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Historia de la máquina que la gente le decía de Hipólito Yrigoyen

Fue una locomotora a vapor fabricada en Estados Unidos en 1921, por The Baldwin Locomotive Works. 
Domingo, 21 de febrero de 2021 01:39

Quienes eran usuarios del tren de pasajeros que unía Salta con Cerrillos, Rosario de Lerma y Campo Quijano, allá entre los años 1950 y 1970, tuvieron la oportunidad de conocer varios modelos de locomotoras a vapor. Esas moles negras fueron las que por esos años remolcaban tres veces por día, ida y vuelta, un furgón postal y dos vagones de pasajeros “clase únicas”, según decía el boleto. Entre esas “vaporeras” las que más se usaron en el tren “local” fueron las leñeras o “maniceras”, como les llamaba la gente. Pertenecían a la serie 200, eran las más chicas -de ahí maniceras- y las que además se utilizaban en la estación de Salta como “playeras”. 
Es decir, para armar trenes de carga o de pasajeros que luego partían a distintos destinos y con otras locomotoras. Estas leñeras fueron con su rodar cansino las que más hacían renegar a los salteños en los pasos a nivel de la avenida Sarmiento y de la calle Zuviría. También las que en invierno con sus lluvias de chispas sembraban a su paso quemazones en los pastizales que crecían a la orilla de los rieles o también quemaban la ropa de los pasajeros.
Pero, además, de las “maniceras”, a veces el tren a Campo Quijano era remolcado por locomotoras que la gente llamaba “petroleras”, porque para calentar sus calderas usaban petróleo en lugar de leña. Eran más grandes, más potentes y pertenecían a distintas series, entre ellas las 1.000, 1.200, 1.300, 1.500 y 3.000. Los pasajeros habituales las reconocían fácilmente, tanto por el tamaño como por el número en bronce que las identificaba a manera de chapa patente. Además, eran mucho más rápidas. Una leñera arrancaba lentamente, a punto tal que muchos solían subir “al vuelo” a casi cien metros de la estación, en cambio cuando iba una petrolera, subir al vuelo a solo 30 metros ya era un peligro. 

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Quienes eran usuarios del tren de pasajeros que unía Salta con Cerrillos, Rosario de Lerma y Campo Quijano, allá entre los años 1950 y 1970, tuvieron la oportunidad de conocer varios modelos de locomotoras a vapor. Esas moles negras fueron las que por esos años remolcaban tres veces por día, ida y vuelta, un furgón postal y dos vagones de pasajeros “clase únicas”, según decía el boleto. Entre esas “vaporeras” las que más se usaron en el tren “local” fueron las leñeras o “maniceras”, como les llamaba la gente. Pertenecían a la serie 200, eran las más chicas -de ahí maniceras- y las que además se utilizaban en la estación de Salta como “playeras”. 
Es decir, para armar trenes de carga o de pasajeros que luego partían a distintos destinos y con otras locomotoras. Estas leñeras fueron con su rodar cansino las que más hacían renegar a los salteños en los pasos a nivel de la avenida Sarmiento y de la calle Zuviría. También las que en invierno con sus lluvias de chispas sembraban a su paso quemazones en los pastizales que crecían a la orilla de los rieles o también quemaban la ropa de los pasajeros.
Pero, además, de las “maniceras”, a veces el tren a Campo Quijano era remolcado por locomotoras que la gente llamaba “petroleras”, porque para calentar sus calderas usaban petróleo en lugar de leña. Eran más grandes, más potentes y pertenecían a distintas series, entre ellas las 1.000, 1.200, 1.300, 1.500 y 3.000. Los pasajeros habituales las reconocían fácilmente, tanto por el tamaño como por el número en bronce que las identificaba a manera de chapa patente. Además, eran mucho más rápidas. Una leñera arrancaba lentamente, a punto tal que muchos solían subir “al vuelo” a casi cien metros de la estación, en cambio cuando iba una petrolera, subir al vuelo a solo 30 metros ya era un peligro. 

 Las “máquina de Yrigoyen”

Pero cada tanto el “local” entre Salta, Cerrillos, Rº de Lerma y Campo Quijano era trajinado por una locomotora a vapor que luego de circular por unos días desaparecía. Según decían, su jurisdicción habitual era Metán, otros en cambio le asignaban residencia en Güemes. Pero el hecho es que esta locomotora además de ser más rápida y portar la numeración más alta entre las máquinas que operaban por aquí, tenía una particularidad: el silbato. Su pitar era una rara mezcla de flauta y sirena, absolutamente distinto al de otras locomotoras. No había ninguna que emitiera ese sonido tan particular. Además, la gente vieja de los pueblos al escucharla pitar, solía decir “ahí viene la máquina de Yrigoyen”, tal cual. Y si alguien preguntaba la razón de ese nombre, la respuesta era siempre la misma: “Creo que fue un regalo de Yrigoyen”. Era como un mito que se había difundido por estos pagos. 
Y cuando los pasajeros habituales del “local”, empleados o estudiantes, escuchaban que al frente de la formación estaba la “máquina de Yrigoyen”, todos se alegraban pues era seguro que llegaban a horario o un poco antes a destino. Es que a un viaje de media hora, como Salta a Cerrillos, ella lo hacía en solo 20 minutos, 45 a Rosario y algo más de una hora a Quijano. Era una maravilla, pues siendo más chica era tan o más ligera como las 1.300, esas negras inmensas que iban a Socompa. Pero además de la estridencia de su silbato y la velocidad tenía otra particularidad a la vista: sus ruedas eran más altas que el resto de las locomotoras que traqueteaban por la zona.

