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Dos mujeres que viven en la calle pelean por dos niños

Madre e hija vinieron desde Orán por mejores oportunidades, las cosas salieron mal y están en condición de calle desde hace tras años. Necesitan un techo para recuperar a los niños.
Sabado, 22 de agosto de 2020 11:41
Fotografía: JAN TOUZEAU

Las consecuencias de la pandemia por el coronavirus afectan mucho más a quienes están ubicados en los márgenes de cualquier tipo de inclusión social.
A quienes tienen menores recursos los dejaron a un movimiento del jaque mate.
En la ciudad de Salta viven muchas personas en las plazas, en los puentes y en los espacios verdes. Una familia, que quedó incompleta por su condición de indigente, vive en un toldo de plástico y tela en la intersección de las calles Mendoza y Catamarca. A tan sólo 7 cuadras de la plaza 9 de Julio, en uno de los vértices del Parque San Martín.
En esa esquina hay una base de alta tensión atado a un obsoleto quiosco de diarios y revista, esos típicos armarios de lata con las letras celestes de El Tribuno.
La base tiene unos cuarenta centímetros de alto y una superficie de 2 metros por dos. Concluye ese improvisado habitáculo un respirador de los cables de alta tensión subterráneos que como una bendición le dan calor a sus ocasionales residentes.
En ese toldo atado con hilos vive Lilia Minerva, que tiene 54 años, y que desde hace tres vive en la calle.
Ella vino a Salta desde su Orán natal con su hija Valeria Castro que ahora tiene 24 años con la que vive como pueden.
Los argumentos y el relato sufren alteraciones de las ganas de decir todo al mismo tiempo.
“Yo me vine desde Orán porque quería traela a mi hija porque acá hay más oportunidades para todo. Yo en el norte trabajé de todo: de cocinera, de costurera, de limpieza y hasta de lavadora de ropa. Yo lo único que sé es que soy una trabajadora y necesito un rancho. Yo no necesito que nadie me pague nada porque lo puedo hacer trabajando. Yo me vine por mi hija, las cosas me salieron mal y estamos en la calle”, dijo Lilia.
Se la ve a la mujer muy fuerte y trabajadora. Ella y su hija están sanas a primera vista. La pandemia las dejó sin trabajo. Antes cuidaban autos, lavaron casas e hicieron lo que pudieron. En estos tiempos fue la economía informal la que se desplomó y se llevó con ello a personas como Lilia y Valeria.
Dentro de todos los problemas que tiene la mujer, el primero es que no tiene su Documento Nacional de Identidad por lo que no puede comenzar ningún tipo de trámite, y en consecuencia no tiene ninguna cobertura por parte del Estado.
En el más grande de sus sufrimientos gira en torno de sus dos nietos. Asegura que Valeria tiene dos hijos que actualmente están alojados en una institución para infantes porque no pueden estar viviendo en la calle.

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Las consecuencias de la pandemia por el coronavirus afectan mucho más a quienes están ubicados en los márgenes de cualquier tipo de inclusión social.
A quienes tienen menores recursos los dejaron a un movimiento del jaque mate.
En la ciudad de Salta viven muchas personas en las plazas, en los puentes y en los espacios verdes. Una familia, que quedó incompleta por su condición de indigente, vive en un toldo de plástico y tela en la intersección de las calles Mendoza y Catamarca. A tan sólo 7 cuadras de la plaza 9 de Julio, en uno de los vértices del Parque San Martín.
En esa esquina hay una base de alta tensión atado a un obsoleto quiosco de diarios y revista, esos típicos armarios de lata con las letras celestes de El Tribuno.
La base tiene unos cuarenta centímetros de alto y una superficie de 2 metros por dos. Concluye ese improvisado habitáculo un respirador de los cables de alta tensión subterráneos que como una bendición le dan calor a sus ocasionales residentes.
En ese toldo atado con hilos vive Lilia Minerva, que tiene 54 años, y que desde hace tres vive en la calle.
Ella vino a Salta desde su Orán natal con su hija Valeria Castro que ahora tiene 24 años con la que vive como pueden.
Los argumentos y el relato sufren alteraciones de las ganas de decir todo al mismo tiempo.
“Yo me vine desde Orán porque quería traela a mi hija porque acá hay más oportunidades para todo. Yo en el norte trabajé de todo: de cocinera, de costurera, de limpieza y hasta de lavadora de ropa. Yo lo único que sé es que soy una trabajadora y necesito un rancho. Yo no necesito que nadie me pague nada porque lo puedo hacer trabajando. Yo me vine por mi hija, las cosas me salieron mal y estamos en la calle”, dijo Lilia.
Se la ve a la mujer muy fuerte y trabajadora. Ella y su hija están sanas a primera vista. La pandemia las dejó sin trabajo. Antes cuidaban autos, lavaron casas e hicieron lo que pudieron. En estos tiempos fue la economía informal la que se desplomó y se llevó con ello a personas como Lilia y Valeria.
Dentro de todos los problemas que tiene la mujer, el primero es que no tiene su Documento Nacional de Identidad por lo que no puede comenzar ningún tipo de trámite, y en consecuencia no tiene ninguna cobertura por parte del Estado.
En el más grande de sus sufrimientos gira en torno de sus dos nietos. Asegura que Valeria tiene dos hijos que actualmente están alojados en una institución para infantes porque no pueden estar viviendo en la calle.

Fotografía: JAN TOUZEAU

“Yo quiero mi rancho para recuperar a mis dos nietos. Yo sufro pensando todas las noches en los niños. Me dijeron que cuando tengamos un lugar fijo nos van a devolver. Yo entiendo a las autoridades y por eso pido el techo”, dijo.
Ellas llegaron a ese lugar de “alta tensión” hace al menos dos meses. Vivieron tiempo atrás a la intemperie en Mendoza y Santa Fe, una cuadra más al oeste. Del respiradero sale el aire caliente que las salvó en estos días de invierno, eso fue que la llevaron a ese lugar.
Ahora bien, los técnicos electricistas que saben del tema le dijeron que es muy peligroso que se queden allí para cuando comiencen las lluvias. El riesgo de electrocución es alto.
“Nosotras sabemos que nos tenemos que ir de acá. Tenemos a vecinos solidarios que nos traen cosas porque ellos ven que no hacemos daño a nadie. Muchas veces cuidamos los autos porque hay muchos ladrones en la zona. Hace una semana nos robaron un colchón y un vecino nos trajo otro. Dormimos como sea. Vamos al baño municipal y si no tenemos comida nos vamos a los merenderos y comedores”, dijo la mujer.
Dejó su anhelo puntual. “Nosotras pedimos una casita de lo que sea. No queremos ir a ningún refugio porque es como estar presos y nosotras queremos trabajar. Queremos pagar nuestro rancho y que vuelvan nuestros niños”, dijo llorando.
No tiene teléfono, no tiene horarios, solo ese lugar y una esperanza de que el Estado comience a brindarle la integralidad de sus derechos.
 

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