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El Milagro que esperamos

Viernes, 11 de septiembre de 2020 02:22

"Yo me cuido y te cuido a ti", es la consigna.

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"Yo me cuido y te cuido a ti", es la consigna.

El Milagro Salteño es uno de los fenómenos religiosos más relevantes del catolicismo argentino, con una serie de rituales propios, desde la entronización de las imágenes, hasta el inicio de la tradicional y antigua novena en honor del Señor y de la Virgen del Milagro del año 1760, con las celebraciones de las misas estacionales y la procesión, que culmina con el circuito festivo rezando el pacto de fidelidad.

Un proceso bíblico en clave de alianza de Dios con el pueblo elegido. Llegan peregrinos, no solo los devotos del interior salteño, desde el Chaco hasta la Puna, surcando los valles de nuestra intrincada geografía, sino también, peregrinos citadinos de Buenos Aires, Córdoba, el sur argentino y las provincias vecinas.

Este movimiento de fe, que requiere de una puntillosa organización y coordinación entre la Iglesia, las instituciones sociales, el gobierno municipal y provincial, y las fuerzas de seguridad, aumenta año tras año la cantidad de fieles, considerándose la fiesta religiosa popular argentina más numerosa.

Todo se proyectaba en verano como una fiesta multitudinaria y fastuosa, hasta que la COVID-19, el gran globalizador nos igualó y paralizó a todo el mundo, y en especial a nuestra patria, como si se tratara de una escena de "sitting still" -quedarse paralizados- y a partir de allí comenzamos a reprogramar todas las actividades de la vida personal, familiar y social. Nada se puede prever ni proyectar; es como si nos hubieran desdibujado el horizonte y no termináramos de encontrar la salida.

Hubo o hay aún distintas posiciones respecto a las fiestas del Milagro 2020. Desde la credulidad de que Dios debe hacer desaparecer el virus como si fuese un mago, y entonces, dicen "hagamos la fiesta para frenar al virus, como en el año 1692", y de paso nos evitamos otro castigo, no importa el contagio, y otros, olvidando a Dios exclaman: "Sálvese quién pueda y como pueda", esperando esta vez la magia de las autoridades políticas, o pensando que nos les va a tocar nunca un contagio.

Hay una nueva religiosidad que se atreve a cambiar los ritos o suspenderlos para encontrar en ellos un nuevo sentido. Lo cierto es que, por lo poco que conocemos del virus, no hay más remedio que prevenir el contagio y su propagación.

"A Dios rogando y el con mazo dando".

Un poco de cordura y sentido común. Dios no se ofenderá si no celebramos como todos los años, teniendo en cuenta que cada tanto aparecen nuevas formas que se instalan en nombre de la tradición, y ese Dios que no se ofende nos pide un esfuerzo más, de celebrar en las casas, en familia, estas fiestas, al decir, de un salteño, "no vengas ahora, yo voy hacia ti".

La fe se expresa en el amor, y el amor se comunica con esperanza. Son las virtudes teologales, las que vienen de Dios. Amar, en latín, se expresa en varios términos, pero fundamentalmente en "amo" y "diligo". Amo es cariño, afecto, fuerza interior del corazón, y diligo es amar de manera diligente, con premura, con delicadeza, con ternura y suavidad, es más dinámico. Y es, este último término, el que utiliza preferentemente Pablo en sus cartas, al hablar del amor al prójimo, al hermano.

Si lográsemos superar la imagen de Dios que castiga y tortura con amenazas a su pueblo, para pasar a la imagen paterna de Dios descripto en el libro de Oseas 11, entenderíamos la importancia del amor al prójimo, al hermano, al cercano, al que es diferente. Nadie que se precie de cristiano, de humano debería sentir indiferencia ante el prójimo. Seríamos diligentes en el amor. Hoy todos somos hermanos, más allá de nuestras creencias personales o increencias.

El Milagro 2020 debe estallar en el corazón inflamado de amor por el otro, las sagradas imágenes estarán todo el año en el Santuario esperándonos, y están en cada casa donde haya una medalla, una estatua o una simple estampita, están en la memoria de cada salteño que los vio peregrinar por las calles de la ciudad en procesión, están en la Puna, en los Valles, en el Chaco, en cada iglesia doméstica donde se rece la novena.

No sólo la plaza 9 de Julio es un santuario a cielo abierto, toda Salta es un gran santuario del Señor y la Virgen del Milagro.

Esta pandemia no nos quitó la fe ni nos cerró las iglesias, nos abrió la mente y el corazón para pensar un Milagro diferente, un Milagro donde aprenderemos que el amor diligente, presuroso y lleno de ternura por el hermano es y se expresa en el cuidado, "yo me cuido y te cuido a ti".

Si no aprendemos esta gran lección de amor, nuestro Milagro salteño terminará siendo un show turístico para el que viene de afuera y seguiremos peregrinando al borde del abismo de la soledad y la mezquindad.

La pandemia no debe paralizarnos, porque los humanos y más aún los cristianos, sabemos dónde estamos parados y hacia dónde vamos, tenemos piso y horizonte.

Este tiempo covídico es un breve impasse de aprendizaje, es hora de levantarnos y seguir andando.

 

 

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