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La patria de Alberdi

Viernes, 07 de agosto de 2020 02:14

Cuando los argentinos nos preguntamos qué le pasó a nuestro país y porqué caímos tan bajo, surgen todas las respuestas imaginables. A mi modo de ver, hay una explicación ineludible: ignoramos y abandonamos el fenomenal legado de Juan Bautista Alberdi. A partir del menosprecio de su invalorable aportación a la patria, perdimos la brújula y deambulamos sin rumbo.

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Cuando los argentinos nos preguntamos qué le pasó a nuestro país y porqué caímos tan bajo, surgen todas las respuestas imaginables. A mi modo de ver, hay una explicación ineludible: ignoramos y abandonamos el fenomenal legado de Juan Bautista Alberdi. A partir del menosprecio de su invalorable aportación a la patria, perdimos la brújula y deambulamos sin rumbo.

Extraviamos el "sugestivo proyecto de vida en común" del que hablaba Ortega y Gasset.

Si hiciéramos una encuesta preguntando sobre la vida y obra del gran tucumano, la desilusión sería mayúscula. Sin pretender hacer una reseña biográfica, procuraré centrarme en la grandeza de su figura y la excepcionalidad de sus magníficas enseñanzas. Señalar que Alberdi fue un gran intelectual, pacifista, abogado, jurista, visionario, político, diplomático, economista, escritor y músico, o catalogarlo como el ilustre inspirador de la Constitución Nacional, es todo cierto, pero me sabe a poco.

No es exagerado evocarlo como uno de los brillantes pensadores del mundo en el siglo XIX, y a mi parecer, el intelecto más sobresaliente que tuvo nuestra historia, junto a Manuel Belgrano -a quien su padre, Salvador Cayetano Alberdi, conoció y frecuentó-, además del mayor exponente del liberalismo en Hispanoamérica.

Constitución e instituciones

Bregó siempre por el constitucionalismo, como forma de dotar a la república democrática de una estructura institucional sólida.

Concluida la batalla de Caseros, escribió las "Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina", fuente principalísima de la Constitución de 1853. No fue sólo un hombre de pensamiento y pluma, sino de actividad práctica, aunque no de armas.

Al decir de un constitucionalista, "fundó la ciencia y arte del buen gobierno, esto es, un saber tan discretamente unido a la reflexión teórica como estrechamente ligado a la concreta acción".

Sostuvo Alberdi: "Dad al poder ejecutivo todo el poder posible, pero dádselo por medio de una constitución. Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia, y sólo la Constitución es inmutable".

Así, no sólo tomó distancia de las posturas irreconciliables de unitarios y federales, sino que se pronunció por un gobierno presidencialista, pero cuyas facultades estuvieran limitadas y controladas. El añorado equilibrio de la división de los poderes constituidos.

Principios rectores

Es que su obra no contiene únicamente declamaciones abstractas, sino un verdadero y notable proyecto de país de progreso y prosperidad. Su doctrina está basada en la libertad individual ante los demás y ante el poder, en lo político y en lo económico.

En palabras del escritor Alejandro Poli Gonzalvo, en las "Bases" hay una posición de Alberdi que "nace de su espíritu reformista y se concreta en la propuesta de una Constitución que sea la gran herramienta de transformación del desierto argentino".

Expresó el prócer: "gobernar es poblar... Recordemos a nuestro pueblo que la patria no es el suelo. Tenemos suelo hace tres siglos, y sólo tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y en su nombre".

Añadió que "la libertad no es una mera idea, una linda abstracción, más o menos adorable. Es el hecho más práctico y elemental de la vida humana... necesario como el pan. La libertad es la primera necesidad del hombre, porque consiste en el uso y gobierno de las facultades físicas y morales que ha recibido de la naturaleza para satisfacer las necesidades de su vida civilizada, que es la vida natural del hombre, por excelencia... En este sentido, la libertad no es ni más ni menos que el gobierno expedito de sí mismo. Ser libre, es gobernarse a sí propio. La libertad es el mejor de los gobiernos, por esta razón palpable y natural... nadie es mejor juez ni más fiel administrador de lo que interesa a su propia existencia que uno mismo".

Además de la libertad y el fomento a la inmigración, son pilares de su ideario, entre otros, la educación, la propiedad privada, el trabajo (que permite al operario aprovechar las utilidades y rentas de su propia producción), la iniciativa para producir y comerciar, la prensa libre, el federalismo, la política fiscal, y el rol subsidiario del estado en lo económico.

Generación de riqueza

En tal sentido, enseñó que "el Gobierno no ha sido creado para hacer ganancias, sino para hacer justicia; no ha sido creado para hacerse rico, sino para ser el guardián y centinela de los derechos del hombre, el primero de los cuales es el derecho al trabajo, o bien sea la libertad de industria... ¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra... En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza... que, como la libertad, vive en el hombre, y tiene por causa al hombre. En el hombre está la mina, no en el suelo. El suelo puede estar lleno de oro: allí se quedará si falta el hombre capaz de explotarlo.... "

 Hay, en Alberdi, un claro propósito de comprender por dónde pasan las corrientes que llevan a los países del mundo al progreso y las expone con eminente sabiduría. 
Sin desmerecer lo hecho por gobiernos anteriores, ese modelo de país recién se afianzó y se concretó a partir de 1880, con la confirmación definitiva de Buenos Aires como capital de la república, y la presidencia de otro gran tucumano, Julio Argentino Roca. 

La Argentina que debe ser 

El país creció, exportó y se enriqueció como nunca antes, para asombro del mundo. Se construyó la red de ferrocarriles que hoy extrañamos, se hicieron los puertos, se modernizaron las vías de comunicación, y llegaron las mayores olas inmigratorias. Con lo puesto, pero con enormes deseos de trabajar y producir, para beneficio propio pero también de la nación. Como mínimo, durante treinta años nos convertimos en una potencia; sin dudas, estuvimos entre los diez países más desarrollados del mundo. 
¿Con muchas falencias? Sin dudas, pero ¿qué países no las tenían? 

Aunque parezca mentira, un estudio de 2018, elaborado por Maddison Project Database, de la Universidad de Groningen (Holanda), sitúa a la Argentina en el año 1895 en el primer lugar del mundo en ingreso per cápita, por encima de EEUU, Bélgica, Australia, el Reino Unido, Suiza, Holanda y Alemania. Potencias como Francia, Japón, Italia, España, Rusia o China no aparecen en el “top ten”. 
Ese país pujante quedó en el olvido, no podemos resignarnos a la nostalgia del ayer. Debemos mirar hacia adelante, pero tal vez sería mejor despertar y reflexionar. Una forma probadamente eficaz para salir del pozo sería retomar el inmejorable y colosal legado de Alberdi, que pudo superar en paz sus discrepancias con Sarmiento y con Rosas. Él nos enseñaría a tomar distancia de la grieta y comprendernos. 
No debemos reincidir en recetas demagógicas, ni conformarnos con el estado paternalista que provee todo (poco, mal y tarde). Sí, recuperar la iniciativa privada y la libertad de mercado, y también la cultura del esfuerzo, la superación, el trabajo y el espíritu emprendedor.

 

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