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Isabel y Pedro, los españoles que hicieron del norte su lugar en el mundo

Esta es la historia de un matrimonio de inmigrantes: Pedro Muñoz Fernández e Isabel Camacho, quienes llegaron a la Argentina en la década de 1920.
Domingo, 14 de febrero de 2021 02:07

En estos últimos días y sin inauguraciones por la pandemia que se empeñó en frustrar todos los encuentros de gente responsable, en Tartagal reabrió la primera e histórica estación de servicios que tuvo esta ciudad del norte provincial.

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En estos últimos días y sin inauguraciones por la pandemia que se empeñó en frustrar todos los encuentros de gente responsable, en Tartagal reabrió la primera e histórica estación de servicios que tuvo esta ciudad del norte provincial.

Muchos tartagalenses seguramente no conocen esta historia, por eso es bueno contar que ese lugar ubicado entre las calles España y la avenida 20 de Febrero donde se disfruta de un imperdible café, es la primera estación de servicio que tuvo Tartagal, donde por lógica, en sus inicios solo se vendían combustibles y no tenía una tienda como se estila en estos tiempos.

Los dueños eran dos españoles que habían instalado otro local comercial sobre la avenida 20 de Febrero, a menos de dos cuadras, que supo llamarse Casa Pedro Muñoz Fernández, Ramos Generales Almacén por mayor y menor.

Hoy son sus bisnietos quienes están al frente de esta estación de servicios y de otras varias en la zona -Mosconi, Aguaray, Salvador Mazza-, pero la esquina de España y 20 de Febrero es un lugar emblemático de Tartagal.

La estación Manuela Pedraza, como se la conocía entonces, fue testigo mudo de la llegada de Isabel y Pedro a este lugar perdido de la Argentina, en medio de un monte salvaje y hechicero.

¿Quienes eran Isabel y Pedro? Dos españoles, ella andaluza y él nacido en Almería. Relataba Ermelinda, una de las hijas de esta mujer de pequeña contextura, que cuando vivía en España Isabel solía llegar desde la alameda (el campo) hasta el pueblo de Dublín cargando con su madre y su padre las canastas llenas de frutas y de verduras que vendían en una feria. Por las añoranzas de su mamá, Ermelinda recordaba también que solía quedarse mirando a las chicas vendedoras y que soñaba despierta con verse ella misma en ese trabajo; pero la vida le deparaba otro destino, desde el momento en que se conoció con Pedro Muñoz. Quizás se conocieron en esa misma feria, pero lo cierto es que se enamoraron, se casaron y tuvieron su primer hija a la que llamaron Lilia.

Cualquiera podría imaginárselos enamorados, con su beba en los brazos soñando despiertos con un futuro mejor porque seguramente así se gestó la idea de que Pedro abordara el barco que lo dejaría en América del Sur promediando el año 1922.

Claro que eso implicó que el muchacho, embarcado en lo que era casi una aventura porque nadie podía saber qué le depararía el destino después de 28 días de un viaje agotador en este nuevo continente, se largara solo dejando a su mujer y a su hija en España. Para ella tampoco debió ser fácil ver partir a su amado desde el puerto donde seguramente decenas de mujeres tenían la misma tristeza que Isabel al ver cómo sus compañeros, pasajeros de esos barcos a vapor, dejaban su tierra y partían para atravesar ese inmenso mar que se presentaba interminable ante sus ojos.

Ya en tierras de la Argentina

Pedro llegó a la Argentina al puerto de Buenos Aires con una sola idea: trabajar todo lo duro que hiciera falta para tener el dinero suficiente para traer a su mujer y a su hija. Era "un gallego" tenaz, acostumbrado al sacrificio y dispuesto a enfrentarse a lo que viniera. Y lo que vino fue una propuesta de trabajo nada menos que en el extremo de la Argentina, en la localidad de La Quiaca, que en aquellos años debió ser para el muchacho la nada misma. En ese lugar agreste, seco y frío en el límite con Bolivia, Pedro comenzó a trabajar vendiendo para una firma distribuidora de la marca Águila. Claro que el reparto -y seguramente la venta hacia el vecino país- no se hacía con mucha comodidad. Pedro usaba una jardinera que seguro adquirió en ese mismo lugar.

