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En un momento tan difícil es esencial cerrar la grieta

Domingo, 07 de marzo de 2021 01:42

La conflictividad permanente en la que ya estamos acostumbrados a vivir nos conduce por el peor de los caminos. La grieta no es una mera confrontación política, sino el mayor obstáculo para un entendimiento mínimo que permita delinear objetivos a largo plazo como nación.

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La conflictividad permanente en la que ya estamos acostumbrados a vivir nos conduce por el peor de los caminos. La grieta no es una mera confrontación política, sino el mayor obstáculo para un entendimiento mínimo que permita delinear objetivos a largo plazo como nación.

Esta semana, con los discursos estridentes del presidente y la vice, y las múltiples manifestaciones de rechazo a las políticas nacionales, se hizo evidente que estamos muy lejos de comenzar a transitar un camino constructivo.

La historia argentina abunda en confrontaciones y violencias, pero también es cierto que hace 37 años comenzamos a reconstruir una democracia representativa que hasta entonces había andado a los tropiezos.

Un síntoma de intolerancia es la utilización de las redes sociales como medio de agravios, injurias y descalificaciones contra los que opinan o sienten distinto.

La extinción de los partidos políticos, convertidos en meros sellos, obstaculiza la construcción de un marco reflexivo y la organicidad de los proyectos y la participación ciudadana.

Hoy tenemos la sensación de estar en un callejón sin salida. Nuestra economía nunca se recuperó del colapso del año 2001, y los gobernantes que se sucedieron hasta hoy acusaron, prometieron y fracasaron sistemáticamente. Nuestra situación no es muy distinta a la de varios países de la región, pero solo Venezuela y la Argentina retroceden a pasos agigantados.

Acusar a otros sin hacer autocrítica es una actitud mezquina, que subordina al país a intereses particulares de las elites gobernantes de turno, disfraza la impotencia con ideología y solo ofrece como camino de salida más pobreza y ningún horizonte.

El problema perentorio es, sin duda, la pandemia. Aquí, también, la grieta banalizó la tragedia nacional y la campaña de vacunación se tradujo en las redes en una puja por determinados alineamientos internacionales. A esto se añadió la presencia agorera de quienes instaban a no vacunarse.

En 2021, luego de una maratónica tarea de los laboratorios para inventar la nueva vacuna, será necesario producir, solo para el COVID, 5.000 millones de dosis para inocular al 27% de la población de todos y cada uno de los países (el piso estratégico) y se estima como máximo alcanzar a 9.600 millones (cubrirían a dos tercios de la población).

La llegada de vacunas de diverso origen y la posibilidad de fabricarlas en el país trae una dosis de alivio, pero es imprescindible tomar medidas se ajusten plan estratégico sugerido por la OMS y aprobado por el ministerio de Salud, Allí se establece, como prioridad, al personal sanitario en contacto con pacientes, los mayores de 80 años y los internados en geriátricos; luego, los mayores de 65 años o con enfermedades de riesgo y finalmente, docentes, policías y residentes en barrios sanitariamente vulnerables.

Sanitariamente, para crear la inmunidad de rebaño, hace falta esa estrategia y seguirá haciendo falta por mucho tiempo, porque el virus llegó para quedarse; si no se logra poner una barrera, las mutaciones van a multiplicarse hasta convertir a la pandemia en endemia planetaria. En todos los órdenes de la vida hacen falta objetivos y planificación. Y eso nos está faltando desde hace dos décadas. De nada vale destruir lo que hicieron otros, simplemente por incapacidad propia para construir. A todos los gobiernos les han faltado políticas proactivas.

Todos los argentinos deberíamos asumir que la erosión de la confianza en las instituciones del Estado y la debilidad del orden jurídico solo contribuyen a la caída cada vez más profunda de la economía, el trabajo y la calidad educativa. No es el gobierno solo, sino la dirigencia en general, quienes deben asumir y reconocer que la mesa de los argentinos, la calidad de vida, el suministro de energía y el mismo servicio de salud pública no se van a sostener y menos aún recuperar, sin una economía vigorosa, competitiva, generadora de empleos y de salarios.

La pandemia es un símbolo dramático. Sería bueno abandonar la beligerancia, hacer de la autocrítica un hábito y comenzar a trabajar para cerrar la grieta social, que es la más dolorosa.

 

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