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El castrismo después de Castro

Miércoles, 05 de mayo de 2021 02:17

La sustitución de Raúl Castro por Miguel Díaz Canel como secretario general del Partido Comunista Cubano cierra un ciclo histórico e inaugura una etapa de transición signada por la incertidumbre. Por primera vez en 62 años, ningún Castro desempeñará un rol protagónico en la estructura de poder. Díaz Canel, quien en 2019 había reemplazado a Raúl como jefe de Estado, no había nacido en aquel lejano 1´ de enero de 1959 en que los guerrilleros de Sierra Maestra, liderados por Fidel Castro, desfilaron por las calles de La Habana tras el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista.

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La sustitución de Raúl Castro por Miguel Díaz Canel como secretario general del Partido Comunista Cubano cierra un ciclo histórico e inaugura una etapa de transición signada por la incertidumbre. Por primera vez en 62 años, ningún Castro desempeñará un rol protagónico en la estructura de poder. Díaz Canel, quien en 2019 había reemplazado a Raúl como jefe de Estado, no había nacido en aquel lejano 1´ de enero de 1959 en que los guerrilleros de Sierra Maestra, liderados por Fidel Castro, desfilaron por las calles de La Habana tras el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista.

El recambio en la cúpula comunista coincide con el ingreso de Joe Biden a la Casa Blanca. Este hecho cierra a la vez otro ciclo, en este caso muchísimo más corto, signado por la administración de Donald Trump, quien dio marcha atrás con el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba puesto en marcha por Barack Obama luego de una ardua negociación en la que cumplió un rol protagónico el entonces vicepresidente Biden y también el papa Francisco, al que las dos partes reconocieron como artífice del diálogo. Esta sincronía entre ambos episodios abre un sinfín de especulaciones sobre el porvenir de la relación bilateral entre Washington y La Habana.

La salida de Raúl, de 89 años, y el ascenso de Díaz Canel fueron acompañados por el retiro de los otros dos integrantes de "Los Tres Mosqueteros", apodo usado para los últimos representantes de la vieja guardia que aún integraban el buró político del PC cubano: el general José Ramón Machado Ventura, de 90 años, que ocupaba el segundo lugar en la nomenclatura, y Ramiro Valdez, de 88 años, que participó en el asalto al cuartel Moncada en 1953 y fue uno de los 53 hombres que participaron, junto a los hermanos Castro, en el desembarco del yate Granma en 1956, que marcó el comienzo de la lucha que culminó con la caída de Batista. Ninguno de aquellos dirigentes "históricos" permanece entre los catorce miembros del máximo organismo partidario.

Este recambio generacional no significa necesariamente una renovación ideológica: Díaz Canel es un antiguo burócrata que secundó a Raúl desde el retiro de Fidel en 2008. Entre los nuevos miembros del buró político está el general Luis Alberto Rodríguez González, titular del Grupo de Administración Empresarial SA (Gaesa), el mayor conglomerado económico cubano, dependiente de las Fuerzas Armadas, que controla una amplia diversidad de empresas, que van desde cadenas hoteleras hasta supermercados e instalaciones portuarias. Su encumbramiento ratifica la creciente influencia del poder militar en la estructura de poder, un protagonismo que es tal vez el mayor legado de Raúl, quien durante el largo liderazgo de Fidel ejerció la jefatura de las Fuerzas Armadas.

Tampoco hay en ciernes una modificación en el corto plazo en la orientación económica. Díaz Canel ratificó el plan de ajuste implantado en enero pasado tras conocerse la brutal caída del 11% del producto bruto interno, cuyos puntos centrales fueron una fuerte devaluación monetaria, una reducción de los subsidios al consumo y un incremento de impuestos orientado a equilibrar las deterioradas cuentas públicas. Pero ese mismo paquete de medidas ya había introducido una significativa cuota de liberalización económica al ampliar el espectro de actividades en la que se pueden establecer nuevos pequeños negocios y admitir la posibilidad de que en determinados rubros, como el turismo, puedan funcionar empresas mixtas con mayoría de capital extranjero.

