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VIDEO “Mis hijas son mis papas, a quienes cuido desde que son semilla y les canto coplas”

Adela Torres, pequeña productora de Nazareno, contó por qué es tan difícil vender cultivos orgánicos
Domingo, 18 de abril de 2021 01:43

En un aguayo extendido en el piso coloca tranquilamente las papas que sembró y cultivó allá, en las faldas de los cerros del departamento de Santa Victoria Oeste. Todo el que pasa quiere las papas de colores de Adela, que explica cómo hace para cultivar y luego cosechar los manjares de su tierra.

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En un aguayo extendido en el piso coloca tranquilamente las papas que sembró y cultivó allá, en las faldas de los cerros del departamento de Santa Victoria Oeste. Todo el que pasa quiere las papas de colores de Adela, que explica cómo hace para cultivar y luego cosechar los manjares de su tierra.

Se trata de una mujer de 65 años que nació, se crió y sigue en las tierras altas del Qullamarka. "Siempre viví en Nazareno. Desde chiquita, iba a trabajar en el campo con mis papás. Mi mamá se llama Gregoria Chauque y mi papá, Eduviges. Ahora están en Jujuy", dijo Adela, sin llegar a explicar por qué cuestiones raras de la montaña su papá lleva un nombre que generalmente es femenino. Lo mismo pasa con "Milagros", un "chango" de la Asociación de Comunidades Aborígenes de Nazareno (OCAN) Cosas del realismo mágico de la zona.

"La tierra sabe cuándo hay alegría. Es por eso que los padres llevan a sus hijos a trabajar en la siembra especialmente. Porque los niños corren, juegan, se ríen y poquito trabajan; pero le dan esa energía a la tierra, que la absorbe y se pone feliz y fecunda. Como yo no tuve hijos llevaba a otros niños conmigo y así es que tengo muchos hijos. Aunque yo digo que mis hijitas son mis papas porque las cuido desde que son semilla, desde que las siembro, las abono, les llevo agua, hasta que van saliendo y luego las tengo que traer para venderlas. Yo las acaricio, las mimoseo, les hablo, les canto coplas y ellas van siendo también felices", dijo, durante su última visita a Salta capital.

Ella aprendió de sus padres y ellos, de sus abuelos. Es parte de una larga cadena de campesinos que vivieron de la tierra en pequeñas parcelas que le fueron ganando a los verticales desfiladeros de Nazareno, ubicado a más de 500 kilómetros de la ciudad de Salta y enclavado en un lugar mágico.

Y vuelve al tema de los hijos, porque siente que ese conocimiento que consiguió la tiene que trascender. "Yo tengo a mis hijos postizos y a trabajadores. Hay vecinos buenos que ayudan, pero lo mismo tengo que contratar a otros. A todos les enseño lo mismo. En realidad tendría que decir: a todas les enseño, porque van muchas mujeres que nunca somos bien reconocidas porque trabajamos en el campo y trabajamos en la casa. Muchas esperan a sus maridos con la cena lista y la ropa limpia y planchada y los hombres solo trabajan afuera. Eso debe cambiar y con todas hablo del tema durante las horas de trabajo". Habla en párrafos eternos porque los temas se tejiendo naturalmente en su relato.

"Entonces, antes de sembrar, hacemos un ritual a la Pachamama para pedirle permiso para abrirla y sembrarla. Todas las trabajadoras lo hacemos y le convidamos comida, bebida, cigarrito y coquita. Lo mismo hacemos para la cosecha. le pedimos permiso para sacar los frutos de nuestro trabajo y recién comenzamos con la cosecha. Al comienzo de la siembra dejamos el primer surco para las aves y para los roedores porque todos somos seres de la misma Tierra y todos tenemos el derechos a comer de ella. Entonces compartimos con los animalitos el primer surco de cada campo y ponemos generalmente las semillas más chicas", dijo mostrando un papín.

"A estas más chiquitas la usamos de semillas y a las más grandes las comemos. Acá en la ciudad valoran más a las chiquitas y no sabemos por qué. Yo siembro azul siqui, revolución, runa larga, runa redonda, desire, rosada, collarga y son 15. Tengo para trabajar otras variedades pero esas son suficientes. Son una para cada preparación. Hay para estofados, para guisos o para hervidas. Todas tienen sus gustos, texturas y sabores", dijo esta verdadera custodia de información genetista.

"Yo aprendí mucho con la gente, el Gaucho Ernesto Abdo armaba grupos para ir con la gente de Agricultura Familiar y con otros pequeños productores a unos encuentros que se realizaba con gente en Perú. Entonces íbamos muchos desde Salta y compartíamos el conocimiento. Esos viajes se suspendieron por la pandemia y espero que los volvamos a hacer. En esos viajes comenzamos a organizar todo el conocimiento que teníamos, pero que ellos lo tienen más sistematizado. También aprendimos el valor que tenemos como productores pequeños y como guardianes de los conocimientos milenarios de nuestros ancestros", dijo Adela.

 

 

Lo que falta

Ella logró cultivar este año 15 variedades de papas del cerro, pero sabe que existen más. Ese conocimiento de genética tiene un valor incalculable y aún no está siendo bien reconocido.

"Es mis pagos, las familias cultivan para consumo propio. Somos muy pocos los que producimos para vender y eso pasa básicamente porque no tenemos las condiciones necesarias para realizar el trabajo y ganar lo que corresponde", dijo la campesina.

Adela tuvo un buen año durante la pandemia y logró cosechar 200 kilos de sus variedades de papa. A esos kilos lo tiene que traer a Salta en un camión que es carísimo, pues tiene que ir primero hasta La Quiaca y luego a Salta. Casi todo el fruto de su esfuerzo se le va en el flete. El Estado no provee alguna forma ayuda a los pequeños productores que, como ella, necesitan llegar a los centros de comercialización.

Lo que le juega en contra, además, es que no existe un circuito de comercialización para pequeños productores en grandes centros de venta de Salta. Solo hay organizaciones que ofrecen espacios los fines de semana. El Mercado Vaquereño es uno de los ejemplos.

"El único lugar que tengo en Salta para vender mi papitas es el Mercado Vaquereño, que gracias a la señora Olga puedo llegar... cuando puedo. Es todo muy difícil para nosotros que vendemos toda nuestra producción orgánica y que es lo más sano que hay. Yo solo puedo venir unas dos veces al año con lo que trabajo y eso es muy poco", dijo. Es que las entidades de gobierno a nivel municipal, provincial y nacional se mueven muy poco para que los productos sanos lleguen a las ciudades.

Denuncia

"El último pedido que tengo es para las fuerzas de seguridad, especialmente para Gendarmería, que nos controla en las rutas de Jujuy. Yo cultivo maíz del cerro, habas y otras cosas que no puedo traer a vender a Salta porque los milicos dicen que yo las traigo de Bolivia. Entonces me sacan todas las cositas. Dicen ellos que hay prohibiciones para traer desde Bolivia y no saben o no quieren saber, que Nazareno es de Salta, Argentina", dijo la mujer.

 

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