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El presidente que decidió entrar a la historia argentina

Con mano firme y contra las tradiciones peronistas frenó la inflación durante una década. El crecimiento y la inversión no lograron, en cambio, resolver el desempleo y la pobreza. 
Domingo, 14 de febrero de 2021 11:51

Carlos Saúl Menem, el segundo presidente de esta etapa democrática y que gobernó entre 1989 y 1999, falleció ayer por la mañana, a los 90 años. Con una vida consagrada a la política, no es aventurado decir que ingresó a la historia por voluntad propia. Fue coprotagonista activo de la virtual “refundación de la democracia” iniciada en 1983, cuando el futuro alumbraba un sendero de pluralidad democrática. Llegó al gobierno reivindicando un proyecto nacional y popular, inspirado en Facundo Quiroga y Juan Domingo Perón, con un peinado y unas patillas extravagantes que disimulaban una voluntad de hierro. Inesperadamente (o no tanto), derrotó en internas a Antonio Cafiero y a toda la estructura del peronismo “políticamente correcto” y luego al radical cordobés Eduardo Angeloz quien, en medio de la tormenta hiperinflacionaria que forzó la salida anticipada de Raúl Alfonsín, prometía aplicar “la tijera” en el gasto público. Menem no hacía referencia a un ajuste fiscal sino a una “revolución productiva”, que tendría como protagonista al sector industrial exportador, y el “salariazo”. Con calma riojana, lograría acordar con Alfonsín en el Pacto de Olivos la reforma constitucional que lo convertiría en el presidente con el mandato más extenso de la Argentina, después de Julio Roca. 

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Carlos Saúl Menem, el segundo presidente de esta etapa democrática y que gobernó entre 1989 y 1999, falleció ayer por la mañana, a los 90 años. Con una vida consagrada a la política, no es aventurado decir que ingresó a la historia por voluntad propia. Fue coprotagonista activo de la virtual “refundación de la democracia” iniciada en 1983, cuando el futuro alumbraba un sendero de pluralidad democrática. Llegó al gobierno reivindicando un proyecto nacional y popular, inspirado en Facundo Quiroga y Juan Domingo Perón, con un peinado y unas patillas extravagantes que disimulaban una voluntad de hierro. Inesperadamente (o no tanto), derrotó en internas a Antonio Cafiero y a toda la estructura del peronismo “políticamente correcto” y luego al radical cordobés Eduardo Angeloz quien, en medio de la tormenta hiperinflacionaria que forzó la salida anticipada de Raúl Alfonsín, prometía aplicar “la tijera” en el gasto público. Menem no hacía referencia a un ajuste fiscal sino a una “revolución productiva”, que tendría como protagonista al sector industrial exportador, y el “salariazo”. Con calma riojana, lograría acordar con Alfonsín en el Pacto de Olivos la reforma constitucional que lo convertiría en el presidente con el mandato más extenso de la Argentina, después de Julio Roca. 

La hiperinflación (1989-1991) - desencadenada trece años después de aquel “rodrigazo” que sentenciara de muerte al gobierno de Isabel Martínez- fue el síntoma de una crisis macroeconómica, que había sobrevivido al fundamentalismo de José Alfredo Martínez de Hoz y a los esfuerzos socialdemócratas del Alfonsín y su ministro Juan Vital Sourrouille.

Luego de varios meses de intentos más o menos convencionales, Carlos Menem tomó una decisión drástica: nombró ministro de Economía a Domingo Cavallo y canciller a Guido Di Tella. Frente a la crisis macroeconómica decidió encaminarse decididamente por un modelo neoliberal, conforme con el Consenso de Washington, que profundizaría el proceso de privatizaciones iniciado en 1990 y que apelaría a medidas ortodoxas para estabilizar la moneda y frenar la inflación. Aunque aseguró que eran decisiones inspiradas en el pensamiento de Perón, era difícil vislumbrar allí los conceptos de “Patria justa, libre y soberana”. Por otra parte, los criterios de 1946 requerían una relectura a la luz de las transformaciones ocurridas en el mundo, en la tecnología y en los mercados en medio siglo de Guerra Fría y globalización. De hecho, Menem logró encolumnar a la mayor parte de los peronistas y los sindicalistas.

El Plan de Convertibilidad tuvo un impacto instantáneo y se convirtió en el gran trofeo menemista. La conversión de 10.000 australes en un dólar se sostuvo con el control riguroso de la masa monetaria y, por única vez en 80 años (entre 1940 hasta nuestros días) el peso se mantuvo estable durante una década, y la inflación, el drama que obsesionó a todos los gobiernos, se mantuvo en niveles menores a la media mundial. La Argentina no tuvo, entonces ni después, décadas ganadas. La apertura económica y las “relaciones carnales” no resolvieron el problema clave: el del desarrollo. Las privatizaciones, en general, representaron una modernización global de los servicios, especialmente las comunicaciones y la energía, dos rubros en los que el país se había congelado en el tiempo por falta de inversión. 

Pero la economía se mostró vulnerable a las crisis externas que, por cierto, generaron desencanto en todo el mundo con la globalización neoliberal.

