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Un país captado por la patología

Martes, 26 de enero de 2021 00:00

El fracaso aburre, cansa. Rompe. Como rompe el lamento borincano de la declinación. La carencia de alternativas (también las rompe).

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El fracaso aburre, cansa. Rompe. Como rompe el lamento borincano de la declinación. La carencia de alternativas (también las rompe).

La "familia unida", como concepto, está diezmado. El 62% de las familias de capa media y media alta tienen hijos y nietos que residen ¿definitivamente? en el exterior. Exilio que excede el margen aceptable de la economía en crisis. Las conclusiones ni siquiera aterran. Generan desdén, a lo sumo indiferencia. Las conjeturas ante la incertidumbre inducen a sostener la teoría del fracaso colectivo.

El motivo del hartazgo

* Dependencia política de la Sputnik

El tercer gobierno de la doctora -que preside Alberto Fernández, el poeta impopular- es, como gobierno, flojo, deficiente y gris. Pero con buenos pretextos que lo justifican.

Su segundo año, 2021, contiene el marco de dos situaciones límites. La peste del coronavirus, la madre protectora de todos los pretextos. En simultaneidad con las decisivas elecciones de medio término. Lo que debiera ser una celebración de la democracia se impone como un desafío ritual. La peste llegó para quedarse. Sorprende por la dependencia política, más que sanitaria, de la Sputnik V, la vacuna rusa.

La única posible, pese a que el ministro Ginés, fábulo Vega, asegura disponer de 51 millones de dosis. La providencial Sputnik fue obtenida gracias a las gestiones no reconocidas de los impresentables. Sin ellos, Alberto seguiría con sus filminas imaginarias. En trámites para conseguir la antivariólica. Los influyentes guiaron a los funcionarios en el viaje reservado hacia Moscú. Los conectaron con los altos dignatarios del Gamaleya, a los del Fondo ruso. Hasta lograron que el poeta impopular mantuviera un desaprovechado Zoom con el último de los Romanov, el zar Vladimir Putin.

Significa confirmar que si hoy en la Argentina Ginés vacuna no es por la visión geopolítica de la doctora (que les lleva un campo de ventaja, y al ver cómo venía la mano recibió al señor embajador). Ni por la sovietología vocacional de Kicillof, el gótico. Ni por las señoras funcionarias Carla o Cecilia, damas eficientes y recatadas.

Menos aún por el vacunador Ginés, al que entonces Alberto creía pasar al cuarto. Aunque al enterarse, el ministro se alarmó: "Vamos a ir todos presos". Las conexiones de los impresentables fueron entonces utilizadas para dejarlos después afuera. Sin que se registren, al cierre del despacho, atisbos de compensación espiritual (los patriotas pusieron patriotismo, tiempo, mangos).

Transcurrió apenas alguna comida austera en Olivos. Con el discreto encanto que irradiaba la señora Fabiola. Con el detalle costumbrista de Dylan, el perro animador de las veladas.

* La peste y las elecciones

La vertiente electoral -en cambio- impregna de banalidad las cuestiones pendientes. Por la necesidad categórica de ganar.

Para la numerología de los votos no sirve recortar siquiera una uña. Si el frágil oficialismo hiciera lo que debe hacerse con las cuentas, lo más seguro es que en agosto pierda, en octubre también. O que se fortalezca la fragilidad opositora, que arrastra el estigma del fracaso fresco. Recién sacado de la heladera de la historia.

* Más poder que cuando era presidenta

Ni el Frente de Todos, el revuelto de Gramajo, representación del oficialismo. Ni Juntos por el Cambio, el fracaso fresco, representación opositora. Dos coaliciones que no debieran aspirar a nada parecido al éxito. O a encarar, por lo menos, un proyecto viable que resuelva la catástrofe estructural (del país captado por la patología). La mera existencia de la otra coalición confirma la inutilidad del intento.

* Período estancado de mediocridad paulatina.

El ingenio para la obstrucción supera con amplitud al imaginario de la construcción. "En Argentina, todo termina, invariablemente, mal" (sentencia horrible del portal). Como vicepresidenta, la doctora concentra más poder que el que tenía cuando era la señora presidenta.

Decide, para estupor de Magnetto o Pierri, el valor del "servicio público de las telecomunicaciones".

Las cuotas de las prepagas de la medicina privada (que exasperan a Belocopit).

El costo de la luz, del gas (que impulsa a Marcelito a vender hasta las velas).

Maneja gran parte del Parlamento. La provincia (inviable) de Buenos Aires cabe en su carterita. Audita con epístolas dramáticas el Ejecutivo. Y es, acaso a su pesar, la jefa máxima del peronismo (para tormento de los abundantes "peronistas en desuso"). A medida que la doctora extiende su poder, la oposición más dura, con pavorosa lealtad, sigue la agenda de la reconocida oposición mediática. Referentes repiten los razonamientos y los datos aportados por los columnistas, dadores voluntarios de letra. Se multiplican las interpretaciones instaladas que aluden a la exclusiva pasión de la doctora por la impunidad. Mientras la doctora acapara y gobierna, el conjunto de adversarios duros se entretiene con otra pasión. Meterla presa.

* Los otros tres poderes

Las coaliciones significativas confrontan por el dominio de los dos poderes que se votan.

El Ejecutivo, cada cuatro años. El definitorio legislativo, cada dos.

Ante los otros dos poderes complementarios que se reinventaron como primordiales.

El Judicial funciona como instrumento, sometido al permanente estado de reforma oral.

Y el poder mediático. La prensa que modela y condiciona, con la plenitud del desparpajo, a los otros tres poderes menos interesantes.

Aunque adopte, con astucia ejemplar, el uniforme de la inexistencia. Y no figure, entre sus atributos, la dificultad de gobernar. Pero ejerce con holgura el poder de la negación.

Consiste en imperar, decidir, como si se tratara de la fantasía paranoica de los otros tres poderes, tan frágiles y comparativamente menores.

 

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