Una encrucijada para Washington

Si hay algo que el régimen cubano jamás fue capaz de alcanzar es la autosuficiencia económica. Por tal motivo, la crisis venezolana, agravada por la pandemia, provoca en la economía cubana una debacle similar a la que a principios de la década del 90 generó la disolución de la Unión Soviética. En aquel entonces, la pérdida del abastecimiento petrolero ruso originó una etapa de penurias, denominada oficialmente "período especial", y obligó a Fidel Castro a adoptar algunas medidas de emergencia tímidamente aperturistas que fueron archivadas cuando en 1998 la irrupción de Hugo Chávez permitió reemplazar la ayuda soviética por el petróleo venezolano. La apertura no es entonces una opción entre otras. Es el único camino para evitar el colapso.

Una particularidad de la experiencia cubana es que en seis décadas consolidó el primer y único estado socialista de América Latina y, al mismo tiempo, promovió la creación de una de las burguesías más poderosas de la región. Esa burguesía no reside en Cuba sino en Miami. La comunidad de exiliados es propietaria de 40.000 empresas que facturan unos 50.000 millones de dólares anuales, lo que equivale a la mitad del producto bruto interno cubano.

Las remesas de divisas que los 2.300.000 cubanos que vive en Estados Unidos envían a sus familiares son la mayor fuente de ingreso de divisas de la economía. Si sólo una pequeña parte de ese poderío empresario se transformara en inversiones en la isla, Cuba sería la mayor potencia económica del Caribe.

Esa especificidad abre la posibilidad de que Cuba transite la misma trayectoria que China, a partir de 1979, cuando Deng Xiaoping lanzó el proceso de apertura del gigante asiático.

Las primeras inversiones extranjeras no fueron de las corporaciones multinacionales occidentales sino de las burguesías chinas radicadas en Taiwán, Hong Kong, Singapur y Malasia, que habían sido potenciadas por el éxodo masivo de empresarios registrado tras el triunfo de Mao Tse Tung en 1949. 
En pequeña escala, este fenómeno ya empieza a percibirse a través de los préstamos que los exiliados hacen a sus familiares para que aprovechen las recientes medidas de apertura para adquirir viviendas o iniciar microemprendimientos comerciales.
Sin embargo, para que esa alternativa pueda realmente prosperar haría falta una definición política. Porque los comunistas cubanos, como sus camaradas chinos o vietnamitas, están dispuestos a revisar sus concepciones económicas pero jamás admitirán la entrega del poder. 
Tanto Washington como la comunidad cubana en el exilio tendrían que reconocer, aunque sea de hecho, la legitimidad del régimen de La Habana y la sola enunciación de esa hipótesis divide aguas tanto en el campo del exilio como en la fracturada política estadounidense.
En Miami, como en La Habana, la vieja guardia, en ese caso anticastrista, es reemplazada por una joven camada de empresarios con una visión más pragmática y menos ideológica de su relación con su tierra de origen. En Washington, Biden tiene todavía que afianzar su autoridad para retomar el camino de Obama. Las elecciones legislativas de 2022, en especial en Florida, serán la instancia crucial en que se jugará el espacio de maniobra de la administración demócrata.
La pelota está entonces del lado de Washington. Si Biden gana el poder suficiente como para doblegar la oposición de los republicanos, acicateados por Trump, y los “halcones” del exilio de Miami, es factible que ambas partes avancen hacía un nuevo entendimiento. De lo contrario, el ala “dura” del comunismo cubano puede presionar para recrear la opción estratégica de Fidel Castro y jugar nuevamente la carta extracontinental, a través de China y Rusia, ansiosas por fortalecer el eje La Habana - Caracas como cabecera de playa en América Latina. 

* Vicepresidente el Instituto de Planeamiento Estratégico
  

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