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El pantano de los senderos que convergen

Domingo, 10 de octubre de 2021 00:00

Jorge Luis Borges escribió, en 1941, "El jardín de los senderos que se bifurcan". Considerado uno de sus "cuentos fundamentales", elabora un bellísimo juego metafísico en el cual coexisten todos los porvenires imaginables. No me animo a mover una coma de lugar o a cambiar una sola palabra de un escrito de Borges. Tampoco siento que sea apropiado citar o parafrasear sus textos para usarlos como contrapunto de nuestra realidad cada vez más grotesca, tosca, ordinaria y declinante.

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Jorge Luis Borges escribió, en 1941, "El jardín de los senderos que se bifurcan". Considerado uno de sus "cuentos fundamentales", elabora un bellísimo juego metafísico en el cual coexisten todos los porvenires imaginables. No me animo a mover una coma de lugar o a cambiar una sola palabra de un escrito de Borges. Tampoco siento que sea apropiado citar o parafrasear sus textos para usarlos como contrapunto de nuestra realidad cada vez más grotesca, tosca, ordinaria y declinante.

Solo quiero mostrar cómo, a contramano de esa idea hermosa de un jardín desde el cual se bifurcan porvenires de una manera pródiga e infinita, Argentina es un lugar al cual le estamos cancelando a nuestro futuro todas sus otras posibilidades. Todos los caminos parecen converger hoy hacia un único final: la anomia, otra debacle económica y una desintegración social lenta y agónica.

Tras el resultado del 12S.

Los argentinos somos exitistas. Con tozudez y, sobre todo, con mucha necesidad de esperanza, queremos creer que el resultado del 12S puede torcer este destino. No somos capaces de aceptar que el tren partió hace décadas y que, por mucho que corramos, no lo vamos a alcanzar.

El país estuvo paralizado por casi dos años y eso tuvo un correlato en las urnas. Quizás haya explicaciones mucho más profundas, no del todo comprendidas ni claras sobre el porqué de la imprevista derrota de unos y la victoria de otros; pero, a esta altura, algo me dice que son disquisiciones irrelevantes. Lo único relevante hoy es que, tras el resultado, el Gobierno fue intervenido por usar un eufemismo suave.

Quien no piensa en mañana suele solucionar sus problemas actuales sembrando la semilla de su destrucción. Fiel a este principio, el arquetipo del idiotismo moral que personifica la vicepresidenta de la Nación, decidida a seguir salvándose ella a costa de literalmente lo que sea, boicoteó a su propio gobierno, lo puso al borde del abismo y luego se alió con un peronismo al que marginó, humilló y denostó durante los últimos quince años.

Peronismo feudal que, rápido de reflejos, simula ayudarle mientras, al mismo tiempo, interviene el gobierno, le pone límites a ella y a su hijo, y al movimiento que ambos representan. Camporismo concebido como una alternativa superadora al peronismo por ellos conjeturado agónico y agotado al cual hoy se alían y por el cual hoy se dejan intervenir.

El poder nunca deja de ser una mesa redonda.

Mientras tanto, los interventores salen corriendo hacia adelante en una convulsión dadivosa en bicicletas, hornos, estufas, heladeras, comida, planes, viviendas, subsidios, moratorias, perdones fiscales y jubilaciones anticipadas que, en algún momento, pasarán su factura. No existe tal cosa como una fiesta gratis.

Así, tenemos una emisión escandalosa que desafía a las más elementales reglas de la economía. Un gasto público desmadrado y una inflación agazapada y "contenida" si es que se puede considerar "contenida" a una tasa de inflación que no baja del 50% interanual. Inversiones que se siguen alejando y fuga de capitales. Un acuerdo con el FMI que parece una meta kafkiana sobre el cual parece que pesara alguna limitación metafísica para alcanzarlo y reservas líquidas reales que apenas alcanzan hasta las elecciones. Con suerte.

Pero tampoco hay que subestimarlos; es conocida la capacidad que tienen para la magia contable y la arquitectura financiera surrealista cuando las urnas apremian y el poder se les escapa.

Así, se hace imposible imaginar otro escenario distinto al de una violenta devaluación y una profunda debacle económica apenas superadas las elecciones del 14N. Sin importar el resultado de éstas.

Después del escrutinio

No importa demasiado quién gane o quién pierda.

Podría pasar que el Gobierno pierda por márgenes mayores a la brecha insinuada en las PASO. Podría perder la presidencia de la Cámara de Diputados, el quórum propio en la Cámara de Senadores y la mayoría en el Consejo de la Magistratura, lugar clave para el manejo de las causas judiciales que tanto desvelan a la vicepresidente y a su familia.

Y el peronismo no es un partido político, es una asociación fluctuante y sin ideología que se alinea detrás de quien ostente el poder.

En este escenario, el Gobierno podría implosionar. Sacrificará a quien sea señalado mariscal de la derrota y luego pelea más cruel todavía buscará a esa figura detrás de la cual alinearse.

La oposición también deberá enfrentar a sus propios demonios y entrará en una fase de lucha interna para decidir quién la conducirá durante los próximos dos años y quién será su cara presidencial el 2023.

Es fácil predecir que en este escenario el Gobierno no podrá comprar ni un sello de goma por dos años enteros sin el beneplácito de la oposición.

