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Desde la vereda de enfrente

Lunes, 11 de enero de 2021 00:00

Cuando Alberto Fernández asuma la conducción nacional del peronismo y Máximo Kirchner el de la provincia de Buenos Aires, se habrá coronado de manera incontrastable el final anunciado: el peronismo no existe más. Algo que se viene observando desde hace más de quince años.

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Cuando Alberto Fernández asuma la conducción nacional del peronismo y Máximo Kirchner el de la provincia de Buenos Aires, se habrá coronado de manera incontrastable el final anunciado: el peronismo no existe más. Algo que se viene observando desde hace más de quince años.

¿Es esto bueno o malo? Ni bueno, ni malo, es lo que es. La muerte siempre es difícil de aceptar especialmente cuando los mayores se van dando cuenta que quedan solos. Los peronistas sin peronismo y los antiperonistas sin enemigos. De manera que unos y otros se las arreglan para no velarlo. Unos creen que es posible resucitarlo y otros creen que el kirchnerismo es peronismo. Fatal coincidencia.

El kirchnerismo es una formación política que ya lleva diecisiete años y se ha ganado su lugar en la historia argentina. De modo que requiere una aproximación más rigurosa. Hunde sus raíces en el giro a la izquierda que el peronismo realizó a comienzos de los sesenta en pleno auge de la Guerra Fría, cuando el marxismo asomaba como una posibilidad creíble y Perón declaraba: ¿La revolución mundial va hacia formas socialistas; es legítimo asociarse a Rusia? Por la misma época, el exiliado se aproximaba a los Países No Alineados, perdiendo sentido su tercera posición, pues los No Alineados habían dejado de serlo, al caer en manos del mariscal Tito, Mao Zedong y Fidel Castro, es decir, la izquierda. El general Perón en el exilio y en sus ansias de volver al poder cobijó en su movimiento a la derecha que venía de origen y a la izquierda en ascenso, categorías políticas centrales por aquellos años, en la Argentina y el mundo. Lo que hizo creer en la década del 60, y está escrito en miles de textos, que este movimiento, autotitulado nacional, con características policlasistas era además poliideológico.

En el peronismo de origen, desde que Perón apareció en la Secretaría de Trabajo, el marxismo y la lucha de clases se transformaron en los enemigos a vencer. En las elecciones de 1946, fecha fundacional del Justicialismo, Perón enfrentó a la izquierda reunida en la Unión Democrática y a los grupos de poder y grandes diarios que en términos generales siempre han tenido una mirada progresista, hasta el día de hoy. El mismísimo embajador norteamericano, Spruille Braden, era progre, su principal asesor, presente en la Argentina por aquellos años, era Gustavo Durán un exoficial del ejército republicano y miembro del Partido Comunista español. Para decirlo claramente Perón fue identificado en la Argentina y en el mundo como la manifestación personal y política de la centroderecha.

Ciertamente sumó militantes de un amplio espectro ideológico, pero no conformaron corrientes orgánicas dentro del partido. Fueron cooptados uno a uno. La línea la marcaba Perón al crear de un día para otro el partido Peronista. En definitiva la esencia del peronismo, en lo que a cuadrante político corresponde, fue la derecha y eso lo tuvieron claro la Iglesia, las FF.AA. y los gremios, razón de su apoyo.

En la década del 60 esto cambió. Un sector de la intelectualidad argentina atravesada por la moda marxistoide mundial y el castrismo se acercó al peronismo. El General exiliado les dio cabida.

Los proscriptores, esto es el antiperonismo, debieran, también, hacerse cargo de esto. Como decía el general Aramburu: acá nos equivocamos todos.

Pícaramente, Perón aseguraba que, no obstante esta variopinta generalidad, peronistas éramos todos. Claro, al comienzo fue una gracia, al final una tragedia.

El kirchnerismo retomó, en el siglo XXI, la tradición cultural de las organizaciones guerrilleras, pero sin armas. La derrota que le infringió el Ejército Nacional no tuvo ni tiene vuelta atrás y frente a la caída del Muro de Berlín se centraron en la interpretación de la historia, los derechos humanos y la alteración de valores, instalando centralmente un relativismo moral y un igualitarismo discursivo demoledor de la espina dorsal de la patria, tal cual lo viene realizando el progresismo mundial con quien se han asociado. Lo que el progresismo pone en juego, es la vida, la familia y el trabajo. En estos puntos han encontrado amigos insospechados del ámbito político y cultural argentino responsables de que el kirchnerismo gobierne.

Llegados al poder, su relato tiene raíces. En su linaje histórico cultural se entrecruzaban varias corrientes: Rodolfo Puiggros, Juan J. Hernández Arregui, Arturo Jauretche, John W. Cooke. Contemporáneos de menor jerarquía son Felipe Pigna, Pacho O'Donnel, Marcelo Gullo, Pablo Vázquez, Eduardo Anguita y Aracelli Bellota, entre otros, que desde el Instituto Dorrego procuraron institucionalizar el relato kirchnerista.

Por otro lado, y más independientes, Osvaldo Bayer y Norberto Galasso. Todos ellos abrevan en los estudios historiográficos de la década del 60. Ningún aporte novedoso salió de sus escritos que no sea una revalorización unilateral del sesentismo violento. No hay que olvidar a los ministros de Cultura del kirchnerismo todos provenientes de la izquierda: Torcuato Di Tella, José Nun, Jorge Coscia y Teresa Parodi y menos a quien de manera directa manejó los medios de comunicación oficial, Tristán Bauer.

El kirchnerismo desmontó la identidad peronista de origen que fue la derecha popular con base obrera y empresarial productiva, para transformarla en una corriente progresista encarnada en sectores medios intelectualizados con base en sectores sociales improductivos y marginales. Los que se sientan herederos del peronismo de origen o de algo parecido tendrán por delante una tarea ciclópea: empezar de nuevo desde la vereda de enfrente, no hay avenida del medio.

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