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Empresas tecnológicas, la nueva potencia

Jueves, 18 de noviembre de 2021 00:00

En coincidencia con la reunión de los jefes de Estado del G-20 celebrada en Roma, Mark Zuckerberg, el cofundador y accionista mayoritario de Facebook, sorprendió con el anuncio de que su compañía cambiaba de nombre y pasaba a denominarse Meta. Pero lo extraordinario de esa modificación formal era la fijación de un objetivo estratégico de proyecciones inimaginables. Se trata de la puesta en marcha del proyecto de "Metaverso", un ambiciosa iniciativa empresarial orientada a revolucionar el mundo digital mediante la creación de una auténtica "comunidad virtual" en la que los seres humanos podrían literalmente "mudarse" para desarrollar todas sus actividades sociales, académicas y laborales y a la que podría ingresarse a través de unas gafas especiales, de características similares a las empleadas para acceder a la "realidad virtual".

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En coincidencia con la reunión de los jefes de Estado del G-20 celebrada en Roma, Mark Zuckerberg, el cofundador y accionista mayoritario de Facebook, sorprendió con el anuncio de que su compañía cambiaba de nombre y pasaba a denominarse Meta. Pero lo extraordinario de esa modificación formal era la fijación de un objetivo estratégico de proyecciones inimaginables. Se trata de la puesta en marcha del proyecto de "Metaverso", un ambiciosa iniciativa empresarial orientada a revolucionar el mundo digital mediante la creación de una auténtica "comunidad virtual" en la que los seres humanos podrían literalmente "mudarse" para desarrollar todas sus actividades sociales, académicas y laborales y a la que podría ingresarse a través de unas gafas especiales, de características similares a las empleadas para acceder a la "realidad virtual".

Para Zuckerberg, Metaverso es un negocio que en el futuro moverá centenares de miles de millones de dólares y convertirá a Facebook y las demás redes sociales en artículos de museo. La iniciativa está apalancada financieramente en la explosión de ganancias de su empresa, que solo en el tercer trimestre de este año devengó utilidades por valor de 9.200 millones de dólares. Pero esa inédita convergencia entre esos niveles descomunales de rentabilidad y la naturaleza de proyectos empresarios espectaculares, propios de la ciencia ficción, simboliza la irrupción una nueva realidad global de vastas implicancias económicas y políticas.

En un sistema de poder mundial socavado en el plano financiero por el auge de las criptomonedas, emerge con ritmo avasallante otro actor protagónico, descripto con la sigla de FAAMG (Facebook, Apple, Amazon, Microsoft y Google -Alphabet-, denominación empresaria de Google), un quinteto que en 2020 alcanzó en su conjunto un valor de mercado de más de 7,74 billones de dólares, un 57% más que en 2019. Esa cifra duplica el producto bruto interno de la India y si correspondiera a un solo país sería la tercera economía del mundo detrás de Estados Unidos y China.

A pesar de la contracción de la economía mundial generada por la pandemia, las corporaciones tecnológicas incrementaron sideralmente sus ganancias y aumentaron sus plantillas de personal. La suma de las ventas anuales de esos cinco gigantes y de otras dos compañías emergentes como Tesla y Netflix rondó en 2020 1,1 billones de dólares, un 25% más que en sus ejercicios anteriores, un monto casi equivalente al producto bruto interno de países como México. Las previsiones indican que este año esa cifra trepará a 1,43 billones de dólares. En una semana estas siete empresas reunidas facturan más que McDonald's en doce meses. Para ilustrar acerca de la significación de estas cifras, resultan útiles algunas comparaciones. Los 182.350 millones de dólares de ingresos de Alphabet superaron en 2019 a la economía de Qatar. Los 61.590 millones de dólares pagados en impuestos en los últimos seis meses por Apple sufragarían el gasto de defensa y de transporte del Reino Unido. Amazon tiene 1,2 millones de empleados, lo que la convierte en el tercer mayor empleador del mundo, solo superado por Walmart y China Petroleum & Chemical Corporation.

