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"La vuelta a clases es para celebrar, pero no tanto"

Lunes, 01 de marzo de 2021 02:04

La vuelta a clases de nuestros hijos luego de un año de escuelas cerradas es un acontecimiento para celebrar. Para celebrar moderadamente, por varios motivos.

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La vuelta a clases de nuestros hijos luego de un año de escuelas cerradas es un acontecimiento para celebrar. Para celebrar moderadamente, por varios motivos.

En primer lugar, sigue la incertidumbre. No me refiero a la de la COVID-19, sino a la del Gobierno. Incertidumbre, cuando se trata de políticas públicas, es sinónimo de ineficiencia. No hay certezas, se deciden cosas sobre la marcha y a último momento, a pesar de que hemos contado con un año entero para preparar, para tomar recaudos, para estudiar la experiencia de todo el mundo.

El principio que se ha aplicado podría denominarse "exageración preventiva". Como no soy capaz de diseñar ni siquiera de copiar - estrategias apropiadas, exagero. Y al exagerar produzco perjuicios irreparables.

Durante un año estuvieron cerradas nuestras escuelas. La medida fue razonable las primeras semanas, cuando no se sabía nada. Se mantuvo por inercia y por ineficiencia. Se mantuvo cuando la situación epidemiológica no lo requería. Se mantuvo cuando se evidenció en todo el mundo que las escuelas no eran factor de contagio principal. Se mantuvo cuando se abrieron otras actividades claramente más riesgosas y menos controlables.

La reapertura de hoy es para celebrar, pero no tanto. Es desigual y es insuficiente. Y su insuficiencia no tiene más motivo que esa "exageración preventiva".

Es desigual porque sigue agravando la diferencia entre quienes pueden acceder a una educación privada y quienes no. Porque sigue remitiendo parte de los contenidos a la educación remota, que puede cumplirse más o menos según parámetros que expresan las desigualdades de nuestra sociedad: acceso a la conectividad, herramientas conceptuales en los padres, disponibilidad de tiempo, acceso a dispositivos.

Es insuficiente porque no garantiza en modo alguno que cumplirá, siquiera, con los objetivos del ciclo lectivo 2021. Mucho menos con la declamada recuperación de lo perdido en 2020.

Además de celebrar, habría que reflexionar. La educación es un pilar fundamental de nuestro proyecto como país. Argentina fue grande cuando la educación fue la columna vertebral de su identidad. ¿Cómo hemos podido permitir el cierre de nuestras escuelas durante un año? ¿Por qué no fue parte de la agenda política? ¿Cómo aceptamos ahora tan mansamente una reapertura que no garantiza nada, que constituye un verdadero experimento social con nuestros hijos?

Los chicos se juntan fuera de la escuela. Los padres se juntan fuera de la escuela. Los docentes se juntan fuera de la escuela. Los gremialistas docentes se juntan fuera de la escuela. Los políticos se juntan fuera de la escuela. Sin distanciamiento, sin burbujas, sin turnos, sin barbijos. Por una extraña especie de hipocresía política, el único espacio que ha seguido cerrado por completo, y que ahora se reabre de manera restringida y experimental, es la escuela.

La decisión, finalmente, es empezar exagerando. Podría haberse obrado al revés: empezar confiando en las experiencias internacionales que demuestran que la escuela no es un lugar de particular riesgo, monitorear bien, y tomar las medidas restrictivas cuando efectivamente se produjeran brotes, o indicios de brotes. Ahora tenemos que confiar en que al menos, mediante el proceso inverso, se monitoreará con seriedad la evolución, y si efectivamente se repite en Salta lo que ocurrió en el mundo -que la escuela demostró no ser un ámbito especialmente riesgoso- se avanzará rápidamente hacia una presencialidad plena. Si no, habrá que reclamar de nuevo.

 

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