas, estrechó más el cerco logrando ocupar los dos portezuelos (grande y chico) y el cerro San Bernardo, impidiendo así que pudiera llegar ayuda exterior para los sitiados. Y aunque Olañeta logró en un momento imponer su superioridad, a poco se vio forzado a capitular ante las fuerzas güemesianas, para poco después firmar un armisticio donde lo que se había ganado por las armas se perdió con la política de los hombres de la Patria Nueva.

El armisticio

El 14 de julio de 1821 se pactó el armisticio entre el Cabildo de Salta (jefes políticos y militares de la provincia) y el comandante general de vanguardia del Ejército del Perú (realista), Brigadier D. Pedro Antonio de Olañeta. El tratado tiene 14 puntos y hasta la actualidad sus cláusulas son polémicas.

Para el historiador salteño Juan Manuel de los Ríos, “muerto Güemes todo cambia. Los ejércitos de Salta se licencian, se disuelven, después del famoso armisticio de 1821, firmado por representantes de ambos bandos (salteños y realistas) en Salta. Los parlamentarios que llegaron el año antes a Horcones para proponerle a Güemes toda clase de recompensa para que cese la guerra son la mejor prueba del triunfo (político) español en Salta, en aquel lamentable mes de julio. Los sucesores de Güemes salvaron la ropa al expulsar de Salta las tropas realistas, pero perdieron el honor de luchar junto a San Martín, para terminar la Guerra de la Independencia Sudamericana. Ese tratado dividió al actual territorio argentino, de las Provincias Altas, fijando el límite aproximadamente en La Quiaca, es decir la famosa frontera norte que los historiadores unitarios adjudican a Güemes. Pero desde ese momento, con las manos libres a raíz de ese tratado, Olañeta y Ramírez cambian paulatinamente la distribución de sus fuerzas, que desplazan poco a poco hacia el Bajo Perú, hasta cercarlo a San Martín en 1822. Esa es la única explicación de la entrevista de Guayaquil y también de la disgregación del territorio argentino por el norte. Política disgregadora iniciada en 1810, con la acción centralista de la Primera Junta y que terminó en 1822 con el predominio de la política centralista del puerto único, con la pérdida de la Provincia Oriental en 1827.

Finalmente De los Ríos alude, como consecuencia de la muerte de Güemes, la perdida de las provincias de Potosí, Cochabamba, Charcas y Santa Cruz. “Al desprendernos de ellas en 1825, sin la menor protesta del gobierno o congreso unitario. Perdimos los puertos del Pacífico, jurisdicción de nuestra provincia del Potosí, y perdimos también la complementación geopolítica y geoeconómica que con gran sentido práctico había estudiado y resuelto el Consejo de Indias en 1776, al crear el Virreinato del Río de la Plata (Provincias Unidas). Llama la atención, concluye De los Ríos, que nuestros historiadores o la mayoría de ellos sostengan todavía que San Martín logró sus objetivos libertadores, y que la intervención posterior de Bolívar y Sucre, para terminar la guerra de la Independencia, no afectó para nada los intereses argentinos. Ello no es cierto, y sin duda el noroeste argentino, a la larga, fue el más perjudicado”.

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