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Enfrentar la pandemia en la primera línea, el relato de una enfermera COVID

Domingo, 02 de mayo de 2021 01:18

En la lucha contra el coronavirus quienes aparecen en la primer línea de fuego son los enfermeros, enfermeras y médicos. Todos los días ponen el cuerpo para combatir la pandemia y se cargan en sus espaldas el cuidado de los pacientes. 
Nadia del Milagro Gaspar, de 34 años, es una de ellas. Trabaja desde marzo del año pasado, cuando apenas se desató la pandemia, en la atención de enfermos de coronavirus en la clínica María de Urkupiña de la capital salteña. Contó que en aquella fecha todo era confuso. Se preguntaban cómo había llegado el virus, cómo se producían los contagios. No sabían cómo encarar las atenciones y qué hacer en el primer contacto con un paciente COVID. Tampoco tenían en claro que podían tocar y cómo debían cambiarse de ropa. A medida que pasaron los días se comenzaron a definir los protocolos y comenzó a clarificarse el esquema de trabajo.
“La experiencia no la teníamos. Se fue adquiriendo de a poco, con el tiempo. Nos costó mucho adaptarnos. Fue muy difícil ver gente que entraba y no podía salir o con falta de oxígeno”, expresó Nadia. 
Con el correr de las semanas ya contaban con información precisa sobre los síntomas, los tratamientos que podían durar de 10 a 15 días y los recaudos que debían tomar al volver a sus hogares. “Tratábamos de hacerlo bien, lo mejor posible. Cambiarse y descambiarse lleva su tiempo. Tenía que ser perfecto. Yo pensaba que la COVID estaba en el aire, así como muchos creían. Desinfectábamos todo y llegué a ponerme tres camisolines y tres barbijos”, manifestó. 
Lo más angustiante y duro para Nadie fue ver morir muchos pacientes. “En el mismo tratamiento empezamos a incluir las videollamadas con los familiares del paciente porque para ellos era muy difícil estar ahí solos, con personas desconocidas que éramos nosotros, por más de dos semanas. Nos agradecían un montón las videollamadas. Vi morir mucha gente lamentablemente”, dijo con profundo pesar. 
El primer caso de un paciente contagiado que le tocó asistir fue el de un compañero de trabajo, un médico de la misma clínica. 
Eso le significó un gran peso, ya que se trataba de un profesional que ya conocía y veía a diario. Tener que darle respaldo, atención, iniciar el tratamiento y ver que se puso mal la involucró afectivamente. Sintió nervios y dudas, ya que no sabía si lo hacía bien o no.

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En la lucha contra el coronavirus quienes aparecen en la primer línea de fuego son los enfermeros, enfermeras y médicos. Todos los días ponen el cuerpo para combatir la pandemia y se cargan en sus espaldas el cuidado de los pacientes. 
Nadia del Milagro Gaspar, de 34 años, es una de ellas. Trabaja desde marzo del año pasado, cuando apenas se desató la pandemia, en la atención de enfermos de coronavirus en la clínica María de Urkupiña de la capital salteña. Contó que en aquella fecha todo era confuso. Se preguntaban cómo había llegado el virus, cómo se producían los contagios. No sabían cómo encarar las atenciones y qué hacer en el primer contacto con un paciente COVID. Tampoco tenían en claro que podían tocar y cómo debían cambiarse de ropa. A medida que pasaron los días se comenzaron a definir los protocolos y comenzó a clarificarse el esquema de trabajo.
“La experiencia no la teníamos. Se fue adquiriendo de a poco, con el tiempo. Nos costó mucho adaptarnos. Fue muy difícil ver gente que entraba y no podía salir o con falta de oxígeno”, expresó Nadia. 
Con el correr de las semanas ya contaban con información precisa sobre los síntomas, los tratamientos que podían durar de 10 a 15 días y los recaudos que debían tomar al volver a sus hogares. “Tratábamos de hacerlo bien, lo mejor posible. Cambiarse y descambiarse lleva su tiempo. Tenía que ser perfecto. Yo pensaba que la COVID estaba en el aire, así como muchos creían. Desinfectábamos todo y llegué a ponerme tres camisolines y tres barbijos”, manifestó. 
Lo más angustiante y duro para Nadie fue ver morir muchos pacientes. “En el mismo tratamiento empezamos a incluir las videollamadas con los familiares del paciente porque para ellos era muy difícil estar ahí solos, con personas desconocidas que éramos nosotros, por más de dos semanas. Nos agradecían un montón las videollamadas. Vi morir mucha gente lamentablemente”, dijo con profundo pesar. 
El primer caso de un paciente contagiado que le tocó asistir fue el de un compañero de trabajo, un médico de la misma clínica. 
Eso le significó un gran peso, ya que se trataba de un profesional que ya conocía y veía a diario. Tener que darle respaldo, atención, iniciar el tratamiento y ver que se puso mal la involucró afectivamente. Sintió nervios y dudas, ya que no sabía si lo hacía bien o no.

Un caso que le dolió bastante

Otro caso que la marcó afectivamente fue el de un paciente con obesidad y diabetes. “Ese caso en especial me dolió bastante. Entró saturando mal, pero durante dos días tuvo una leve mejoría y me contó que tenía un hijo de cuatro años”, mencionó.
Durante las videollamadas aparecía el nene en la pantalla del celular. Su papá lloraba, le faltaba el aire y aun así le alcanzó a contar a Nadia que el niño era Máximo, su hijo de cuatro años. Dijo que hizo toda clase de tratamiento para poder tenerlo con su pareja y que iba a luchar por quería seguir viviendo para verlo crecer. 
“El nene todos los días le decía ‘papá fuerzas’, pero pasó a la terapia, no mejoró y a los tres días me entere que no pudo salir”, se lamentó Nadia. 
También recuerda el caso de un adulto mayor de Rosario de Lerma que fue llevado a la clínica por sus vecinos. No tenía ni siquiera identificación. Le faltaba el aire y tenía todos los síntomas. Estaba deshidratado. “Murió solo y eso es lo peor”, manifestó. 
Para la joven, el apoyo espiritual es fundamental. Contó que desde el primer momento siempre le dio contención emocional a los pacientes. Es de religión católica y trató de transmitirles a los enfermos que sigan adelante, que tengan fe. Cuando se iban de alta les entregaba un presente. 
Considera que el trabajo en equipo también es primordial. Tanto enfermeros como médicos, otros profesionales de la salud y trabajadores de limpieza llevan adelante una labor en conjunto para la mejoría de la salud no solo del paciente sino de la sociedad. 

Su historia

Nadia es la menor de siete hermanos. Vive con sus padres Néstor, de 74 años, y Eugenia, de 70, su esposo Alejandro y su hijo Benjamin, de cinco años. Residen en la localidad de El Carril.
“Mis padres son de grupos de riesgo por sus edades y enfermedades. Mi pareja trabaja en el IPS de El Carril por lo que está en contacto todo el tiempo con personas. Estaba el riesgo de traer el virus a casa, pero siempre tuvimos nuestros propios protocolos en el hogar”, señaló.
Les hicieron varios hisopados y análisis y siempre salieron negativos. “Gracias a Dios ninguno nos contagiamos”, dijo.
 

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