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Messi y Barcelona: el juguete roto

Miércoles, 09 de septiembre de 2020 08:24

Leo Messi reclamaba mejorar su contrato en 2014. Sumaba cuatro Balones de Oro, una veintena de títulos y se encaminaba a una cuarta Champions. Y Neymar, recién llegado, ganaba más que él. "Si has dado la mayor gloria a tu club y ahora fichan a un chaval y le dan más dinero, entiendo que no se sienta querido", justificaba a Messi la periodista Pilar Rahola en una tertulia radial en RAC1. Marius Carol, entonces director de La Vanguardia, diario del histórico poder en Cataluña, respondió en cambio que el crack debía ser agradecido. Porque sin Barcelona, afirmó Carol, Messi "hubiera sido un tío de metro cuarenta que no se hubiera podido agarrar en los autobuses. Se hubiera caído por el suelo". Rahola atinó apenas dos palabras: "¡Qué bestia!".

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Leo Messi reclamaba mejorar su contrato en 2014. Sumaba cuatro Balones de Oro, una veintena de títulos y se encaminaba a una cuarta Champions. Y Neymar, recién llegado, ganaba más que él. "Si has dado la mayor gloria a tu club y ahora fichan a un chaval y le dan más dinero, entiendo que no se sienta querido", justificaba a Messi la periodista Pilar Rahola en una tertulia radial en RAC1. Marius Carol, entonces director de La Vanguardia, diario del histórico poder en Cataluña, respondió en cambio que el crack debía ser agradecido. Porque sin Barcelona, afirmó Carol, Messi "hubiera sido un tío de metro cuarenta que no se hubiera podido agarrar en los autobuses. Se hubiera caído por el suelo". Rahola atinó apenas dos palabras: "¡Qué bestia!".

Esa frase de Carol, según el periodista Martí Perarnau, es la mejor representación del poder que dominó durante casi medio siglo al Barcelona, el llamado "Nuñismo" que a partir de 2010 "depuró" cualquier vestigio del período "contracultural" que comandó Joan Laporta (2003-10), incluyendo a la "santísima trinidad calcinada por los odiadores": Johan Cruyff, Pep Guardiola y, ahora, Messi. El "nuñismo" es por José Luis Núñez, el presidente que fichó a Diego Maradona en 1982 y que en 1984 no quería venderlo al Napoli. Para destrabar la operación, Jorge Cyterszpiler, manager de Diego, le pidió al representante José María Minguella que se hiciera pasar por Núñez y hablara con Corrado Ferlaíno, presidente del Napoli, que exigía un diálogo personal con su par catalán. "Hacé de Núñez", pidió Cyterszpiler a Minguella, y le dio el teléfono fijo en su casa de la calle Gosol 34, en Barcelona. Eran otros tiempos.

"Messi -me dice un fino observador desde Barcelona- seguramente falló en su estrategia de salida, pero acaso jamás creyó que el club le iba a contestar así, '700 millones o nada'. ¿En serio esa era la única respuesta posible? ¿Cero generosidad para el jugador que te dio todo? ¿Ni siquiera sentarse a negociar con el City? ¿Amenazarlo con un juicio que Barcelona posiblemente jamás ganaría y solo para amedrentar a cualquier comprador?". "Los estúpidos -afirma el escritor catalán Jordi Puntí- no saben que son estúpidos y tienen la capacidad infinita de hacer daño y de ser devastadores". Se refiere a José María Bartomeu, presidente de Barcelona, sobreviviente de todas las crisis, acusaciones de corrupción incluidas. Como sea, Messi, aún con sus caprichos, era "el San Martín indiscutido en las históricas pujas internas del Barcelona. Ya no más. El idilio impoluto -me dice el observador-, el cuento de hadas, se terminó".

A la negativa patronal se agregó Javier Tebas, presidente todopoderoso de la Liga española, el mismo que en 2005, cuando era el vice de la Liga y también era asesor jurídico del Alavés, denunció una argucia reglamentaria que buscó impedir el debut de Messi en Barcelona. Después, claro, Tebas se sumó rápido a la explotación del fenómeno. Ahora se resiste a perderlo. Igual que el Ferlaíno napolitano que engañó a Maradona prometiéndole una venta que jamás concretó. "Fui su carcelero", admitió Ferlaíno treinta años después, en el documental de Asif Kapadia. Pos Italia 90, cuando la inevitable debacle agravó el enfrentamiento y Diego dejó de ser negocio, aparecieron, uno tras otro, el doping, la cocaína y las prostitutas. Y Maradona escapando por la puerta de atrás.

Messi es menos ruidoso. Y Barcelona no es Nápoles. En días de vacaciones y pandemia, casi no hubo reclamo popular ni en el anuncio de partida ni tras el cambio brusco adoptado por Messi luego de la reunión de su padre con Bartomeu. Una única reunión, extrañamente, alcanzó para poner todo como antes. ¿Como antes? ¿Se animará el nuevo DT Ronald Koeman a sacar a Messi si Leo juega mal en un Camp Nou que en algún momento volverá a tener gente en las tribunas? "Me niego a pensar que el jugador que nos ha dado los mejores momentos pueda ser pitado", afirma Puntí. Las elecciones de marzo, con nueva dirigencia y posiblemente Xavi DT, podrían animar a Messi a quedarse. O no. Ahora, Messi asegura compromiso, pero todos saben que se vienen meses difíciles. De pura suspicacia. Y que las garantías, ya quedó claro, no son eternas. Rey emérito hay uno solo.

Como decía Carol, Messi, efectivamente, medía "un metro cuarenta" (y para crecer se daba él mismo inyecciones diarias en las piernas), cuando a los trece años entró por primera vez a un vestuario de Barcelona. Tímido, comenzó a cambiarse afuera, no saludó al entrar y se sentó en una esquina. "Es un enano el tío", decían algunos niños. El mundo cambió cuando le dieron la pelota. Esa imagen, Messi y la pelota, es la más poderosa para recordarnos que, aún en medio de la jungla, el fútbol también sigue siendo un juego. Cuando Barcelona se quedó sin la pausa y el estilo de Xavi, cuenta Alex Delmás en el último número de la gran revista digital The Tactical Room, Messi bajó unos metros. Cuando se fue Neymar y el equipo perdió desequilibrio individual, "Leo dobló el suyo". Y cuando se fue Iniesta, Messi se responsabilizó también de romper líneas. "Se hartó de ser pararayos y muleta", añade Perarnau. Hasta la abuela Celia sabrá comprender si Leo mete un Topo Gigio apenas vuelva a anotar un gol. Muchos apuntarán a Bartomeu. Otros querrán hacernos creer que se lo dedica a su hijo mayor. Porque Thiago, sabemos, nunca quiso irse de Barcelona.

Fuente: Ezequiel Fernández Moores, La Nación

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