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La grandeza de Belgrano en una  jornada gloriosa para Salta

Sabado, 20 de febrero de 2021 02:03

La batalla del 20 de febrero de 1813, suscitó el mayor entusiasmo en todo el Río de la Plata. Fue precedida por dos hechos notables: uno militar y otro institucional: la gran victoria de Manuel Belgrano en Tucumán el 24 de setiembre de 1812, y la convocatoria de la Asamblea General Constituyente, acontecimientos que prometían lograr los más entrañables anhelos de aquellos hombres.
El ejército victorioso se movilizó a fines de diciembre desde Tucumán hacia Salta, ocupada por Pío Tristán.
En el camino Belgrano escribe una misiva en la que da cuenta que “la tropa marcha con el mayor entusiasmo y alegría, de su disciplina y subordinación me prometo mediante Dios, los resultados más favorables”.
En otro parte, fechado el 24 de enero, manifiesta: “No ha habido quejas del ejército, a pesar de su número, ... la casi ninguna deserción que han experimentado los cuerpos en su marcha es el barómetro que manifiesta el contento de la tropa y el espíritu que la anima contra los enemigos de la patria”.

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La batalla del 20 de febrero de 1813, suscitó el mayor entusiasmo en todo el Río de la Plata. Fue precedida por dos hechos notables: uno militar y otro institucional: la gran victoria de Manuel Belgrano en Tucumán el 24 de setiembre de 1812, y la convocatoria de la Asamblea General Constituyente, acontecimientos que prometían lograr los más entrañables anhelos de aquellos hombres.
El ejército victorioso se movilizó a fines de diciembre desde Tucumán hacia Salta, ocupada por Pío Tristán.
En el camino Belgrano escribe una misiva en la que da cuenta que “la tropa marcha con el mayor entusiasmo y alegría, de su disciplina y subordinación me prometo mediante Dios, los resultados más favorables”.
En otro parte, fechado el 24 de enero, manifiesta: “No ha habido quejas del ejército, a pesar de su número, ... la casi ninguna deserción que han experimentado los cuerpos en su marcha es el barómetro que manifiesta el contento de la tropa y el espíritu que la anima contra los enemigos de la patria”.

 El gran juramento 

En su derrotero, próximo a vadear el río Pasaje, Belgrano recibió la noticia de la victoria del Cerrito alcanzada por José Rondeau el 31 de diciembre del año anterior al frente de los muros de Montevideo. Esta noticia fue el necesario acicate, para la tropa, por lo que Manuel Belgrano expresó: “Los soldados ofrecen imitar tan glorioso ejemplo, para dar pruebas que son hermanos de aquellos bravos”.
En su marcha hacia Salta procedente de Tucumán, hizo un alto el día 13 en la margen del río Pasaje ante la noticia del establecimiento de la Asamblea. Con respecto a esta, Mitre expresa que nunca se había visto una Asamblea política más respetable por sus hombres, ni más homogénea por sus tendencias. De allí el regocijo público que saludó su aparición en la escena política. Belgrano mandó formar un gran cuadro, pasó revista, arengó a la tropa sobre ese acto, se leyó en alta voz la circular del gobierno que declaraba la supremacía de la Asamblea General y disponía que todos le jurasen obediencia y se aprestó a tomar juramento a todo su ejército. El coronel Díaz Vélez, portando la bandera azul y blanca enarbolada en Rosario y bendecida en tierra jujeña, al son de música, se presentó ante el general Belgrano, quien desenvainando su espada la colocó horizontalmente sobre el asta de la bandera e inició el desfile de aquellos bravos que besaron esa cruz militar, sellando el juramento que acababan de prestar.
Concluida tan brillante ceremonia el ejército patriota retomó la marcha rumbo a Salta, distante a veintiséis leguas. El 14 los realistas fueron sorprendidos por una parte de la vanguardia con quienes se batieron. El ejército avanzaba a marcha forzada sobre Salta por el camino real amparado por una frondosa y lujuriante vegetación compuesta por tipas, cebiles, algarrobos milenarios, churquis y tuscas. El ejército de Manuel Belgrano siguió su marcha entre los perfumes de aquellas plantas nativas y el gorjeo de los pájaros.