El reemplazo de Cavallo por Roque Fernández, en 1996, colocó a la Convertibilidad en “piloto automático”. El modelo permitió aumentar un 50% el PBI, como resultado de políticas macroeconómicas consistentes (sobre 39 trimestres, 30 mostraron expansión económica). Cayó el “riesgo país” y la inversión productiva aumentó a un ritmo del 13,5% anual entre 1991 y 1998. Pero la deuda externa se duplicó mientras que la modernización económica, con todas sus ventajas que cambiaron al país, producía cerca del 15% de desempleo e incremento de la pobreza. 

En 1998 y 1999, su enfrentamiento con Eduardo Duhalde facilitó la llegada de Fernando De la Rúa. La ilusión antimenemista terminaría en catástrofe. El alineamiento internacional del gobierno de Menem y su excelente relación con EEUU generó rechazos en entre los sectores, peronistas o no, contrarios a ese nuevo orden mundial que parecía ubicar a EEUU como potencia hegemónica excluyente. Sin embargo, Menem mantuvo una posición muy firme y, de acuerdo a la decisión de la ONU, envió tropas a la guerra del Golfo. Los atentados terroristas antisemitas, contra la Embajada de Israel en 1992 y contra la AMIA en 1994, ensangrentaron esa primera parte de su gobierno. En ese entonces su gestión quedó empañada con la venta ilegal de armas a Croacia y a Ecuador. La explosión de una base de Fabricaciones Militares en Río Tercero, que produjo numerosas víctimas, fue interpretada y llevada a la Justicia como un encubrimiento de esas operaciones.

Carlos Menem mostró siempre un estilo deportivo, con algún dejo de informalidad y un enorme sentido del humor para soportar ciertas críticas a su estilo. La oposición no lo irritaba y nunca hizo nada que amenazara la libertad de prensa. Hubo, sí, amedrentamientos anónimos a periodistas, y un clima adverso de la prensa hacia el gobierno. Menem aseguraba que el suyo había sido “el gobierno más exitoso de la historia”. Es claro que no existe ningún gobierno que merezca ese rótulo. Pero sí es cierto que el presidente riojano logró conformar gabinetes muy sólidos, con ministros dotados de responsabilidad y poder de decisión, y que el presidente se hacía cargo de lo que ese equipo hacía. Además, no dudaba en tomar medidas antipopulares, convencido de las metas que se había propuesto.

Luces y sombras

La oposición, encarnada por José Octavio Bordón y Chacho Álvarez y con mucha presencia mediática, no logró derrotarlo en las presidenciales de 1995. 

Carlos Menem fue presidente en un período muy especial. Los años ’90 hacían ilusionar (o temer) a muchos el comienzo de un nuevo siglo sin riesgos de grandes guerras, pero con un creciente consenso en los valores de la cultura liberal, la democracia y la globalización. Los terremotos financieros en las economías emergentes del sudeste asiático, México y Brasil fueron anunciando que ni los EEUU ni el mundo dormían en un lecho de rosas. En Occidente comenzaron a aflorar casos de corrupción que se venían insinuando desde la década anterior . Fue el preludio: la corrupción estructural terminaría involucrando a presidentes, ministros y empresarios, en especial, en nuestra región. 

A Menem, los que ocurrieron en su gestión le costaron muy caro, lo mismo que la composición de una Corte de Justicia presidida por Julio Nazareno, con quien había sido socio en un estudio jurídico. Fue una Corte desprestigiada, pero cuando se avanzó con el juicio político, en 2003, solo se probó una irregularidad, ocurrida durante la presidencia de Eduardo Duhalde.

Menem llegó al poder en medio de la ola insurreccional de los “carapintadas”. La misma decisión que utilizó para indultar a los militares y exguerrilleros condenados en 1985, la aplicó en 1990, cuando ordenó reducir con la artillería a Mohamed Seineldín y a otros oficiales y suboficiales sublevados en el Regimiento de Patricios. Y así obró durante los 10 años y cinco meses de su presidencia.

Cuando intentó volver, en 2003, la interna con Duhalde volvió a jugarle en contra. La sociedad pareció responsabilizarlo por la debacle que se produjo en 2001. 

Carlos Saúl Menem entró a la historia y la historia lo evaluará, como a todos los expresidentes. Algunos lo recordarán por sus decisiones, que permitieron una década de estabilidad y crecimiento y el acercamiento con Chile y Brasil, que dejaron de ser “hipótesis de conflicto” para convertirse en socios, aliados y amigos. Otros le reprocharán el “decisionismo” y la discutible relación con los otros poderes y con el resto del peronismo. Pero lo que es seguro, que la historia los reconocerá, con Alfonsín, como los protagonistas de los primeros 16 años consecutivos de democracia electoral desde la aplicación de la ley Sáenz Peña, y como los gestores de una de las transiciones más difíciles de nuestra historia.

Una década de sueños y desilusiones

La hiperinflación que precipitó el relevo de Alfonsín por Menem fue simultánea con el derrumbe del bloque soviético. A partir de allí, los paradigmas quedaron obsoletos y las proyecciones políticas, envueltas en el desconcierto, y en los vaivenes de los mercados. El sueño de un orden democrático y liberal perenne y las ilusiones del socialismo naufragaron, mientras en Latinoamérica se abría una grieta política, pero sobre todo social, desgarradora. 

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