Concentración económica

Más que frente a un episodio coyuntural, estamos ante una tendencia estructural de largo plazo. En 2021 los ingresos y la cotización bursátil de estas firmas siguen aumentando. Este proceso de acumulación ha creado las mayores fortunas personales jamás vistas.

Esa concentración económica tiene derivaciones políticas y anticipa alteraciones en las estructuras de poder que exceden a las capacidades regulatorias de los estados nacionales, aún de los más poderosos.

Según un trabajo elaborado por el Center for Responsive Politics, durante el ciclo electoral de 2020 las empresas de Silicon Valley gastaron 124 millones de dólares en la financiación de grupos de presión y contribuciones en campañas electorales, batiendo sus propios récords anteriores.

De esa forma desplazaron a las empresas petroleras y tabacaleras, las dos actividades que tradicionalmente más han gastado en este rubro. Amazon aumentó sus desembolsos en un 30% y Facebook un 56%. Según ese estudio, publicado por Public Citizen, son las dos compañías que gastan más en lobby en Estados Unidos.

Pero si las cifras trasuntan poder, también suponen problemas. El Tribunal Internacional de la Unión Europea acaba de convalidar un dictamen de la Comisión Europea que aplica a Google una multa de 2.424 millones de euros. En Estados Unidos la compañía está siendo investigada por el dominio ejercido por Google en las búsquedas en Internet. El escrutinio de los órganos de control estadounidenses está centrado en la estrategia de estas corporaciones de adquirir a los competidores peligrosos para impedir su crecimiento.

Un proceso similar ocurre simultáneamente en China: Alibaba, el coloso asiático del comercio electrónico, que intenta competir con Amazon a escala mundial, fue obligada a reducir sus planes de expansión en el mercado crediticio a expensas del sistema bancario tradicional y en particular de los poderosos bancos estatales. El régimen de Beijing busca proteger a las nuevas "startups" de alta tecnología de la voracidad de los gigantes del sector, dispuestos a devorarlas.

Impacto político 

El politólogo Ian Bremmer publicó en Foreign Affairs, la revista de asuntos internacionales más influyente de Estados Unidos, un artículo donde puntualiza que el mundo atraviesa una “era tecnopolar”. La suspensión de la cuenta en Twitter del expresidente Donald Trump, resuelta en medio de la campaña para su reelección, constituyó un punto de inflexión. Demostró que una empresa privada con domicilio legal en California podía censurar al presidente de la nación más poderosa de la Tierra. 
Algunos historiadores objetaron que en el pasado hubo algunas empresas particulares que tuvieron más poder que muchos estados. Citan el ejemplo de la Compañía de las Indias. Bremmer responde que la actual situación es distinta porque las corporaciones tecnológicas tienen una doble ventaja geopolítica que fortalece su independencia. En primer lugar, no operan únicamente en el espacio físico, sino que han creado una nueva dimensión geopolítica, que es el espacio digital. En segundo término, proveen a los propios Estados de un conjunto de servicios absolutamente indispensables para el funcionamiento de una sociedad moderna.
En una provocativa nota publicada en Bloomberg, el escritor estadounidense Ben Schott plantea que de la misma manera que las Naciones Unidas han concedido condición de “observadores” a unas 120 organizaciones no gubernamentales y organismos especializados también podrían otorgársela a estas empresas tecnológicas para que participen en la elaboración de las normas internacionales que regulen su desenvolvimiento. 
Ricardo Lagorio, secretario general del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), subraya la necesidad de “avanzar hacia una nueva geopolítica: territorial y des-territorial, estatal y no-estatal”. Según su criterio, hay que “repensar la soberanía: virtual y territorial”. Es muy probable que ese mundo del “Metaverso” promocionado por Zuckerberg exija una nueva arquitectura institucional, de carácter mixto, donde los estados tengan que compartir su poder con otro tipo de organizaciones globales. 
 
 * Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico
 

 

 

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