 Un fragoso camino

Empero, pronto la bella naturaleza se cubrió con una densa llovizna, tan frecuente en esta época del año. Atravesó la Ciénaga, siguió hacia Cabeza de Buey, faldeó los primeros contrafuertes de la montaña y llegó a Cobos bajo un copioso aguacero. En la jornada del 18 de febrero el contingente acampó en La Lagunilla, a tres leguas de su objetivo. Contrariamente a lo esperado por el general español, Manuel Belgrano no ingresó por los Portezuelos.
Instruido por el general don José Apolinario Saravia de que existía una senda oculta más al norte, mandó a reconocer la estrecha y fragosa quebrada de Chachapoyas. Una agreste garganta disimulada por una rica vegetación arbórea que daba un carácter pintoresco al paisaje. Este fue el camino que siguió el ejército patrio y que atravesó en la tarde del 18 de febrero bajo una espesa lluvia, salvando los hondos barrancos formados por los torrentes, que fue necesario rellenar para dar paso a la artillería y las cincuenta carretas del bagaje. Por allí descendió al valle y al amanecer del día 19 se hallaba en la hacienda de Castañares, a una legua de Salta, donde acampó en un potrero rodeado de cercas de piedra, sufriendo el agua que caía a torrentes. En este punto se le unió la vanguardia desprendida en dirección a los Portezuelos, la que después de distraer la atención del enemigo, mientras se operaba el movimiento de circunvalación, retrocedió en la noche buscando la incorporación por la misma ruta de Chachapoyas.
El día 19 lo empleó el general en dar el descanso a su tropa y en prepararla para una batalla que ya era inevitable. A las once de la mañana se movió resueltamente en dirección a Salta descendiendo la llanura de Castañares y observó las posiciones del enemigo. Al anochecer hizo Belgrano replegar sus grandes guardias dejando el frente cubierto por las líneas de avanzadas y dispuso que las cuatro columnas de los flancos que componían la línea de batalla se reconcentraran en masa sobre el centro. Amaneció el día 20 de febrero de 1813, que habría de ser memorable en los fastos argentinos. El cielo estaba opaco y la mañana lluviosa, pero luego se despejó el horizonte y apareció el sol en todo su esplendor. Después que la tropa se hubo secado y tomado un ligero desayuno, se emprendió la marcha sobre el enemigo.

La oficialidad
 
Llevaba el mando de la primera columna de la derecha el teniente coronel don Manuel Dorrego y sucesivamente por el orden de su formación el comandante don José Superí y don Francisco Pico, el sargento mayor don Carlos Forest y el comandante don Benito Álvarez. La caballería de la derecha la mandaba don Cornelio Zelaya, ya ascendido a teniente coronel y la de la izquierda el capitán don Antonino Rodríguez. La infantería de la reserva obedecía las órdenes de teniente coronel don Gregorio Perdriel y la caballería las del sargento mayor don Diego González Balcarce y del capitán don Domingo Arévalo. La artillería dividida en baterías y secciones, carecía de un centro, así es que las piezas de la derecha las mandaba el teniente don Antonio Giles; las del centro, el de igual clase don Juan Pedro Luna y don Agustín Rávago; las de la izquierda, el capitán don Francisco Villanueva y las de la reserva, el capitán don Benito Martínez y el teniente de Dragones don José María Paz, que debía ser con el tiempo uno de los primeros generales de la América del Sur. La derecha de la primera línea fue confiada al mayor general del ejército don Eustaquio Díaz Vélez y la izquierda al coronel don Martín Rodríguez, que se había incorporado en el río Juramento, asistiendo a la memorable escena del día 13. Con la reserva marchaba el general Belgrano, llevando la nueva bandera azul y blanca, que por primera vez iba a recibir el bautismo de fuego y de sangre.
La formación que llevaba el ejército patriota era en cinco columnas paralelas de infantería en línea de masas, con ocho piezas de artillería divididas en secciones a retaguardia, dos alas de caballería en la prolongación de la línea de batalla, y una columna de las tres armas, con cuatro piezas de artillería formando la reserva.

