¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

15°
28 de Marzo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

“La alemana Raquel” siente a la zona sur de Salta como su “gran familia”

Domingo, 28 de marzo de 2021 02:12

 En los días de lluvia de un otoño húmedo los clientes hacen colas en las puertas de la panaderías salteñas. En los barrios los vecinos le dan otro sabor a los olores del pan recién salido. No tienen las charlas típicas sobre el clima, sino que van por el lado de la vida misma, de la amistad.
Entre San Remo y Pablo Saravia, entre las esquinas de Mar Blanco y Mar Arábigo, hay una panadería tras una puerta mínima que está así de reducida porque se resguarda de la pandemia.
Detrás de esa media apertura de vidrio hay un mostrador donde atiende una mujer con una historia increíble que muy pocos conocen.
Se trata de Rahel Worlok, más conocida por los vecinos como “la alemana Raquel”. Esta panadera del barrio ya entró en el cariño de sus clientes y es increíble ver cómo es el trato con ellos.
“No son mis clientes, yo le vendo pan a esta zona que yo considero como una gran familia. Yo los saludos como a mis amigos y los escucho en todo lo que me quieran decir”, dijo, y sin ser salteña sigue quizás con esas tradiciones del panadero anarquista “que deja la puerta abierta” como una metáfora de amistad.
Esta panadera es oriunda de Stuttgart, en el sur de Alemania y desde hace 11 años que vive definitivamente en Salta. Sobre cómo llegó del sur teutón a la zona sur de la ciudad es una larga historia que comenzó en la provincia de Río Negro.
Ella tiene un hermano viviendo en la Patagonia argentina y hasta allá fue a visitarlo. En ese viaje conoció a un salteño que se llama Diego Guevara. Ella se tapa la cara cuando habla de él y se sonríe. Ese hombre es hoy el panadero de su vida.
“Nos conocimos allá y luego seguimos con un vínculo por internet durante unos 5 años hasta que él pudo ir a visitarme a Alemania. En el 2007 nos casamos y finalmente decidimos venir a vivir a Salta en 2010”, contó Raquel.
Hoy el que amasa el pan es Diego y Raquel lo vende. 
El hombre trabaja de noche en la preparación y horneado y durante la mañana la mujer lo vende en casi 6 horas intensas en donde no tiene ni un momento de descanso. En días de lluvia como los de este otoño la mercadería se acaba antes del mediodía.
“La estrella de nuestra panadería es el pan de semillas, aunque todos nuestros productos son muy sanos, porque no usamos aditivos. Entonces cada vez se vende más, tenemos más clientes porque es un pan que elaboramos como si fuera que lo hacemos para nuestra familia”, dijo.
El pan de semilla es la figurita preferida porque tiene chía, sésamo, amaranto, girasol, quinoa y lino. Viene con forma de pan lactal y hay que madrugar para comprarlo porque se acaba rápido.
La cola es incesante y todos sus clientes la saludan muy amablemente. Se le nota la plenitud en su trabajo.
No siempre fue así. Ella estudiaba idiomas en Alemania y luego se vino a Salta y comenzó a buscar trabajo y entró como cajera de un supermercado de cadena nacional.
Cuando habla de ello se transforma y a pesar de que usa barbijo se le nota la tristeza por los malos recuerdos.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

