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Beagle, Mercosur y después ...

Viernes, 02 de abril de 2021 02:09

Aliados y adversarios.  Chile fue nuestro primer aliado continental durante las guerras de la Independencia, colaborando estrechamente con San Martín en la propia campaña en territorio chileno para su liberación, y posteriormente en la idea esclarecedora del Libertador de acceder al Perú para derrotar al imperio español allí donde este era más fuerte.

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Aliados y adversarios.  Chile fue nuestro primer aliado continental durante las guerras de la Independencia, colaborando estrechamente con San Martín en la propia campaña en territorio chileno para su liberación, y posteriormente en la idea esclarecedora del Libertador de acceder al Perú para derrotar al imperio español allí donde este era más fuerte.

Sin embargo, transcurriendo el Siglo XIX, esa alianza no fue duradera debido a la pretensión territorial de Chile sobre la Patagonia, pretensión a la que la Argentina naturalmente se opuso, habiendo existido muchas situaciones de tenso dramatismo entre las dos naciones, probablemente la más cruda cuando se produjo la guerra de Chile durante 1879-1884 contra la alianza entre Bolivia y Perú, lo que le permitió a la diplomacia argentina afianzarse en la Patagonia.

Otros "ruidos" limítrofes entre Chile y la Argentina fueron zanjados a través de laudos arbitrales de terceros países, hasta que el último de estos desacuerdos territoriales, focalizado en el Canal de Beagle, le dio a Chile en 1977 la soberanía sobre las islas Lennox, Picton y Nueva, lo que resultó inadmisible para el gobierno militar de la Argentina de entonces, que se preparó para una guerra al mantenerse firme Chile con el laudo que la beneficiaba.

La guerra entre Chile y la Argentina fue detenida "in limite" en 1978 por un enviado del Papa Juan Pablo II, el Cardenal Samoré, quien elaboró una propuesta, formalizada luego por el Papa, la que aceptó Chile pero no el gobierno militar de la Argentina.

El retorno de la democracia

Con el retorno de la democracia en la Argentina, en 1983, de la mano del presidente Raúl Alfonsín, el nuevo gobierno se enfrentó con dos antiguas "hipótesis de conflicto" que generaban la posibilidad de, cuanto menos, fricciones militares.

La primera estaba dada por el "acuerdo" con Chile propuesto por el Papa, que no era todavía tal en tanto la Argentina no lo había aceptado.

El segundo conflicto venía de larga data también y se originaba en los recelos mutuos entre la Argentina y el Brasil, pese a que también habían mantenido relaciones complementarias y asimismo habían sido, oportunamente, como había ocurrido con Chile, aliados en enfrentamientos armados, en el caso de la relación con Brasil, en la Guerra del Paraguay.

Alfonsín, en uno de sus actos políticos más lúcidos, aunque probablemente menos tenidos en cuenta, especialmente por su partido, la UCR, advirtió el frágil piso sobre el que estaba apoyado su gobierno, fragilidad que estaba dada por la hostilidad militar ante su decisión de juzgar a las juntas que habían gobernado durante la última dictadura, a lo que se sumaba el conflicto no resuelto con Chile y la larga tensión con el Brasil.

Con plena consciencia de estos riesgos, y mientras confiaba en que el amplio respaldo electoral lo blindaba por un buen tiempo de las posibles amenazas de un nuevo golpe militar, lo que le daba margen para avanzar con los juicios, acometió una hábil jugada política consistente en someter a la opinión popular, a través de un referéndum, la propuesta de Juan Pablo II sobre el Canal de Beagle.

Alfonsín recorrió entonces nuevamente todo el país como durante la campaña electoral de 1983, llevando su propuesta de paz con Chile, que representaba algo más que la oferta de Samoré - Juan Pablo II, y cosechó un categórico respaldo de la población a la posibilidad de cerrar un excesivamente prolongado y estéril período de recelos y desconfianzas con el país trasandino. Como curiosidad y ejercicio contrafáctico, es bastante inexplicable que Alfonsín no hubiera empleado esa misma metodología (el referéndum o mecanismo similar) para asegurarse el respaldo de la sociedad al Plan Austral, que era un no menos imaginativo programa económico que habría dado, de mantenerse, la ansiada estabilidad de precios, la que en cambio logró Israel con un programa muy similar. De haberse afianzado el Plan Austral, sin dudas, los levantamientos carapintada de Semana Santa de 1987 no habrían tenido lugar (o habrían sido menos peligrosos y traumáticos para la sociedad) lo mismo que los planteos carapintada posteriores. Es muy verosímil imaginar que la UCR habría logrado un segundo período en el gobierno, y (sin duda lo más importante) el peronismo se habría visto obligado a adoptar en forma definitiva su versión renovadora y republicana que Antonio Cafiero, José Manuel de la Sota y otros peronistas lúcidos entendían indispensable conformar para ofrecer a la ciudadanía una alternativa al nuevo radicalismo al que se enfrentaban. Y ya que se trata de imaginar situaciones contrafácticas, es también verosímil imaginar que no existiría, ideológicamente hablando, un Santiago Cafiero, absolutamente irreconocible para su abuelo y enteramente a contramano del nuevo peronismo del propio Perón, que había sepultado el peronismo de los enfrentamientos en su abrazo con Balbín a su regreso a la Argentina.

El Mercosur

La otra gran jugada estratégica de Alfonsín, inevitablemente tenida presente como hecho cotidiano y de contundentes resultados económicos para la Argentina y los demás socios, es la creación de lo que, poco después, bajo la presidencia de Menem, constituyó el Mercosur.

 Un espacio de integración territorial y de amplio intercambio comercial entre los países que conformaron esa integración: la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
 El Mercosur está repleto de lagunas y oportunidades de rellenarlas con iniciativas más actualizadas que permitan la apertura de sus economías, particularmente de la Argentina, una de las más herméticamente cerradas del mundo. Por supuesto, así lo entienden (y practican) justamente los países integrantes, salvo, claro está, la Argentina del presidente Fernández, que representa la imagen especular de los mandatarios actuales del Mercosur y de sus precursores de la Argentina, Alfonsín y Menem.
 Las posiciones proteccionistas de Fernández atrasan cuanto menos 70 años, a la vez que no se entiende qué quiere proteger: ¿una industria obsoleta, perimida, que no puede exportar y ni siquiera competir internamente toda vez que, por su conformación, es hegemónicamente monopólica?
 Sin duda, el presidente Fernández comparte y mantiene con el expresidente Kirchner y su vicepresidenta, Cristina Fernández, la misma actitud agresiva y pedante hacia nuestros vecinos, especialmente el Uruguay, sin duda, el más hermano de todos nuestros vecinos latinoamericanos. Peor aún, no se sabe, dados los frecuentes cambios de opinión del actual mandatario, hasta dónde hay originalidad en su papel rupturista, y hasta dónde sus palabras y gestos no son sino una puesta en escena para sintonizar con el perfil (en este caso, claramente coherente y persistente) de su vicepresidenta. Es evidente que toda esta escenografía hostil no “le mueve el amperímetro” a nuestros socios del Mercosur que, aun con severas dificultades y torpes errores en algunos casos, como el del Brasil en materia sanitaria, siguen avanzando en términos de elevar su ingreso por habitante y mejorar las condiciones de vida de su población. En cambio, en cada una de estas posturas arrogantes y necias, la Argentina del presidente Fernández retrocede paso a paso en su frenética carrera hacia la decadencia total, el desprecio y la burla del concierto de naciones.

* Eduardo Antonelli fue docente e investigador en la UNSa y diputado provincial por la UCR.
  

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