El fuego y la victoria

Así empezó su marcha el ejército patriota, hasta la distancia de medio tiro de cañón del enemigo, las columnas se desplegaron gallardamente, la reserva conservó su formación. Abierto el fuego y llevada la carga con tal vigor que el ala izquierda del enemigo cedió ante el empuje de las tropas patrias, el realista se desorganizó completamente replegándose en desorden a la ciudad. Entonces el fuego se hizo general y aquellos batallones desmoralizados con la fuga de sus compañeros y temerosos de ver aparecer por su espalda a la caballería vencedora, se desordenaron. El combate rozaba las faldas del cerro San Bernardo y allí acudió Belgrano para dispersar a los últimos restos del ejército español, cuya mayor parte se rindió y fueron hechos prisioneros.
En tanto, un fuego vivo se hacía sentir en la ciudad. Las tropas de la patria se precipitaron a las calles salvando el obstáculo del Tagarete (Belgrano) en persecución de los fugitivos. Estas fuerzas avanzaron hasta cerca de cuadra y media de la Plaza Mayor (9 de Julio) cuyas avenidas estaban fortificadas con fuertes empalizadas y se posesionaron del templo de la Merced, (20 de Febrero esquina Caseros) desde su torre hicieron flamear un poncho de colores argentinos a modo de bandera, al decir de Bartolomé Mitre. Tres horas duró la contienda. La batalla estaba terminada, el ejército de las Provincias Unidas había vencido.
Expresa el general español Andrés García Camba en sus Memorias que “en la ciudad todo era desorden, confusión e indisciplina, a tal punto que Tristán era apenas obedecido ... de tal manera vino a ser inútil el valor personal del jefe español, quien se vio en la necesidad de capitular con las condiciones que quiso imponerle el vencedor”.
Comprobando Tristán la inutilidad de sus esfuerzos, se resolvió a pedir capitulación en momentos en que Belgrano se disponía a intimarle rendición. El parlamentario se presentó ante el vencedor en actitud casi suplicante y en voz baja, dirigió su proposición al general. Manuel Belgrano respondió en voz alta y con su proverbial benevolencia: “Dígale usted a su general que se despedaza mi corazón al ver derramar tanta sangre americana, que estoy pronto a otorgar una honrosa capitulación que haga cesar inmediatamente el fuego en todos los puntos que ocupan sus tropas, como yo voy a mandar que se haga en todos los que ocupan las mías”.
José Evaristo Uriburu expresa al respecto en su libro “Historia del General Arenales”, impreso en Londres en 1927, acerca de la rendición: “Noble rasgo sin duda pero que obedecía más a sus generosos sentimientos que a las conveniencias militares y políticas del momento”.
Es este uno de los momentos más gloriosos en los anales de la Historia Argentina, es un acto de gravedad en un momento solemne. Nunca fue más grande Belgrano en su accionar de militar revelando sus dotes de magnánimo humanista.
Más tarde, al dar cuenta de esta victoria a su gobierno expresa: “El Dios de los Ejércitos nos ha echado su bendición, la causa de nuestra libertad e independencia se ha asegurado a esfuerzos de mis bravos compañeros de armas”. Ha sido una constante en la vida de Belgrano minimizar su accionar y asignarle a Nuestro Señor y a su Madre María el éxito de sus victorias, a la que siempre se encomendó y agradeció con piedad y devoción.
El 20 de febrero de 1813, fue un gran día, que vindicó el honor de nuestras armas y de su gente, en una jornada en que los hombres de una tierra bravía se resistieron a someterse al dominio del realista. Manuel Belgrano consiguió una excelsa victoria para gloria de la Historia de Salta y de sus habitantes.
 

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