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La reinvención de Molinari durante el coronavirus

El gimnasta se las rebuscó sin torneos: se mudó, vendió equipamiento deportivo y colobora con un merendero. 
Sabado, 12 de septiembre de 2020 01:59

Durante principios de marzo, el atleta de 36 años estaba disputando dos Copas del Mundo, buscando su última chance para llegar a Tokio, cuando la COVID-19 hizo su aparición. 
El santafesino debió reinventarse -y achicarse- para sobrevivir, luego de suspenderse las competencias y tener que cerrar las tres sucursales de su escuela de gimnasia. Pero fiel a su carácter, el especialista en anillas no se quedó quieto. Se mudó a una casa con un alquiler más barato, se puso a vender el equipamiento deportivo de un sponsor y presentó un proyecto a un municipio para organizar unas olimpiadas virtuales. Todo esto le permitió capear el temporal económico que desató la pandemia pero, además, le quedó tiempo y energía para seguir de cerca el proyecto social que eligió en el programa Huella Saint Gobain, la mejora de infraestructura del merendero Sueños de Dios, en el barrio Bancalari, en Tigre.
“Cuando cerramos las escuelas, el 19 de marzo, al principio pensamos, como la mayoría, que esto duraría unas semanas, pero al mes nos dimos cuenta que venía para largo y lo primero que hicimos, aprovechando que se nos terminaba el alquiler, fue mudarnos. Luego nos achicamos en los servicios y después empecé a vender equipamiento deportivo, algo que se puso de moda con la gente entrenándose en las casas. Tuve más de 100 pedidos, pero fue estresante porque había poco stock. Igual, seguimos porque teníamos alquileres y sueldos (de profesores) que pagar y la recaudación había bajado muchísimo porque pasamos de 400 alumnos a 50 chicos a través de la plataforma Zoom. Fuimos tapando agujeros y zafando, pero no resultó nada fácil”, detalla Molinari. 
Su reinvención durante la pandemia y las limitaciones de traslado no evitaron que Molinari siguiera de cerca el avance de su proyecto social. Federico había visitado el merendero Sueños de Dios en diciembre, durante su inauguración, luego de que la empresa se encargara de revocar paredes, pegar cerámicos, hacer una carpeta en el piso y poner una membrana líquida en el techo para terminar un salón que funcionara como comedor y acondicionar las instalaciones ya construidas. Y esta semana volvió para una nueva visita. “Me encontré con un lugar que sigue avanzando, ampliándose y que, por la crisis, además de dar de comer a 70 chicos, ahora está asistiendo a sus familias. Son, en total, unas 200 personas. En medio de la pandemia y en medio del sufrimiento, porque a Silvina y Miguel, los dueños del comedor, se les murió el papá de COVID-19 y hoy estaban ahí. Son grandes luchadores, es realmente emocionante lo que hacen. Sé claramente lo que es no tener nada o directamente no contar con oportunidades. El ayudar al prójimo se me ha hecho carne”, cuenta.

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Durante principios de marzo, el atleta de 36 años estaba disputando dos Copas del Mundo, buscando su última chance para llegar a Tokio, cuando la COVID-19 hizo su aparición. 
El santafesino debió reinventarse -y achicarse- para sobrevivir, luego de suspenderse las competencias y tener que cerrar las tres sucursales de su escuela de gimnasia. Pero fiel a su carácter, el especialista en anillas no se quedó quieto. Se mudó a una casa con un alquiler más barato, se puso a vender el equipamiento deportivo de un sponsor y presentó un proyecto a un municipio para organizar unas olimpiadas virtuales. Todo esto le permitió capear el temporal económico que desató la pandemia pero, además, le quedó tiempo y energía para seguir de cerca el proyecto social que eligió en el programa Huella Saint Gobain, la mejora de infraestructura del merendero Sueños de Dios, en el barrio Bancalari, en Tigre.
“Cuando cerramos las escuelas, el 19 de marzo, al principio pensamos, como la mayoría, que esto duraría unas semanas, pero al mes nos dimos cuenta que venía para largo y lo primero que hicimos, aprovechando que se nos terminaba el alquiler, fue mudarnos. Luego nos achicamos en los servicios y después empecé a vender equipamiento deportivo, algo que se puso de moda con la gente entrenándose en las casas. Tuve más de 100 pedidos, pero fue estresante porque había poco stock. Igual, seguimos porque teníamos alquileres y sueldos (de profesores) que pagar y la recaudación había bajado muchísimo porque pasamos de 400 alumnos a 50 chicos a través de la plataforma Zoom. Fuimos tapando agujeros y zafando, pero no resultó nada fácil”, detalla Molinari. 
Su reinvención durante la pandemia y las limitaciones de traslado no evitaron que Molinari siguiera de cerca el avance de su proyecto social. Federico había visitado el merendero Sueños de Dios en diciembre, durante su inauguración, luego de que la empresa se encargara de revocar paredes, pegar cerámicos, hacer una carpeta en el piso y poner una membrana líquida en el techo para terminar un salón que funcionara como comedor y acondicionar las instalaciones ya construidas. Y esta semana volvió para una nueva visita. “Me encontré con un lugar que sigue avanzando, ampliándose y que, por la crisis, además de dar de comer a 70 chicos, ahora está asistiendo a sus familias. Son, en total, unas 200 personas. En medio de la pandemia y en medio del sufrimiento, porque a Silvina y Miguel, los dueños del comedor, se les murió el papá de COVID-19 y hoy estaban ahí. Son grandes luchadores, es realmente emocionante lo que hacen. Sé claramente lo que es no tener nada o directamente no contar con oportunidades. El ayudar al prójimo se me ha hecho carne”, cuenta.

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