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Fantasmas y pesadillas del pasado

Viernes, 03 de diciembre de 2021 02:32

El arduo ejercicio de vivir o de sobrevivir en la Argentina induce a concebir como novedoso aquello que no lo es. Victoria Tolosa Paz, por caso, ha dicho que "ganamos perdiendo mientras que otros perdieron ganando". Desde un punto de vista estrictamente racional, una aberración, pues su coalición recibió una paliza no solo electoral, sino simbólica. Pero desde la perspectiva tanto de sus expectativas como de las del exitismo desmedido opositor remite a otras coyunturas análogas desde 1983.

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El arduo ejercicio de vivir o de sobrevivir en la Argentina induce a concebir como novedoso aquello que no lo es. Victoria Tolosa Paz, por caso, ha dicho que "ganamos perdiendo mientras que otros perdieron ganando". Desde un punto de vista estrictamente racional, una aberración, pues su coalición recibió una paliza no solo electoral, sino simbólica. Pero desde la perspectiva tanto de sus expectativas como de las del exitismo desmedido opositor remite a otras coyunturas análogas desde 1983.

La PASO de 2019 dejó perplejos tanto a los partidarios de Cambiemos como a los del Frente de Todos. El panperonismo obtuvo el 47% frente al 32% del oficialismo. Sin embargo, el núcleo antikirchnerista se puso a la cabeza de sus dirigentes motivando una movilización entusiasmada con la posibilidad de "darla vuelta" que sorprendió a un atormentado Mauricio Macri, quien ni siquiera pudo hablar desde el balcón de la Casa Rosada por falta de micrófonos. La gesta se repitió varias veces, recuperando votos "castigo" ante ciertos signos anticipatorios de lo que sería el vicepresidencialismo. En las generales, Juntos por el Cambio recuperó ocho puntos llegando al 41%, mientras que su oposición apenas ascendió a 48%. El macrismo y sus aliados recibieron el resultado con notable satisfacción frente a los rostros adustos de Cristina Kirchner y del propio Alberto Fernández.

Estos vaivenes deberían llamarnos a reconocer la consolidación de la democracia. Finalmente, uno de los signos de su robustez reside en la incógnita sobre sus resultados y la confirmación de que los votos automáticos han quedado reducidos a dos tercios: el peronista y el no peronista. En el medio circulan liberales, trotskistas, conservadores, independientes y escépticos. Son los que finalmente deciden. En todo caso, un común denominador aglutina a la PASO de 2019 y a la elección del domingo: en la primera se concentró el antiperonismo, perdiendo la mayoría del apoyo de los independientes; y en la segunda, el núcleo peronista irreductible. En ambas, el resultado de la PASO suscitó en la fuerza ganadora un exitismo exagerado.

Una porción significativa de las masas marginales de los grandes conurbanos expresaron su descontento absteniéndose de ir a votar. Al cabo, los cuarteados aparatos municipales peronistas del Gran Buenos Aires se movieron lentos y tardíos antes de la PASO. Como ocurrió con la ciudadanía antiperonista luego de las primarias de 2019, estos se encendieron después, poniendo entre paréntesis al menos por dos meses sus fisuras con La Cámpora y las organizaciones piqueteras. Recuperaron aproximadamente 400.000 votos en el GBA y "dieron vuelta" Chaco y Tierra del Fuego.

Hasta aquí, la descripción secuencial de un curso normal y hasta saludable desde 1983. Pero no deja de ser la espuma de aguas profundas en las que se ocultan los resabios de una cultura política viciosa y de sesgos acechantemente autoritarios. Analicemos solo dos. En primer lugar, la finalidad última de la administración de la pobreza: la producción del sufragio por ciudadanos apremiados por la amenaza de perder una porción de sus menguados ingresos. Ello nos remite a la extorsión, el miedo y el proxenetismo político. La lluvia de recursos, de todos modos, rindió lo justo como para "salvar la ropa".

¿Qué define, en suma, al "aparato peronista" hoy por hoy? Una "militancia" de mercenarios poco apegados a los principios de la "buena política". Conocen "la calle" y, más allá del bien y del mal, saben ajustar la horma al zapato. El "efecto platita" surtió efecto en la última semana electoral. De la depresión pandémica y pospandémica se transitó a una euforia consumista pletórica de colchones nuevos, termotanques, pavas eléctricas, tablets y otros insumos. Tanto como que el consumo fácil induce a la ansiedad cuando está alimentada por sustancias euforizantes que despliegan una violencia de asaltos y asesinatos con sus saldos a veces trágicos.

La cuestión remite a un problema más profundo: la miseria, y, sobre todo, la indigencia. En ese segmento, que abarca a casi un 10% de la población, el voto es un dispositivo despreciable hasta que aparece el "Papá Noel" del aparato con sus electrodomésticos y zonas liberadas para engordar la oferta cuando se agotan los stocks de la regalería. A ello debe sumársele la afinada logística para "ir a buscar" a los ciudadanos de comprobada inasistencia en la PASO sobre los que se desplegó un afinado estudio de detección, visitas, disposición a las demandas y sutiles amenazas.

Pero la elección arroja otro saldo preocupante: la reacción de los perdedores de la contienda. Al exitismo, comprensible de haber esperado un resultado mucho peor capaz de hacer crujir aún más los cimientos del endeble panperonismo, se le adosó la negación de sus contrincantes. Ni siquiera las felicitaciones de rigor siempre pedagógicas respecto de una ciudadanía requerida de gestos civilizados. Hemos ahí la confirmación de "la grieta". La resurrección con sordina de un viejo fantasma aparentemente sepultado luego de la orgía de violencia de los '70: el "enemigo". Y lo que es peor, la capacidad de contagio de su toxicidad respecto de una oposición que debió haber celebrado exultante.

En resumen, una resonante victoria cuantitativa y un lamentable empate cualitativo: la "montaña rusa" de resultados impredecibles con sus respectivas alternancias; y el "tren fantasma" del electoralismo delictivo y del resentimiento renacido como eco de las peores pesadillas del siglo pasado.

 

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