¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

23°
25 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

El trumpismo después de Trump

Miércoles, 27 de enero de 2021 02:23

Estados Unidos atraviesa la etapa de mayor conflictividad de su historia desde la finalización de la guerra civil en 1865. El asalto al Capitolio protagonizado por centenares de manifestantes armados confirmó que la salida de Donald Trump y el ascenso de Joe Biden a la Casa Blanca son apenas sendos hitos de una batalla que ahora continúa en un escenario de polarización novedoso e incierto.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Estados Unidos atraviesa la etapa de mayor conflictividad de su historia desde la finalización de la guerra civil en 1865. El asalto al Capitolio protagonizado por centenares de manifestantes armados confirmó que la salida de Donald Trump y el ascenso de Joe Biden a la Casa Blanca son apenas sendos hitos de una batalla que ahora continúa en un escenario de polarización novedoso e incierto.

En una amplia franja de la opinión pública norteamericana, el advenimiento de la administración demócrata genera una sensación más de alivio ante el fin de una pesadilla que de esperanza sobre el porvenir.

Los triunfos de Bill Clinton y Barack Obama, los dos predecesores demócratas de Biden, habían despertado grandes expectativas de cambio. En cambio, Biden es más visualizado como el artífice de un retorno a la normalidad de la era pre-Trump.

Paradójicamente, la principal incógnita no reside en lo que vaya a hacer Biden, una personalidad absolutamente previsible, sino en lo que suceda con Trump.

Un sobreviviente incómodo

El expresidente, quien por primera vez en la historia desconoce la legitimidad del gobierno electo, no piensa retirarse de la política activa, tal cual hicieron todos sus antecesores, desde George Washington hasta Obama. Al mismo tiempo, sus adversarios pretenden dejarlo fuera de juego con un juicio político que lo inhabilitaría para volver a ejercer cargos públicos.

Esa batalla crucial se libra en el Senado y la condena a Trump requiere el voto del 60% de ese cuerpo legislativo. Esto demandaría que una decena de senadores republicanos respalden la acusación ya aprobada por la Cámara de Representantes.

El Partido Republicano está frente a una encrucijada estratégica. Su dirigencia nunca digirió la jefatura de Trump. Su victoria en las elecciones primarias de 2016 se concretó a pesar de los esfuerzos del aparato partidario. Una vez definida la candidatura el partido cerró filas para ganar la elección presidencial contra Hillary Clinton y luego para sostener a su gobierno y también para impulsar su reelección, pero siempre con la secreta esperanza de que se tratara de un fenómeno pasajero. Este sería entonces el momento ideal para desembarazarse de su incómodo protagonismo, pero algunos prominentes líderes republicanos vacilan a la hora de decidir.

El temor de los críticos republicanos de Trump es que, perdido por perdido, el exmandatario encabece una fractura que allanaría el camino para un abrumador triunfo demócrata en las elecciones legislativas de 2022 y en los comicios para las gobernaciones de los estados. Estas prevenciones provienen de que el sistema electoral estadounidense, de carácter uninominal, no contempla la representación de las minorías. El candidato que obtiene más votos gana la nominación por su circunscripción o por su estado. Con un Trump despechado, jugando la carta de un tercer partido, los republicanos correrían el riesgo de una catástrofe.

Las encuestas revelan que, pese al repudio ampliamente mayoritario a la invasión al Capitolio, el 45% de los votantes republicanos lo miró con simpatía y que, si bien la imagen positiva de Trump es la peor que tuvo un mandatario estadounidense desde que existe registro estadístico, un 34% del electorado tiene una opinión favorable sobre su gobierno.

Por otra parte, Trump cosechó en noviembre 74 millones de votos, una cifra mayor que la que había conseguido en 2016 cuando derrotó a Hillary Clinton. Esos números seguramente no le alcanzan para un retorno a la Casa Blanca, aspiración que jamás rondó la cabeza de ningún expresidente de Estados Unidos, pero le garantizan sí una "minoría intensa", capaz de definir el destino del Partido Republicano.

No es un loco suelto

El "trumpismo" es más importante que Trump. Los críticos del expresidente, muchas veces obnubilados por los rasgos patológicos del personaje, suelen subestimar el fenómeno social encarnado en su liderazgo.

Porque Trump no es un loco suelto. Su figura expresa tendencias profundas de la sociedad norteamericana, una corriente amalgamada por una cultura hondamente conservadora y por un visceral rechazo a las elites políticas e intelectuales que imperaron tradicionalmente en Washington.

En ese contexto, la consigna de "América first" actuó como un elemento movilizador en la conciencia colectiva de un país que, tras haber sido la primera potencia mundial durante un siglo, parecería estar condenado a ceder en los próximos años ese lugar de privilegio a China.

La columna vertebral de esa heterogénea coalición es el poderoso movimiento evangélico, que constituye la fuerza más y mejor organizada de la sociedad estadounidense. Pero esa amplia constelación "trumpista" abarca desde los granjeros del cinturón agrícola hasta los defensores de la portación de armas nucleados en la Asociación Nacional Rifle (una organización con seis millones de afiliados), los grupos ultraconservadores, que en sus variantes más extremistas reivindican el "supremacismo blanco" (acicateado por el ascenso de un primer presidente negro), y los núcleos ideológicos de la "all right" (derecha alternativa).

 Pero el dato socialmente más relevante en la conformación del “trumpismo” fue que su prédica penetró también entre los trabajadores blancos de los distritos industriales, cuyas fábricas habían cerrado por la “deslocalización” impulsada por las corporaciones transnacionales, que optaron por radicar sus inversiones en México, China u otros países de mano de obra barata en Asia o en Centroamérica. La conquista de esta franja de obreros, históricamente votantes demócratas, fue el factor cualitativo que permitió a Trump transponer las fronteras clásicas de la base republicana y configurar un movimiento “populista” que llegó a tener imitadores significativos en otras latitudes, como Boris Johnson en Gran Bretaña y Jair Bolsonaro en Brasil. 
 

2024: ¿duelo de herederas? 

El principal dilema de Trump, propio de todas las experiencias “populistas”, es forjar su propia sucesión. 
Porque el “trumpismo” tiene un líder, pero no necesariamente un candidato. Más allá de la cerrada resistencia que despierta su persona, en 2024 el expresidente tendrá 78 años. Entre sus posibles opciones, figura entonces imitar el ejemplo de algunos de sus colegas sudamericanos, como Cristina Kirchner con Alberto Fernández en la Argentina, Evo Morales con Luis Arce en Bolivia y Rafael Correa con Andrés Arauz en las elecciones del 7 de febrero próximo en Ecuador. 
Dentro de su partido hay dirigentes que bien podrían aspirar a cumplir ese papel. Pero a Trump le gusta sorprender y existen indicios de una variante de carácter dinástico: Ivanka Tump, quien durante el mandato de su padre cumplió un rol significativo como asesora presidencial, podría postularse el año próximo como candidata a senadora por Florida y desde esa posición competir para encabezar la futura fórmula republicana. Su marido, Jared Kushner, fue uno de los personajes más influyentes de la administración republicana.
Esta alternativa dinástica abre terreno a una hipótesis televisivamente apasionante. Porque Biden, quien para entonces tendría 82 años, difícilmente se postule para la reelección. En tal caso, la candidata natural a sucederlo sería la vicepresidenta Kamala Harris. De ese “duelo de herederas” surgiría el nombre de la primera presidente mujer de la historia de Estados Unidos, aquel eterno sueño frustrado de Hillary Clinton. 

 * Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico 
 

 

PUBLICIDAD