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Hoy queman libros; mañana, escritores

Martes, 16 de marzo de 2021 02:10

El fuego que quiere matar la memoria, el conocimiento y la opinión: la destrucción de libros a lo largo de la historia tuvo como objetivo la extinción de la identidad y la cultura de muchos pueblos.

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El fuego que quiere matar la memoria, el conocimiento y la opinión: la destrucción de libros a lo largo de la historia tuvo como objetivo la extinción de la identidad y la cultura de muchos pueblos.

Los motivos y contextos para destruir libros han cambiado con el tiempo, pero no sus efectos.

La destrucción, la quema y la prohibición de libros fueron siempre actos deliberados destinados a la destrucción cultural de los pueblos, para borrar la memoria de su cultura, debilitar su identidad y comenzar el proceso de transculturización; es un memoricidio que intenta borrar la memoria histórico-cultural destruyendo la cultura del lugar y muchas veces a los propios intelectuales.

La censura es una obscenidad inadmisible. La censura, la prohibición de pensar y expresarse libremente, la asfixia de la pluralidad de ideas y miradas señala, como siempre, la pobreza intrínseca de esa monstruosa máquina de impedir que lee poco, que lee mal la realidad, que no sabe historia y que no acepta el carácter inestable de la producción creativa del hombre.

Como en la antigüedad, hoy alguien pretende quemar los libros de Beatriz Sarlo y por qué no los de Mauricio Macri, como se quemaron los libros de la editorial Centro Editor de América Latina en Buenos Aires, sello editorial que fundó Boris Spivacow; un millón y medio de libros y fascículos ardieron en un baldío de Sarandí (26 de junio de 1978).

El 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano... Dijo que lo hacía "a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas... para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos". Y agregó: "De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina" (diario La Opinión, 30 de abril de 1976).

La Inquisición sirvió para combatir el disenso y anular la libertad de pensamiento. Era una corporación coercitiva e intolerante que torturó y segó la vida de miles de personas en los autos de fe; atormentó, persiguió, torturó, mantuvo en prisión indefinidamente a las personas siempre bajo la acusación de haber cometido herejía.

El capítulo de los "biblioclastas" (= destructores de bibliotecas) es extenso: Alejandro Magno destruyó el palacio de Persépolis y con ello se perdieron los originales de Zoroastro; César y la biblioteca de Alejandría en llamas; el obispo Teófilo destruyó la segunda biblioteca de Alejandría; Almanzor quemó la biblioteca de los califas en Córdoba; la biblioteca Bizantina fue destruida por los cruzados; las bibliotecas taoístas fueron aniquiladas por Kubilai Khan; los libros escoceses destruidos por Eduardo I; se quemaron las bibliotecas judías en París en 1298; el auto de fe de los libros protestantes en 1559-1560; durante la Revolución Francesa el pueblo exaltado destruyó libros y objetos relacionados con Luis XVI; Mao hasta la Banda de los cuatro y los policías de Sri Lanka incendiaron 97.000 volúmenes en la biblioteca de Jaffna; autos de fe nazis con los saqueos de los museos de Bagdad y Mossul; incendio de la biblioteca de Sarajevo provocado por los serbios (1992); saqueo de la biblioteca de Pul-i-Khmuri por los talibanes; incendio de la biblioteca de Lyon II; incendio y saqueo de casi todas las bibliotecas iraquíes en 2003...

Adolf Hitler (1933) pretendía que los alemanes leyeran solo su Mein Kampf (Mi lucha) y mandó a incendiar libros de Albert Einstein, Jack London, H. G. Wells, entre otros. Durante la dictadura argentina la quema de libros representó un verdadero genocidio cultural, que se sumó a la desaparición de escritores.

El 10 de mayo de 1933, a las 7 de la tarde, una procesión de tres mil estudiantes convergió en la plaza de la Opera de Berlín, medio kilómetro al oriente del hotel Adlon, y levantó una gigantesca pila de leños. Sobre el altar del sacrificio, la muchedumbre bárbara arrojó los libros de Jakob Wassermann, Stefan Zweig, Erich Maria Remarque, Heinrich Mann, Walther Rathenau, Albert Einstein, Hugo Preuss, que había redactado la Constitución democrática de la República de Weimar, Sigmund Freud, Jack London, H.G.Wells, Helen Keller, André Gide, Emile Zola..., las bibliotecas de los alrededores fueron saqueadas y el propio ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, enriqueció el túmulo funerario con doce camiones llenos hasta el tope de talmudes, biblias, misnás, diciendo que "por el bien de la Patria, vamos a quemar todos aquellos libros y folletos que contengan pensamientos u opiniones agraviantes para nuestro ser nacional , el hogar alemán y las fuerzas motrices de nuestro pueblo". Matemos a los escritores! Matemos a los periodistas! Gritaban todos al unísono en ese momento.

El poder absoluto, el totalitario, el indiscriminado en diferentes épocas ha ejercido siempre y en cualquier lugar el poder para atropellar las ideas, censurar y prohibir textos.

Las censuras son de muy diferente índole, procedencia y magnitud. La censura suele tener aliados: la mafia, la impunidad, la mezquindad, la condición mediocre, la cobardía, la ignorancia, la política estatal.

 

 

 

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