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Un tratado sobre la "no delicadeza"

El discurso de Aníbal Fernández obliga a preguntarse sobre las razones por las cuales fue elegido como ministro de Seguridad alguien que hace de la provocación y el absurdo su estilo. 
Domingo, 24 de octubre de 2021 00:37

David Foenkinos, un escritor francés contemporáneo escribió un relato que, por su prosa, por su elegancia, por la elección de las palabras y por los actos de sus personajes; bien podría ser catalogado como un "tratado sobre la delicadeza".

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David Foenkinos, un escritor francés contemporáneo escribió un relato que, por su prosa, por su elegancia, por la elección de las palabras y por los actos de sus personajes; bien podría ser catalogado como un "tratado sobre la delicadeza".

De una manera muy apropiada lo llamó "La delicadeza", y es una novela sobre la esperanza y la imaginación. Un libro donde la vulgaridad y el dolor se convierten en poesía y en magia, y en el cual, a través de su personaje Markus, el autor convierte algo simple como un romance de oficina en algo casi exquisito.

"Markus había sido educado según el principio de que nunca hay que llamar la atención. Que por dondequiera que uno vaya tiene que mostrarse discreto".

"Solo las velas conocen el secreto de la agonía" dice Foenkinos.

No solo ellas, acoto yo. En Argentina, al otro lado de ese mundo del cual nos seguimos alejando y a contramano de esa elegancia y poesía, nuestra existencia y la magia de vivir se convierten en vulgaridad y en dolor.

Nuestros personajes, en vez de delicados y exquisitos, son brutos y groseros.

Peor.

Cada día más, naturalizamos la incorrección y abrazamos la pauperización económica, sentimental e intelectual.

Si se hiciera un compendio de lo que nos pasa tan solo en un día, un autor local podría perfectamente escribir un tratado sobre la vulgaridad.

Un "tratado sobre la no delicadeza".

Un villano sin igual

Aníbal Fernández, en las antípodas de Markus, es conocido por no pasar desapercibido.

Evidentemente no recibió su educación; ¿habrá recibido alguna?

Ya es un hecho que siempre, sin excepción, va a desentonar con sus dichos temerarios, infundados, indelicados, faltos de empatía y antisociales, cuando no lisa y llanamente misóginos y racistas.

"Una persona con rasgos psicopáticos suele estar caracterizada por tener un marcado comportamiento antisocial, una empatía y unos remordimientos reducidos, y un carácter más bien desinhibido". Según esta definición, no hay duda alguna que Aníbal Fernández es un psicópata de temer.

En 2006, siendo ministro del Interior de Néstor Kirchner, dijo: "La sensación está y no se cambia con discursos; se cambia con hechos. Mi preocupación no está en cambiar la cabeza del hombre que siente la sensación o la mujer que siente la sensación, en la calle, con una palabra; yo no soy quién para curar de palabra". Traduciéndolo: "La inseguridad es una sensación".

Personaje de teflón al que jamás nada se le pega y que nunca asume responsabilidad por nada. La culpa siempre es de otro. De cualquier otro y de todos los otros. No es él quien falla en su rol de funcionario público; es la sociedad que percibe de manera equivocada algo que no debería sentir y de lo que debe ser "curada". Suerte que no se asume también como sanador.

En 2015, ya siendo jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, afirmó que en Argentina había menos pobres que en Alemania. "Países como Alemania no la están pasando bien, y aunque no lo quieran creer, tiene un 20% de pobreza estructural. No hay que ser un genio ni un espía alemán, hay que buscarlo en los datos que ellos mismos publican".

No hace mucho tiempo, Aníbal Fernández tuvo otro exabrupto que tomó estado público al "defender" a Alberto Fernández tras el escándalo de la foto de la fiesta en Olivos. "Si ella realizó un cumpleaños en contravención de las normas sanitarias es un problema que no atañe a la función pública. Listo, se terminó. No hay otra cosa. La complicación la quieren poner porque la señora hizo una comida, que puede ser criticable... ¿Qué va a hacer el marido, como en la Edad Media, 1.200 años atrás, llegar y cagarla a palos porque cometió un error de esas características? ¿Cómo se resuelve? Llega el marido a la casa, la mujer organizó un cumpleaños y el marido la lleva a la habitación y le pega dos piñas porque cometió el error". Cuesta enumerar desde cuántos lugares distintos es falaz, errónea y siniestra su "defensa" de la situación.

Finalmente llegaría a una nueva andanada, que no será la última sin duda alguna, la cual solo es posible abordarla desde la perspectiva de un enorme idiotismo moral. Porque, además de todo, Aníbal Fernández es un profundo idiota moral.

Funcionarios intolerantes

"En lo que respecta a los ataques que no sean graves, más vale habituarse a las inclemencias del tiempo que a vivir en un subterráneo. Cuando los periódicos son libres los ciudadanos se endurecen. La desaprobación o el sarcasmo no causan heridas mortales y para rechazar las acusaciones difamatorias existen los tribunales". Benjamin Constant en una de sus últimas obras: "Mélanges de littérature et de politique", publicada en 1829.

Aún acostumbrados a sus bajezas y barbaridades fue muy llamativa su manera de reaccionar ante el tuit de Nik en el que posteó: "Regalar heladeras, garrafas, viajes de egresados, planes, platita, lo que sea, lo que venga. Qué triste no escuchar nunca la palabra trabajo, esfuerzo, futuro, porvenir". Nada que no digamos otros miles de personas a diario.

