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Murió Quino: una visión sobria, irónica y, ante todo, humanista

En cada una de sus múltiples viñetas reflejó su sensibilidad y cultura.
Miércoles, 30 de septiembre de 2020 13:11

En cada una de sus múltiples viñetas reflejó su sensibilidad y cultura.Quino dibujó a Mafalda poco menos de una década, entre 1964 y 1973, y sólo por eso se ganó de sobra la entrada al Olimpo de los historietistas. El genio mendocino no reniega de su personaje estrella –bueno, no demasiado- pero lo cierto es que la mayor parte de su vasta e influyente obra no solo está definida por la niña iconoclasta, sino por un sinfín de viñetas elegantes, cargadas de ironía y sarcasmo sobre diferentes aspectos de la condición humana.

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En cada una de sus múltiples viñetas reflejó su sensibilidad y cultura.Quino dibujó a Mafalda poco menos de una década, entre 1964 y 1973, y sólo por eso se ganó de sobra la entrada al Olimpo de los historietistas. El genio mendocino no reniega de su personaje estrella –bueno, no demasiado- pero lo cierto es que la mayor parte de su vasta e influyente obra no solo está definida por la niña iconoclasta, sino por un sinfín de viñetas elegantes, cargadas de ironía y sarcasmo sobre diferentes aspectos de la condición humana.

A lo largo de su carrera, que comenzó a mediados del siglo XX en revistas míticas del humor gráfico argentino como Rico Tipo y Tía Vicenta, Quino dio forma a un lenguaje narrativo inconfundible con el que reflexionó acerca de la hipocresía social, la burocracia, las diferencias de clase y las “careteadas” de ámbitos tan variopintos como la cocina, la medicina, el arte o el amor.

Una vez liberado de la “tiranía” del mito Mafalda (“Ella me frustró como dibujante, a veces le tengo cariño, otras veces le tengo rabia” confesó alguna vez), Quino se convirtió en un agudo observador de las miserias que configuran el orden social y de los relatos que las legitiman.

 

Envasadas en una gráfica aparentemente naif –de aires porteños y afrancesados a la vez- sus viñetas jamás carecieron de sentido: ni una sola de las tantas que publicó en medios de prensa de todo el mundo durante décadas dejó de meter el dedo en alguna llaga social o cultural.

Afincado en Buenos Aires a mediados de los 50, Quino se fue abriendo paso en la escena del humor gráfico, tras algún intento frustrado que lo había enviado de regreso a su Mendoza natal. Aquí, junto con una generación dorada de historietistas, escritores y diseñadores entre los que se contaban Miguel Brascó, Copi, Oski, Carlos Del Peral, Osvaldo Lamborghini, Juan Fresán, Kalondi y tantos más, dio forma a una clase de humor típicamente porteño –culto, crítico, urbano- que extendería su influencia durante muchos años sobre artistas de camadas posteriores como Roberto Fontanarrosa o Les Luthiers, entre otros.

Mientras su Mafalda se convertía en un fenómeno de masas desde las páginas de Primera Plana y El Mundo (y luego en un sinfín de publicaciones internacionales), Quino dejó volar su versión más autoral en revistas contraculturales de los 60 como 4 Patas, Leoplán y La Hipotenusa, a través de las que participó de lleno en un clima de época marcado por la efervescencia política y el cuestionamiento de las costumbres conservadoras.

“Mis dibujos son políticos, pero en relación a situaciones humanas más que políticas en sí. Esas situaciones se vienen repitiendo desde que el hombre es hombre”,explicó hace unos años en una entrevista con Ñ. A diferencia de colegas que se referían abiertamente a una coyuntura marcada por los golpes militares, la guerra fría y la proscripción del peronismo, Quino desarrolló un lenguaje atemporal gracias al cual sus reflexiones lograron tocar a lectores del mundo y se mantienen vigentes sin importar el paso de los años ni de los gobiernos.

 

Dijo: “La ferocidad está dirigida contra la condición humana. La explotación del hombre por el hombre es inherente al ser humano y se ha desarrollado a través de cinco mil años. No veo que pueda cambiar. Por eso creo que el humor no sirve. Pero bueno, es lo único que yo tengo”.

Cuando en 1969 el semiólogo italiano Umberto Eco editó y prologó la primera traducción de Mafalda, le descubrió al mundo occidental (o al menos, a parte de sus clases cultivadas) la existencia de un humorista gráfico argentino, con ciertos aires a lo Woody Allen, capaz de capturar el espíritu de época de un mundo convulsionado y en estado de revolución cultural.

El autor de “El nombre de la rosa” definió a Quino como un “dibujante y moralista del siglo XX. En sus viñetas ha dado una visión lunática y surrealista de los aspectos cotidianos de la vida ínfima de nuestros tiempos”.

Es en eso de la “vida ínfima” donde reside probablemente la universalidad del lenguaje de Quino. Sus viñetas hablan de hombres comunes, ínfimos, anónimos, enfrentados al desatino de las relaciones humanas y las convenciones sociales. Trazados por su plumín de tinta china, los clásicos chistes de médicos o de restaurantes alcanzan estatura de reflexiones metafísicas y se convierten en verdaderos tratados de la comedia humana, en libros como “Quinoterapia” (1985) o “A la buena mesa” (1980) publicados por De la Flor su editorial de toda la vida.

 

Ese sello, comandado por Daniel Divinsky, publicó en 1963 “Mundo Quino”, la primera compilación del Quino-No-Mafalda en la que el mendocino elaboraba su visión surrealista del mundo y sus gentes. Con el paso de las décadas y de volúmenes como “A mí no me grite” (1972), “Potentes, prepotentes e impotentes” (1989” y “Qué presente impresentable” (2005) las preocupaciones de Quino fueron pasando de las desigualdades de clase, la censura y la hipocresía de la moralidad dominante –que marcaron a buena parte de sus viñetas durante las décadas del 60,70 y parte de los 80- a temas como la destrucción del equilibrio ecológico y la alienación desatada por la revolución digital.

El Quino más reciente es una especie de testigo atónito de un mundo extraño, en el que la realidad es cada vez más una representación de lo que alguna vez fue la realidad, ya se trate de un presidente de Estados Unidos como de una lata de tomates.Sudaca y periférico, pero al mismo tiempo refinado y cosmopolita, igual que la Argentina.

Naif y a la vez profundamente consciente de las dinámicas del poder, de las maneras que los seres humanos tenemos de ejercerlo, ya sea en un gobierno, una empresa, un consultorio, la cola de un banco o un apareja. En el poder anida el sometimiento, el absurdo y la injusticia. Y Quino lleva gastados océanos de tinta intentando que nos demos cuenta de ello.

Fuente: Clarín

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