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La expresión de la libertad

Por Carlos BelloniEspecial para El Tribuno
Miércoles, 13 de octubre de 2021 17:18

“Durante 40 años he defendido el mismo principio, libertad en todo; en religión, en filosofía, en literatura, en industria y en política”. Así resume su pensamiento Benjamin Constant en una de sus últimas obras: “Mélanges de littérature et de politique” publicada en 1829. 

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“Durante 40 años he defendido el mismo principio, libertad en todo; en religión, en filosofía, en literatura, en industria y en política”. Así resume su pensamiento Benjamin Constant en una de sus últimas obras: “Mélanges de littérature et de politique” publicada en 1829. 


La libertad de expresión es la piedra angular no solo de la democracia sino del progreso. Las mentes se cierran y se vuelven más obtusas y totalitarias cuando no se exponen a otros puntos de vista. Por el contrario, es mucho más probable que las ideas se enriquezcan y se vuelvan más refinadas y tolerantes cuanto más cuestionadas y puestas a prueba se encuentren. Más todavía en una sociedad tan polarizada como la nuestra donde “el otro” no simplemente piensa distinto sino que “el otro” encarna un mal que debe ser erradicado.


En un sistema representativo la sociedad delega su soberanía en manos de representantes elegidos para formular y hacer cumplir la ley. Pero, en tanto meros administradores de nuestros bienes colectivos nuestro patrimonio no podemos ni debemos delegar la vigilancia ni el control del correcto desempeño de sus funciones. Hacerlo sería irresponsable y suicida. 


Así, la opinión pública es el alma y la conciencia de un Estado. 
Canalizada a través de los medios de comunicación masiva, la prensa escrita es una parte fundamental e indispensable de esta expresión ciudadana. Libertad de expresión que no puede ni debe pasar por la calumnia, la descalificación o por el insulto. Por el contrario, debe ser el más pleno ejercicio de una libertad responsable; de una libertad positiva. “En lo que respecta a los ataques que no sean graves, más vale habituarse a las inclemencias del tiempo que a vivir en un subterráneo. Cuando los periódicos son libres los ciudadanos se endurecen. La desaprobación o el sarcasmo no causan heridas mortales y para rechazar las acusaciones difamatorias existen los tribunales.” Otra vez Benjamin Constant.


¿Merece ser escuchado todo tipo de opinión? 
La censura está mal por principio. Por mucho que discrepemos del punto de vista o el modo de expresarse de una persona, esta debe ser libre de manifestarse en una sociedad que se imagine a sí misma civilizada y soberana. La posibilidad de decir lo que se piensa es la más fundamental de las libertades.
Por supuesto que un poder ideal sería aquel que demande la eliminación absoluta de todo tipo de censura. Pero sabemos que ninguna forma de poder es ideal, que ningún poder funciona de esa manera y que a todo político le encantaría poder moderar o suprimir la expresión que le resulte contraria.


Desafortunadamente existen mecanismos más sutiles que la censura explícita. Se puede recurrir a medios propios que divulguen información sesgada, tergiversada e incompleta y que permitan sólo la opinión de pensadores afines. O también se pueden acallar las opiniones adversas haciendo uso y abuso de la distribución arbitraria y fuera de todo control de la pauta publicitaria oficial; arma tan eficiente como perversa. Más sutil todavía, existe la llamada “corrección política”; una mordaza tenaz donde la inteligencia y la verdad se tienen que callar para no ofender a la ignorancia, a la estupidez o a los falsos embanderamientos. O la forma más desesperanzadora de todas: la auto censura. Provenga esta del individuo o del propio medio. Un silenciamiento inapelable.


Pero un gobierno que censura explícita o sutilmente es un poder que ampara lo que permite. Que debilita los argumentos de sus propios defensores cada vez que silencia a sus adversarios. Que fomenta la polarización falseando y tergiversando la realidad e impidiendo diferenciar la verdad de la mentira. Que otorga verosimilitud a afirmaciones que no puedan ser rebatidas destruyendo la honradez intelectual y inspirando a la intolerancia.


El valor del periodismo del interior 
Si la expresión ciudadana responsable y positiva hace a la construcción de la democracia; la representación de las voces de todo nuestro territorio hace a la construcción de una Nación. 
En un país que se declama federal pero que es unitario en su concepción, en su historia y en los más triviales hechos cotidianos; el periodismo mal llamado “del interior” reviste de una mayor importancia todavía. 


Las peleas partidarias que ocurren en el AMBA no pueden invisibilizar la realidad de las comunidades wichi. O los problemas de la frontera seca con Bolivia. O los debates de la asamblea constituyente para reformar la Constitución de Salta que, si sale bien y deja emerger el espíritu republicano verdadero que parece animarla, podría ser un espejo y un ejemplo para seguir en el resto del país. 


Vivimos todos en un país devastado por la pauperización económica sistemática cuyos síntomas son una pobreza estructural creciente, indigencia, desempleo e inequidad de todo tipo. Un país donde cada día es más evidente la falta de preparación para retornar al mundo; mucho menos para hacer frente a los desafíos que plantea el siglo XXI. Un país donde todas estas carencias son tanto o más acuciantes cuanto más nos alejamos del mítico puerto porteño.
El Tribuno, con sus 26.000 ediciones, lucha por hacer visible este país profundo y que es nuestro en su todo.
Contra toda esperanza, la libertad de expresión es la expresión de la mayor libertad imaginable.
 

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