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Voto de confianza de Oxford a la ciencia argentina

Domingo, 16 de agosto de 2020 01:42

La posibilidad de que un laboratorio argentino produzca una vacuna contra el coronavirus es indicio inequívoco de que nuestros científicos siguen generando confianza en el mundo. La noticia no puede dejar de asociarse con una historia nacional en la que se destacan los premios Nobel Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir y César Milstein; dos sanitaristas de excelencia, como Ramón Carrillo y el salteño Arturo Oñativia, y el científico y médico de alma René Favaloro.

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La posibilidad de que un laboratorio argentino produzca una vacuna contra el coronavirus es indicio inequívoco de que nuestros científicos siguen generando confianza en el mundo. La noticia no puede dejar de asociarse con una historia nacional en la que se destacan los premios Nobel Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir y César Milstein; dos sanitaristas de excelencia, como Ramón Carrillo y el salteño Arturo Oñativia, y el científico y médico de alma René Favaloro.

No se trata de glorias transitorias, sino de la prueba de que el trabajo, la ética y el conocimiento científico siguen siendo los motores del desarrollo humano.

Un acierto del Gobierno argentino, en el comienzo de esta campaña, consistió en tomar decisiones basadas en la opinión de los médicos sanitaristas y en otorgarles a estos un rol importante en la comunicación.

El médico psiquiatra y empresario Hugo Sigman, dueño del Grupo Insud, al que pertenece el laboratorio mAbxience, tiene una larga trayectoria en el rubro. Sigman precisó que la decisión fue tomada entre empresarios privados; personalmente, él se contactó con Carlos Slim para que, entre ambos produjeran entre 150 y 250 millones de dosis de la vacuna basada en adenovirus desarrollados en células de chimpancé y que está siendo desarrollada por la empresa sueca AstraZeneca y la universidad de Oxford.

No se trata de una carrera política para ver quién llega primero a la vacuna, sino de un plan que se basa en el conocimiento científico, consciente de que habrá varios laboratorios serios que confluyan en distintas vacunas. Y un detalle digno de ser destacado: en una entrevista, cuando le preguntaron si esto puede derivar en un premio Nóbel, Sigman respondió que sí, "para la universidad de Oxford y para la infectóloga Sarah Gilbert".

Es prematuro, porque la vacuna recién podría ser aprobada a principios de 2021 -es muy probable que así sea- pero para acelerar los tiempos, mAbxience comenzará a preparar en las próximas semanas, en nuestro país, las primeras 150 millones de dosis de antígenos, que serán enviados al laboratorio mexicano Liomont, donde se realizará la terminación de la vacuna. Si la vacuna es aprobada, se venderá a 3 o 4 dólares por unidad a los gobiernos latinoamericanos. Otros laboratorios desarrollarán la vacuna de Oxford en diversas regiones.

Las empresas mAbxience, AstraZeneca y Liomont resignaron cualquier utilidad económica en esa operación y Slim pondrá el capital de riesgo para una producción anticipada que, eventualmente, podría ser destruida si no se confirma que la nueva vacuna tiene un poder inmunológico suficiente y que no muestra ningún riesgo para la salud.

La magnífica noticia es que el conocimiento científico vuelve a prevalecer sobre el pensamiento mágico. Queda en claro que los científicos conforman una comunidad internacional que comparte conocimientos básicos y no se empeña en carreras infantiles y frívolas orientadas a la búsqueda de galardones, sino en construir un sistema sanitario preparado para responder a la evolución de los microorganismos que pueden generar pandemias, incluso mucho más graves que la actual. El sida, que conmovió al mundo en los años 80, fue controlado con disciplina y educación sanitaria. El ébola, menos expansivo, pero infinitamente más letal que la COVID-19, pudo ser circunscripto y sirve hoy como una experiencia valiosa para los centros de investigación. Los coronavirus pueden dar nuevas sorpresas.

La pandemia emergió en China, pero el régimen político de ese país, si bien logró un aislamiento eficaz de la enfermedad, no contribuyó a la colaboración internacional para la determinación del origen del virus. La misma desinformación impuso el régimen de Vladimir Putin, en Rusia, que cometió la imprudencia de anunciar una vacuna sin aval científico.

Tampoco es una "gripecita" que se puede tratar con remedios caseros, como pretendieron los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro.

Es una enfermedad nueva, que desbordó al sistema sanitario. Es la medicina, apoyada por la responsabilidad política, la que nos sacará de este problema y nos permitirá enfrentar futuras mutaciones y pandemias.

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