 Sin tren

El hecho es que cuando en 1970 se levantó el servicio del “local” entre Salta y Campo Quijano, casi todas estas locomotoras a vapor, incluso la de Yrigoyen, dejaron de circular por el Valle de Lerma, salvo las más grandes (1.300) que iban a San Antonio de los Cobres y Socompa.
Luego del golpe militar de 1976 casi todas las “vaporeras” fueron depositadas en Metán hasta que finalmente, y luego de ser trozadas, sus restos fueron a parar a Altos Hornos Zapla para su “cremación”. Todos pensamos que entre ellas estaban las legendarias “maniceras” y la “máquina de Yrigoyen” como le decía la gente. 

Primer hallazgo en Bolivia

Pasaron los años y en 1997 el ingeniero Moisés Costello y el autor de esta nota viajaron a Bolivia enviados por la empresa Movitren que, por entonces, era concesionaria del Tren a las Nubes. La misión era evaluar la posibilidad que entre La Paz y el lago Titicaca circulara un tren de turismo. Ese trabajo los llevó a conocer la estación ferroviaria de Santa Cruz de la Sierra. Y allí se dieron con una gran sorpresa: las locomotoras serie 200 o “maniceras” que entre los años 40 y 70 habían cubierto el servicio entre Salta y Campo Quijano estaban allí intactas. Más aun, trabajaban como “playeras” pero ya no eran leñeras pues habían sido reconvertidas a gas, pero conservaban el número de sus patentes y las placas de bronce a los costados de la cabina. Decían : “Ferrocarriles del Estado República Argentina”. Eran la 246 y la 248. Fue un reencuentro emocionante. Ellas habían llevado por años a cientos de jóvenes de Cerrillos, Rosario de Lerma y Quijano hasta los establecimientos educacionales que por entonces solo funcionaban en la ciudad de Salta.
Luego de aquella incursión por Bolivia y que a poco fracasó por la privatización de los ferrocarriles de ese país, un día de 2010 llegó a manos de quien escribe esta nota un obsequio de Eduardo Levín, expropietario de la concesión del Tren a las Nubes. Era uno de los últimos libros del ingeniero Moisés Costello. Y así fue que hojeando ese trabajo apareció la verdadera historia de la “máquina de Yrigoyen”.
Según el ingeniero Costello, en su libro “El Tren a las Nubes, apuntes para su historia y otros temas ferroviarios”, la locomotora que en el Valle de Lerma se la conocía desde los años 1950 como la “máquina de Yrigoyen”, entre los ferroviario le decían la “pitoflauta”. Obviamente, un apelativo que respondía a la particularidad de su silbato, como ya lo apuntamos anteriormente.
La historia de esa locomotora comenzó cuando en 1921, durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen, Ferrocarrilles del Estado Argentino adquirió a la The Baldwin Locomotive Works (EEUU), 21 locomotoras a vapor del tipo Santa Fe, en la jerga ferroviaria. Esas máquinas fueron destinadas al Ferrocarril Central Norte en cuya jurisdicción se estaba construyendo el Trasandino del Norte entre Salta y el norte de Chile, por el paso Huaytiquina. Eran las famosas locomotoras que se reconocían por la numeración 1.300 y que remolcaron años después los trenes de pasajeros y carga con destino a San Antonio de los Cobres y Socompa.
Por esa adquisición del gobierno de Yrigoyen la fábrica Baldwin le obsequió al Estado argentino una locomotora para remolcar el tren presidencial.

El derrotero que tuvo la locomotora presidencial

Su historia como locomotora presidencial comenzó en 1922, a fines de la presidencia del Dr. Hipólito Yrigoyen y culminó 26 años después, es decir en 1948. La razón fue que durante el primer mandato presidencial de Juan Domingo Perón para los trenes de larga distancia comenzaron los reemplazos de las locomotoras a vapor por las diésel.
De todos modos y antes de su remoción, la “maquina de Yrigoyen” ya había remolcado el tren presidencial en los mandatos de Marcelo T. de Alvear, Hipolito Yrigoyen, José Félix Uriburu, Agustín P. Justo, Roberto Marcelino Ortiz, Ramón Castillo, Pedro Pablo Ramírez, Edelmiro Farrell y Juan Domingo Perón, que lo hizo en reiteradas oportunidades junto a su esposa Evita.

Luego de ser reemplazada por una diesel en 1948, la “maquina de Yrigoyen” comenzó a ser utilizada para viajes regionales de trenes de pasajeros o de carga. Y así fue que cada tanto llegaba a Salta y al Valle de Lerma desde Tucumán, ya que las reparaciones generales de las Baldwin se hacían en Tafi Viejo.
El hecho es que desde los años 70 aquí en el Valle de Lerma los viejos usuarios del tren a Quijano no volvieron a saber más nada de la “máquina de Yrigoyen”. Pero por suerte ella estaba a buen recaudo en los talleres de Tafi Viejo. Y así fue que cuando el 31 de octubre de 1976 se celebró el centenario del arribo del ferrocarril a Tucumán, la “pitoflauta” o “maquina de Yrigoyen” de nuevo remolcó el tren presidencial, por supuesto, con un dictador a cuesta.
Por suerte, cuando en 1980 Ferrocarriles Argentinos resolvió el retiro definitivo de todas las locomotoras a vapor de la Argentina, la “maquina de Yrigoyen” se salvó de ir a parar a Altos Hornos Zapla, como fue la suerte que corrieron el resto de las Baldwin, Skoda y las Henschel de Kassel, Alemania.
 

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