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¿Tercer Triunvirato?

Viernes, 01 de octubre de 2021 02:09

El resultado de las últimas elecciones evidencia un problema de fondo mayúsculo: la crisis del partido que ha tenido un rol protagónico en nuestra historia contemporánea. Su fisonomía de movimiento le permitió durante décadas jugar con varias caras de Proteo, según los vientos.

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El resultado de las últimas elecciones evidencia un problema de fondo mayúsculo: la crisis del partido que ha tenido un rol protagónico en nuestra historia contemporánea. Su fisonomía de movimiento le permitió durante décadas jugar con varias caras de Proteo, según los vientos.

La plasticidad parece llegar esta vez a su fin. La respuesta al veredicto de una opinión pública lapidaria se reduce a reeditar un formato de poder y un par de ideas perimidas.

Por definición, un partido tiene que tener un ideario, un sistema de soluciones a un sistema de problemas. A eso se reduce la política, en definitiva. Los partidos son poleas de transmisión entre la realidad y el poder.

Cuando esas plataformas se truncan, cuando dejan de dar respuesta o quedan obsoletas, el cosmos se disloca y entramos en la dimensión de un nuevo orden.

En esa instancia está el país, a mitad de un mandato y con una elección definitiva por venir.

Entre los varios desaciertos de la reforma constitucional de 1994 subyace uno principal: importar ortopédicamente instituciones. Fue el caso del jefe de Gabinete, extraña hibridación entre un sistema parlamentario y un sistema típicamente presidencialista como el nuestro. El principal puntal de la estrategia política para responder a la crisis institucional creada por las PASO es apoyarse en esta figura, de modo de sumarle una tercera cabeza al pináculo del poder, en pos de atomizar la responsabilidad y repartir culpas.

En derecho hay dos figuras clásicas para la representación, el mandato y la gestión de negocios. La diferencia es que en un caso se conoce el titular del encargo, en el otro no; de allí que la segunda sea impropia en la democracia.

Transparencia es el fundamento. Presenciamos la reconfiguración del poder con la aparición de un comisionista que no está claro a quién responde, en sentido lato y figurado, para conformar una suerte de tercer triunvirato.

Es un intento de reeditar una esperanza precluida, que está anotada en la historia de los fracasos: pretender resolver un desafío tan complejo recurriendo al milagro del caudillo facundesco es retardatario, pero sobre todo deja en claro una incomprensión profunda de un país fragmentado, sumido en la angustia económica y social, que enfrenta el albur de un cocktail explosivo de problemas estructurales históricamente irresueltos e incógnitas propias de un mundo pospandemia.

La nueva fisonomía del poder parece asentarse en dos ideas tan simples como grotescas: un discurso que recurre a los barrios bajos del diccionario y un accionar que se limita a repartir, gravemente esta vez, lo que no hay.

Eso es todo. Se acaba la magia y el mito.

Parece que estamos ante una crisis en fases y de final abierto, con responsables que no quieren ver ni hacerse cargo. Lo que hay que evitar, a toda costa, es que la crisis de las personas y de un partido no contagie al sistema institucional.

Eso sería el prolegómeno de un final funesto y perentorio.

 

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