 En los días de lluvia de un otoño húmedo los clientes hacen colas en las puertas de la panaderías salteñas. En los barrios los vecinos le dan otro sabor a los olores del pan recién salido. No tienen las charlas típicas sobre el clima, sino que van por el lado de la vida misma, de la amistad.
Entre San Remo y Pablo Saravia, entre las esquinas de Mar Blanco y Mar Arábigo, hay una panadería tras una puerta mínima que está así de reducida porque se resguarda de la pandemia.
Detrás de esa media apertura de vidrio hay un mostrador donde atiende una mujer con una historia increíble que muy pocos conocen.
Se trata de Rahel Worlok, más conocida por los vecinos como “la alemana Raquel”. Esta panadera del barrio ya entró en el cariño de sus clientes y es increíble ver cómo es el trato con ellos.
“No son mis clientes, yo le vendo pan a esta zona que yo considero como una gran familia. Yo los saludos como a mis amigos y los escucho en todo lo que me quieran decir”, dijo, y sin ser salteña sigue quizás con esas tradiciones del panadero anarquista “que deja la puerta abierta” como una metáfora de amistad.
Esta panadera es oriunda de Stuttgart, en el sur de Alemania y desde hace 11 años que vive definitivamente en Salta. Sobre cómo llegó del sur teutón a la zona sur de la ciudad es una larga historia que comenzó en la provincia de Río Negro.
Ella tiene un hermano viviendo en la Patagonia argentina y hasta allá fue a visitarlo. En ese viaje conoció a un salteño que se llama Diego Guevara. Ella se tapa la cara cuando habla de él y se sonríe. Ese hombre es hoy el panadero de su vida.
“Nos conocimos allá y luego seguimos con un vínculo por internet durante unos 5 años hasta que él pudo ir a visitarme a Alemania. En el 2007 nos casamos y finalmente decidimos venir a vivir a Salta en 2010”, contó Raquel.
Hoy el que amasa el pan es Diego y Raquel lo vende. 
El hombre trabaja de noche en la preparación y horneado y durante la mañana la mujer lo vende en casi 6 horas intensas en donde no tiene ni un momento de descanso. En días de lluvia como los de este otoño la mercadería se acaba antes del mediodía.
“La estrella de nuestra panadería es el pan de semillas, aunque todos nuestros productos son muy sanos, porque no usamos aditivos. Entonces cada vez se vende más, tenemos más clientes porque es un pan que elaboramos como si fuera que lo hacemos para nuestra familia”, dijo.
El pan de semilla es la figurita preferida porque tiene chía, sésamo, amaranto, girasol, quinoa y lino. Viene con forma de pan lactal y hay que madrugar para comprarlo porque se acaba rápido.
La cola es incesante y todos sus clientes la saludan muy amablemente. Se le nota la plenitud en su trabajo.
No siempre fue así. Ella estudiaba idiomas en Alemania y luego se vino a Salta y comenzó a buscar trabajo y entró como cajera de un supermercado de cadena nacional.
Cuando habla de ello se transforma y a pesar de que usa barbijo se le nota la tristeza por los malos recuerdos.

La panadería se llama “Pan de Vida” y está ubicada en Mar Arábigo y Mar Blanco, sobre el bulevar de ingreso a Pablo Saravia y San Remo. El comercio está abierto de lunes a viernes desde las 8 hasta las 13.30, solamente por la mañana. Si llega a las 13 y está cerrado es porque ya vendieron todo lo que había. Los domingos está cerrado por descanso 

 
 


“Es insoportable, te controlan hasta la cantidad de productos por minutos que se marca. Yo pasé 27 productos cuando el promedio es de 16. Estuve unos años y el trabajo me comenzó a afectar la columna. Fui a un médico y a un traumatólogo y sus resultados aseguraban que la posición del cuerpo y los largos turnos afectaban mi columna. Tenía a tres mujeres jefas a quienes les pedí el cambio de sección con las recomendaciones por escritos de los especialistas. Nada las hizo considerar mi pedido. Hasta un gerente hombre calificó a la decisión de mis jefas de injusta. Hasta que no aguanté más y me fui de ese trabajo. Aún pienso en las mujeres que trabajan en esos puestos insalubres”, dijo muy angustiada.
Cambió la cara cuando recordó su ingreso a la panadería. Eso sucedió hace 4 años y su vida mejoró completamente.
“Esto es totalmente diferente porque acá yo siento que le estamos dando un producto mucho más sano del que pueden comprar en otro lado. Además siento a mis clientes como una familia grande en donde sé cómo anda cada uno, donde me cuentan sus andanzas, sus historias y hasta sus penurias. El año antes de la pandemia, en 2019, fallecieron muchos adultos mayores que viven en el barrio y eso me afectó muchísimo. Pero luego pienso en que eso sucede por el involucramiento que tengo en esta comunidad en la que ya me siento como una más”, dijo la mujer que desde que llegó no pudo volver a visitar su lugar de origen.
“Yo no quiero entrar en ninguna discusión política y hablo desde mi individualidad pero cuando yo vine a Argentina en 2010 era otro país, en donde las cosas funcionaban y si trabajabas ganabas dinero. Luego vino un cambio de Gobierno donde nos fue muy duro y donde cada vez trabajábamos más y ganábamos menos. Yo había juntado dinero para ir a visitar a mi familia en Alemania y una brutal devaluación hizo que no pueda comprar los pasajes. Y por otro lado la inflación fue algo terrible porque yo siento mucho cuando les tengo que avisar a mis clientes, que son como mi familia, que les tengo que cobrar más. Ahora esperamos que cambien las cosas para el bien de todos”, declaró la panadera.
Sobre el futuro dijo que le hubiera gustado seguir estudiando idiomas, pero que tiene otras ocupaciones más importantes. Junto a su esposo tienen un hijo y gran parte del tiempo libre está dedicada su familia.
“Somos una familia cristiana en donde le dedicamos un buen tiempo a la lectura de la Biblia porque la consideramos esencial en la vida”, concluyó.
 

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Temas de la nota

PUBLICIDAD