La parálisis podría ser total y los riesgos institucionales, económicos, sociales y financieros difíciles de prever e imaginar. La reacción kirchnerista tampoco.

Podría suceder el escenario opuesto. Que el oficialismo demuestre que la estrategia de regalar la vajilla, los manteles, las sillas y las mesas, los floreros y la casa entera sea exitosa y den vuelta el resultado. En este caso, el oficialismo entrará de lleno en una euforia y una impunidad obscena, y en la difícil tarea de decidir quién fue el padre de la victoria.

Una interna que podría resultar tan devastadora como antes una derrota y donde, cualquiera sea su resultado, solo dirimirá qué facción peronista retendrá el poder. 

Y tras esa contienda, sin importar quién resulte ganador, ninguno se alejará del pobrismo como política oficial de Estado y como estrategia electoral exitosa. 

Según los últimos datos oficiales del Indec sobre distribución del ingreso, una persona con ingresos superiores a $85.000 pertenece al 10% más rico de la población. Nada dice más sobre la pobreza del país que una estadística oficial que muestra que una persona que cobra 800 dólares por mes al cambio oficial o 400 al cambio paralelo pertenece a la clase más rica del país.

La estrategia será seguir licuando salarios por medio de una inflación muy alta y haciendo malabarismos para que se mantenga estable. Seguir empobreciendo a toda la población con prisa y sin pausa.

Por último, podría pasar también que el Gobierno pueda volver más o menos a la situación pre-PASO. No vale la pena ahondar en por qué esta situación solo sería un contexto apenas matizado del anterior.

Y, en cualquiera de estos tres escenarios, llegará la factura de la fiesta previa a la elección. 

¿Quién la va a pagar? ¿Con qué recursos? ¿Cómo y cuándo?

Un “deus ex machina”

A Eurípides le encantaba poner a sus personajes ante situaciones imposibles de resolver y cuando ya todo parecía perdido, por medio de una grúa, bajaba un dios al escenario y éste resolvía el problema de alguna manera rara y excepcional. Supongamos que, “deus ex machina” y de una manera inexplicable, logramos llegar al 2023 de alguna manera no trágica ni traumática, sin caer en un escenario de vacío de poder ni de tener que adelantar las elecciones generales. En Argentina todo, absolutamente todo es posible y no existe algo así como un evento de probabilidad cero. 

Si este fuera el caso, aun así podríamos llegar a esta nueva elección en 2023 con una inflación asombrosa, una deuda probablemente en default, un alto nivel de desempleo y mayores niveles de pobreza e inequidad. 

El gran riesgo
 
Si en el 2023 ganara alguna oposición, ¿qué nos hace creer que podrá ser distinto a lo ya vivido hace seis años? ¿Quién va a evitar que se repitan los “Gordos Morteros”? ¿Las catorce toneladas de piedras? ¿Las movilizaciones impulsadas por un sindicalismo atrasado, que solo piensa en su parcela y su fortuna, y que reaccionan ante cada cambio y cada propuesta de bifurcación que vaya en contra de sus intereses personales?

¿Cómo se evita que la “máquina de impedir” enquistada en el Estado siga siendo “exitosa” en su vocación inquebrantable por bloquear y asediar sin dar tregua ni paz?

¿Qué nos hace suponer que este nuevo oficialismo sí podría llevar adelante las enormes reformas estructurales necesarias e ineludibles, cuando no se pudieron hacer seis años atrás? 

Porque, asumámoslo: los argentinos somos caníbales, somos antropófagos de nuestros sueños y de aquellos en quienes tercerizamos nuestra responsabilidad. Los proclamamos héroes, los investimos en salvadores y depositamos en ellos todas nuestras esperanzas. Los dejamos fallar y luego nos los comemos. ¿Qué evitará que los abandonemos a la primera señal de dificultad o ante el primer revés? ¿Qué evitará que los devoremos ante la primera frustración?

Argentina no corre el riesgo de parecerse a Venezuela. Tampoco a Haití, Zimbabwe, Sudán, Líbano, Surinam, Libia, Irán o la liga de países con quienes compartimos los últimos lugares en el “Ranking Mundial de la Miseria” publicado este año. 
Argentina corre el riesgo se seguir pareciéndose a Argentina. 

Un país condenado a la insignificancia y al borde del mundo del que se aleja a toda velocidad mientras todos se preguntan dónde quedaron los destinos y los delirios de grandeza. Dónde quedaron los esfuerzos fallidos, las épicas irrelevantes y las banderas malversadas. Las victorias pírricas y tantos muertos en vano. Tanta grieta absurda y destructiva. Tanta venalidad elegida gobiernos y tanta sociedad estropeada. 

La última esperanza

El optimismo sin esfuerzo es estupidez. La esperanza sin fundamento es fe. Con fe sólo se pueden esperar milagros. Y suplicar o rezar por milagros es banalizar la esperanza. 

Sólo hay una manera de dejar de ser este páramo tóxico desde el cual todos los caminos convergen hacia más de esta Argentina. Solo hay una manera de volver a ser el jardín de senderos que se bifurcan que tenemos la obligación de legarle a nuestra posteridad. 

Cambiando nosotros. 

Resignando derechos individuales y priorizando la edificación de pocos bienes comunes pero sólidos e irrenunciables. Construyendo una sociedad distinta. 

Sólo así tendremos alguna chance de comenzar a cambiar. Sólo así.

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