Ante esto, el funcionario replicó con otro tuit en el que hacía referencia al colegio donde estudian las hijas del humorista. No fue una respuesta inocente, así como no fue casual la mención a ese colegio específico. Tampoco fue correcto el tono que empleó.

No es necesario que una amenaza sea explícita para que pueda ser interpretada como tal.

 

Y es una violación a los deberes de funcionario público que el ministro de Seguridad de la Nación revele datos personales y, mucho peor, de menores de edad que no tenían por qué siquiera ser mencionadas. 

Cuando el tema tomó visibilidad se excusó diciendo: “Él vive agraviándonos... No es la primera vez que debatimos con Nik, muchas veces él me ha agraviado, insultado 20 veces. Hemos debatido un montón de veces, ¿Somos tontos que no podemos debatir entre nosotros?”. 

¿Es necesario explicarle al señor ministro que eso no es un debate; que no está debatiendo? ¿Es necesario explicarle la asimetría de poder que existe entre un ciudadano de a pie y un funcionario oficial? ¿Qué si a un tema de clientelismo se replica con una mención implícita a sus hijas eso constituye un abuso de poder? ¿Es necesario explicarle que una amenaza proferida por un ministro de la Nación no es justificable ni excusable jamás?

Por supuesto que más tarde iría a negar todo y a decir que, para él, no hubo amenaza sino una percepción de amenaza. Según él, no dijo lo que dijo y que fue “descontextualizado y se le hicieron decir cosas que no quiso decir”. De teflón.
Para culminar la barbarie en la que él mismo se metió aseguró “que no se arrepentía”, y consideró que fue víctima de un “formidable ataque mediático sin precedentes”. 

El ministro de seguridad pasó de victimario a víctima en solo 24 horas. No se disculpó. No se arrepintió. Sólo hizo lo de siempre; invertir el peso de la prueba y acusar a otro de lo que hizo él.

¿Por qué?

Pero, más allá de todas estas indelicadezas, agravios innecesarios y amenazas monstruosas que, en cualquier país normal hubieran sido motivo de despido inmediato del funcionario; más allá de todo eso, se hace imprescindible profundizar sobre otras preguntas que debemos hacernos. 

Por ejemplo, ¿por qué, conocidas las ferocidades que suele pensar y proferir esta persona, se la nombra ministro de Seguridad de la Nación? ¿Cómo se puede nombrar en este puesto a quien jamás pudo despegarse de sus potenciales vinculaciones con el triple asesinato de General Rodríguez, el asesinato por encargo de Unicenter o las acusaciones sobre tráfico de efedrina; componente esencial para la producción de drogas de diseño? 

¿Cómo se nombra en esta posición a alguien que dijo que Argentina era un país de tránsito de la droga y donde la realidad desmiente por completo al ministro cuando vemos, por ejemplo, cómo la banda de Los Monos aterroriza a Rosario con total impunidad? 

Sobre las espaldas de Aníbal Fernández ya pesaban todos estos temas, y otros más como el FIFA-gate por ejemplo, mucho antes de ser nombrado ministro de Seguridad. No puede ser una sorpresa ni para el Gobierno ni para la sociedad que el señor salga al cruce de cualquier cosa con los argumentos más inverosímiles, menos empáticos, más canallescos o, simplemente, más brutales posibles. 

Eso es él.

 Un barrabrava a cargo del Ministerio de Seguridad. Un idiota moral nombrado ministro de la Nación. 

¿Dónde está Lucas Cancino?

Lucas Cancino está muerto. Un chico de diecisiete años que fue asesinado por tres delincuentes con antecedentes para robarle una bicicleta y su celular mientras iba al colegio. Otra vida segada por la sensación de inseguridad de un ministro ausente.

Otro Lucas en una sucesión interminable de tantos otros Lucas que fallecen casi a diario por hechos similares gracias a la ideología perversa de un gobierno que prefiere tener delincuentes sueltos antes que ciudadanos vivos. 

¿Por qué ante la muerte irracional, absurda, espantosa y atemorizante de nuestros hijos por una bicicleta o por un celular, este otro representante del más rancio idiotismo moral se queda callado y no hace absolutamente nada? 

Porque, ¿dónde estaba Aníbal Fernández? ¿Qué estaba haciendo? En vez de haber estado posteando canalladas, ¿no debería haber estado trabajando, reduciendo la delincuencia y la inseguridad? 

¿O es, además, vocero oficial y ministro de comunicación? 

Se enoja con una carta de lectores de La Nación y con el periodista de Clarín Sergio Rubin. ¿Debe responder cada tuit, cada carta de lectores y cada nota de periodistas o debe trabajar en eliminar la inseguridad?

¿Dónde están las personas idóneas? ¿Dónde quedaron los que saben? ¿Por qué estamos en manos de estos improvisados, corruptos e ignorantes? ¿Por qué el pasado absurdo y retrógrado nos vuelve a alcanzar? 

Hay lugares donde, desde el dolor y la vulgaridad, hacen poesía y magia. 

Nosotros, en nuestra inexcusable indelicadez, seguimos vulgarizando la vida y haciendo una pesadilla de la experiencia diaria de vivir. 

¿Juntaremos algún día el coraje necesario para decir “preferiríamos no hacerlo” de una buena vez?
 

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