Pasaron algo más de dos años hasta que reunió el dinero suficiente y concretó ese primer anhelo, ese sueño que cada madrugada lo empujaba con la fuerza de un bisonte a trabajar sin descanso: finalmente traería a Isabel y a su niña al lugar dónde él vivía.

Contaba su hija Ermelinda que la pequeña Lilia cumplió 3 añitos al llegar al puerto de Uruguay después de un viaje también de 28 días. Al llegar a la Argentina Isabel y su hija tomaron el tren que las dejó en La Quiaca, allí donde su compañero la estaba aguardando. Ojalá algún lugareño hubiera sido testigo de ese momento pero hoy solo nos queda imaginarnos, las lágrimas de ambos, el rostro de Pedro al ver a su hija de 3 años a la que había dejado en España siendo una beba de unos cuantos meses; la ansiedad de ambos por contar todo lo que habían pasado en esos 2 años en los que estuvieron tan distantes pero solo físicamente, porque si algo seguramente querían con todas sus fuerzas, era volver a estar juntos.

En 1925 nació Juan Antonio, que fue el único varón que tuvieron Pedro e Isabel; después nació otra niña pero hasta entonces ambos ya habían decidido dejar el pueblo de La Quiaca, permanecer un tiempo en San Salvador de Jujuy para emprender luego el viaje definitivo hacia Tartagal, o más bien Manuela Pedraza como se lo conocía en esos años.

La vida de la familia en Tartagal 

l llegar a Tartagal Pedro siguió trabajando como vendedor, mientras Isabel permanecía en una precaria casita de madera que habían comprado sobre la calle 20 de febrero y se dedicaba a sus cuatro niños. Como su marido estaba fuera de la casa la mayor parte del tiempo Isabel puso una pequeña despensa; Pedro encontró trabajo en la barraca de los hermanos Raventos donde los obreros acondicionaban los cueros de animales del monte y de vacunos que luego vendían en otras ciudades. Pero Isabel de a poquito hacía crecer su negocio al punto que su marido debió dejar el trabajo en la barraca para ayudarla en ese lugar que después llamaron Casa Pedro Muñoz Fernández, Ramos Generales Almacén por mayor y menor.

 En el año 1.933 en Tartagal se conformó una de las instituciones más sólidas que aún tiene fuerte presencia y que reunía a los comerciantes de aquella época. Pedro Muñoz fue uno de los miembros fundadores del Centro Comercial de Tartagal que con los años se denominó Centro Empresarios de Tartagal. Un año más tarde, en 1.934 nació Hermelinda la hija menor del matrimonio, tiempo en que Pedro Muñoz formó una sociedad con otro poblador de la época Pedro Verbel para instalar en Tartagal la concesionaria de autos de la marca Chevrolet. Fue también en esos años que en Tartagal se creó el Rotary Club Tartagal, entidad de la que Pedro Muñoz fue uno de sus socios fundadores. 

Pero en aquellos años en que la medicina era escasa, Pedro se enfermó y falleció mucho antes de cumplir 50 años. En una oportunidad directivos del área comercial de la empresa YPF le ofrecieron a doña Isabel que ya estaba sola, la venta exclusiva de combustibles para lo cual debía instalar una estación de servicios. No dudó un instante y le compró la propiedad a un poblador de apellido Sánchez y que construyó en el mismo lugar donde se levantó la estación de servicios que mencionábamos al comienzo de este relato. 

Isabel Camacho de Muñoz falleció en el año 1986 y si algo dejó detrás de sí fue una enseñanza que no prescribe con el tiempo: que el amor, la tenacidad y el esfuerzo diario, triunfan sobre la adversidad. 
 

 

 

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